Con la llegada del invierno, aumentan las necesidades de la población refugiada y desplazada
Con la llegada del invierno, aumentan las necesidades de la población refugiada y desplazada
Con la llegada del frío invierno a muchas partes del mundo, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, trabaja para proteger a las personas desplazadas por la fuerza durante los meses fríos. En esta época del año, tu donativo puede marcar la diferencia para ayudar a proteger a personas que ya son vulnerables.
Estas son las historias de algunas de las personas que se han visto forzadas a huir a medida que se aproxima el invierno.
Afganistán: vivir en una cueva
En Afganistán y países vecinos como Pakistán, las familias llevan décadas sufriendo conflictos, pobreza y hambre, así como catástrofes naturales recurrentes. Para proteger a la población de los duros inviernos de la región, ACNUR construye alojamientos, proporciona estufas para mantener a las personas calientes y ayuda a las familias con dinero en efectivo para comprar alimentos, ropa y combustible para la calefacción.
Zamir, de 45 años, su esposa Mahdouba y sus cinco hijos han vivido en una cueva en la montañosa provincia central afgana de Bamyan durante los últimos dos años, pero ahora que llega el invierno pueden por fin mudarse a un nuevo hogar permanente proporcionado por ACNUR.
“Estoy muy feliz de mudarme”, comenta Zamir. “También me alegra mudarme antes del invierno: será cálido y más cómodo para nosotros”.
La familia se vio forzada a huir por primera vez en 2019 cuando estallaron intensos combates cerca de su aldea. Cuando regresaron, se encontraron con que su casa había sido destruida. Zamir trabajaba como jornalero, pero sus escasos ingresos no eran suficientes para cubrir el costo del alquiler de una vivienda, por lo que la familia no tuvo más remedio que mudarse a una cueva cercana.
Ha sido una existencia peligrosa en el mejor de los casos, sorteando constantemente acantilados escarpados y senderos estrechos, y estando expuestos a los elementos, pero en invierno la situación empeoró. “Existe un alto riesgo de que caigan rocas de los acantilados cuando llueve o nieva, y puede ser muy peligroso”, explica Zamir.
Mahdouba cuenta que una vez se cayó y se rompió una pierna. “Lo más difícil de vivir aquí ha sido tener que subir el agua desde el arroyo. En invierno, está nevado y resbaladizo, y hay muchos problemas cuando salimos”.
Peor aún, asegura, era temer constantemente por sus hijos. “Siempre tenía miedo de que se cayeran”. “Estaremos mucho más seguros en nuestra nueva casa”.
Más seguro y más cálido. La nueva casa de dos habitaciones de la familia tiene una estufa de leña tradicional bukhari, un cuarto de baño y paneles solares para la electricidad. “Será cálida y más cómoda”, señala Zamir. “Tendremos una vida mejor dentro de este nuevo hogar”.
Refugiados ucranianos: otro invierno lejos
Desde la invasión a gran escala de Ucrania, millones de personas han huido de sus hogares y se enfrentan a inviernos en alojamientos provisionales. En Ucrania, ACNUR está reparando los edificios destruidos por la guerra, distribuyendo kits de aislamiento y apoyando a las familias con ayuda en efectivo de emergencia. En países vecinos como Moldavia, ACNUR ayuda a las personas refugiadas a integrarse en sus comunidades y a encontrar trabajo para reconstruir sus vidas.
Olga huyó de Ucrania con su madre jubilada y su hijo pequeño tras la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia en 2022, escapando en autobús de su ciudad natal de Mykolaiv, en el sur del país, y encontrando seguridad en la vecina Moldavia.
Este es su tercer invierno como refugiados. “Comienza el invierno y, lamentablemente, no solo tenemos que enfrentarnos al pago del alquiler, sino también a los elevados costos de los servicios públicos”, explica Olga. “Calentamos nuestro apartamento por poco tiempo, lo justo para quitarnos el frío; está en la planta baja, lo que lo hace muy frío y húmedo, y esto es una verdadera lucha para nosotros”.
En Moldavia, ACNUR está trabajando con socios locales para entregar paquetes de ayuda de temporada en centros comunitarios de todo el país. En el Centro Comunitario de Ungheni, que Olga visitó recientemente, se repartieron paquetes que incluían sábanas, mantas y edredones, así como lámparas solares y kits de higiene familiar con artículos de primera necesidad como detergente, pasta de dientes, compresas y jabón.
“Esta asistencia es muy importante para nosotros, sobre todo porque necesitábamos urgentemente artículos de limpieza, productos de higiene y ropa de cama”, señala Olga.
A pesar de estar a salvo lejos de la guerra, y agradecida por el apoyo que ha recibido de las organizaciones de ayuda, las organizaciones benéficas y el pueblo moldavo, Olga, como muchos de los casi 10 millones de personas desplazadas ucranianas en todo el mundo, espera que este invierno lejos de casa sea el último.
“Mi única esperanza es volver a casa lo antes posible. Hemos llegado a apreciarlo aquí – la gente es cálida y acogedora –, pero siempre queda el anhelo de volver a casa”.
Personas refugiadas sirias: noches gélidas
Ghasiba era agricultora y tejedora de alfombras en la ciudad meridional siria de Daraa antes de que el conflicto la obligara a huir a la vecina Jordania, donde esta mujer de 56 años vive desde 2012, en el campamento de refugiados de Zaatari, junto a decenas de miles de otros sirios desplazados.
Aunque sus tres hijos ya son mayores, Ghasiba ayuda a cuidar de algunos de sus nietos.
“Pensé que había cumplido con mi deber, ya que crie a mis hijos y los puse a salvo aquí en Jordania, pero Dios tenía otro plan para mí”, cuenta. “Mi hijo mayor se separó de su esposa y ahora he acabado criando a sus tres hijas pequeñas. Estoy agradecida a Dios por esta misión”.
Pero ser agradecida no lo hace fácil, sobre todo cuando llega el invierno. “Aquí los inviernos son muy fríos”, comenta Ghasiba. Durante las noches ‘gélidas’ da a las niñas su única manta para ayudarlas a mantenerse calientes. “Me quedo sin manta porque me preocupa que enfermen por el frío”.
Recientemente, su situación mejoró cuando ACNUR reparó las goteras del tejado de su alojamiento para evitar que lloviera.
Su hijo es obrero de construcción, pero hay pocos trabajos – particularmente durante los meses de invierno – y el dinero siempre escasea. “Cuando el frío es insoportable, enciendo la calefacción”, explica, pero sus nietas le ruegan que la apague para ahorrar gas. “Esperan que, al gastar menos gas, su padre no tenga que trabajar tanto y puedan verlo más”.
Con el poco dinero que tienen, Ghasiba da prioridad a comprar leche para su nieta menor – la describe como ‘mi corazón, mi alma’ – y sus esperanzas para el futuro inmediato son modestas. “Mi deseo es que las niñas puedan vivir en mejores condiciones, en una habitación caliente. No quiero verlas temblar de frío o pasar hambre”.