Tras dos años de guerra, personas refugiadas sudanesas continúan cruzando a Chad

Tras dos años de guerra, personas refugiadas sudanesas continúan cruzando a Chad
Vista aérea de un asentamiento improvisado cerca de la ciudad fronteriza de Birak, donde viven personas refugiadas sudanesas a la espera de ser reubicadas en zonas más seguras.
“No pensé que sobreviviría”, cuenta Aziza , mientras prepara cuidadosamente su maleta en un centro de tránsito de la ciudad fronteriza de Adré, al este de Chad. Esta mujer de 41 años, madre de dos hijos, cruzó recientemente el país huyendo de la guerra en Sudán. Junto con un grupo de otras familias recién llegadas, Aziza estaba siendo trasladada lejos de la frontera a un asentamiento donde podría acceder a asistencia vital.
“Ahora me siento segura. Aquí no escuchamos aviones de guerra volando en el cielo”, señala, refiriéndose al miedo constante a los ataques en su ciudad natal, Nyala, en Darfur occidental, de donde huyó.
El éxodo de familias desesperadas que escapan del brutal conflicto de Sudán no ha cesado desde que comenzó en abril de 2023, y casi 4 millones de personas refugiadas viven ahora en países vecinos y más allá. Hasta ahora, más de 770.000 personas refugiadas sudanesas han buscado protección en Chad – uno de los países más pobres del mundo – y el 86 por ciento son mujeres, niñas y niños. Esto se suma a los 200.000 retornados chadianos que vivieron en Sudán como refugiados.
Las personas recién llegadas están ejerciendo una inmensa presión sobre los menguantes recursos nacionales. En Adré, por ejemplo, más de 280.000 refugiados sudaneses viven actualmente hacinados en asentamientos espontáneos que han surgido a lo largo de la frontera, desbordando la capacidad de la población local de unas 40.000 personas.
Debido a la grave escasez de fondos, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, se ha visto forzada a detener o reducir servicios críticos, como educación y salud, y la construcción de nuevos asentamientos lejos de la frontera donde reubicar a los recién llegados. Los asentamientos existentes se enfrentan a infraestructuras inadecuadas, como la falta de hospitales, escuelas e instalaciones de agua y saneamiento.
Desplazamiento continuo
Mientras tanto, las familias siguen llegando diariamente, después de haber soportado viajes peligrosos y agotadores, desafiando múltiples puestos de control donde los hombres armados a menudo interrogan, intimidan y extorsionan. Muchas mujeres refugiadas denuncian también graves violaciones de los derechos humanos, como violencia y abusos sexuales.
“Pasamos por varios puestos de control donde nos hacían preguntas como '¿Quién eres?' y '¿Qué llevas?'”, recuerda Aziza. “Siempre respondíamos diciendo que éramos personas comunes, que solo llevábamos comida para nuestros hijos. En un puesto de control, pidieron al conductor que pagara una tarifa, lo que nos permitió continuar el viaje”.

Aziza Mohamed y sus dos hijos frente a su nuevo alojamiento en el asentamiento de refugiados de Dougui, al este de Chad.
ACNUR y sus socios están sobre el terreno, reuniéndose con la población refugiada en la frontera y proporcionándoles asistencia de emergencia, como alimentos, agua, alojamiento y atención médica.
Aunque Aziza asegura que tiene suerte de haber llegado sana y salva, no es la primera vez que se ve desarraigada de su hogar. Pasó diez años en el campamento de desplazados internos de El-Salam, en Nyala, tras huir del mortífero conflicto de Darfur de 2003. Sus hijos, nacidos en ese campamento, no han conocido otro mundo. La mayor parte de su vida adulta ha estado marcada por la violencia, el miedo, la incertidumbre y un ciclo de desplazamientos, esta vez a través de la frontera y separada de sus familiares.
“Tengo un hermano en Nyala que no pudo pagar el transporte para escapar con su familia”, comenta. “Tiene una familia numerosa de 11 hijos, lo que hace que sea aún más difícil para él. Mi familia es más pequeña y pudimos huir de la guerra. No he podido comunicarme con él desde que llegué aquí”.

Aziza recibe un paquete de artículos no alimentarios tras llegar al asentamiento de refugiados de Dougui.
Aunque Chad ha acogido a 1,3 millones de personas desplazadas por la fuerza desde países vecinos como Sudán, la República Centroafricana y Camerún, este país sin salida al mar ya se enfrentaba a una inseguridad alimentaria generalizada, a conflictos intercomunitarios y a las consecuencias de fenómenos meteorológicos extremos. La ONU estima que 7 millones de personas – casi el 40 por ciento de la población chadiana –necesitan asistencia humanitariaLink is external.
Emprender viajes peligrosos
Incluso antes del actual conflicto en Sudán, Chad acogía a 400.000 personas refugiadas sudanesas que huían de la violencia de Darfur en 2003. Una de ellas es Aisha Ismail , que llegó al asentamiento de refugiados de Farchana en 2004, con tan solo 12 años.”«Era una niña cuando llegué aquí con mis padres”, cuenta. “Crecí aquí, me casé y ahora tengo seis hijos. Durante 20 años, seguimos pensando que regresaríamos algún día, pero no era seguro, y ahora la situación es aún peor”.
Aisha preside la comunidad de refugiados de Farchana. Aboga por mejores oportunidades para las personas desplazadas, particularmente para la juventud que, debido a las escasas oportunidades, puede acabar arriesgándose a emprender el viaje hacia el norte, a Libia y más allá, en busca de trabajo y un futuro mejor.
“También estoy preocupada por mis propios hijos”, afirma. “Muchos jóvenes se sienten desesperados y pueden recurrir a viajes peligrosos como cruzar el mar Mediterráneo o dedicarse a actividades arriesgadas como la extracción de oro, que pueden tener resultados devastadores”.
Las historias de Aziza y Aisha están separadas por dos décadas, pero ambas se han visto desarraigadas por las oleadas de violencia en Darfur. Sus historias son un duro recordatorio de lo que ocurre cuando el conflicto no se resuelve: el desplazamiento se vuelve generacional y el sueño de volver a casa se aleja cada vez más.
Disminución de los recursos
Durante una visita a Chad la semana pasada, el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, Filippo Grandi, lamentó el hecho de que “la guerra al otro lado [de la frontera] continúa. Ha llegado el momento de que los militares que están librando una guerra contra su propio pueblo en Sudán se detengan y de que la comunidad internacional les oriente en esa dirección”.
Añadió que los recursos para responder a la emergencia humanitaria se están reduciendo. “Si eso continúa, si no se invierte esa tendencia, significará más vidas perdidas, más sufrimiento y menos atención para las personas que ya han sufrido una violencia terrible”, advirtió Grandi.
De vuelta en el centro de recepción de Adré, Aziza y sus hijos se unieron a otras familias que subían con sus pertenencias a un camión de espera, mientras pequeños vehículos se llevaban a personas vulnerables, como enfermos, personas con discapacidad y personas adultas mayores. Tras cinco horas de viaje por un terreno desértico, duro y lleno de baches, llegaron al asentamiento, un vasto terreno recién construido con enormes hileras de casas techadas con planchas de hierro corrugado.
Luego de recibir artículos esenciales como un juego de cocina, mantas, colchonetas y un mosquitero, Aziza se quedó de pie junto a la puerta de su nueva casa, flanqueada por sus dos hijos.
“Estoy feliz de estar aquí por fin”, asegura, iniciando el último capítulo de una larga historia de desplazamientos. “Estoy deseando conocer personas nuevas en esta comunidad y volver a conectar con la gente con la que huimos juntos de Sudán”.