Inseguridad y COVID-19 aumentan la preocupación por la salud mental de las personas refugiadas en Libia
Inseguridad y COVID-19 aumentan la preocupación por la salud mental de las personas refugiadas en Libia
Estos días, la agenda de trabajo de la Dra. Hanan Al-Shremi está completamente agotada. Como psiquiatra que trabaja en la capital libia, Trípoli, ayuda a las personas refugiadas y solicitantes de asilo a enfrentarse a problemas de salud mental como la ansiedad y la depresión, que, según ella, han aumentado considerablemente tras COVID-19 y después de nuevas medidas de seguridad impuestas el año pasado en la ciudad.
Las redadas de seguridad en Gergaresh y otros barrios crearon una mayor sensación de temor entre los solicitantes de asilo y las personas refugiadas, a quienes las autoridades libias consideran migrantes ilegales, susceptibles de arresto y detención. Muchos vieron cómo se destruían sus alojamientos en las operaciones de seguridad, dejándolos sin hogar preocupados por su seguridad y bienestar, mientras que miles de ellos fueron detenidos.
“En promedio, recibo entre 10 y 12 casos al día. Antes eran de cinco a siete”, dice la Dra. Al-Shremi, que trabaja con el Comité Internacional de Rescate (IRC, por sus siglas en inglés) en las clínicas de salud pública y en un centro comunitario de la ciudad gestionado por ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados.
“Muchos vienen con ansiedad y ataques de pánico. Algunos no pueden salir a trabajar. Físicamente pueden hacerlo, pero tienen miedo. Sienten que nadie les va a ayudar. Cuando vienen aquí, se sienten cómodos”.
“La mayoría de ellos me dicen ‘Nosotros... sólo queremos seguridad, queremos vivir con dignidad, nuestra ambición no es Europa’. Nadie abandona su país por voluntad propia. Lo más difícil para una persona es no tener un hogar”, señala.
- Ver también: Salud mental de la población refugiada necesita una mejor atención ante el aumento de los desplazamientos
Según la Organización Mundial de la Salud, la pandemia de COVID-19 creó una crisis mundial de salud mental, con un aumento del 25% de los casos de ansiedad y depresión durante el primer año de la pandemia.
Al mismo tiempo, los servicios de salud mental se vieron gravemente perturbados, debido a las restricciones de circulación, lo que dificultó que las personas recibieran la ayuda y el tratamiento que necesitaban. En Libia, muchas personas refugiadas y solicitantes de asilo dependen del trabajo ocasional para mantenerse a sí mismos y a sus familias, trabajo que desapareció al entrar en vigor las estrictas prohibiciones de circulación, especialmente en el primer año de la pandemia.
“La ansiedad aumentó”, explica la Dra. Al-Shremi. “La cuarentena ha tenido un gran impacto [negativo]. Algunos días estábamos trabajando, pero las personas no podían comunicarse con nosotros”.
La continuidad del tratamiento de sus pacientes era difícil y aceptar nuevos casos lo era aún más. Necesitaba reunirse con ellos cara a cara para poder evaluar su estado y ofrecerles un diagnóstico y un plan de tratamiento.
Hoy en día, hay otros retos a los que se enfrentan quienes necesitan atención urgente en Libia, dice la Dra. Al-Shremi. Los hospitales psiquiátricos públicos no admiten a las personas refugiadas y solicitantes de asilo, mientras que las admisiones en las clínicas privadas son extremadamente costosas. Lo anterior sin contar que también hay escasez de medicamentos.
Otro problema es el estigma que rodea a la salud mental. Algunos pacientes temen erróneamente que afecte sus posibilidades de ser considerados para el reasentamiento o los vuelos de evacuación y piden que se cierren sus expedientes. Otros abandonan el tratamiento cuando mejoran un poco, añade.
A pesar de los retos, la Dra. Al-Shremi dice que también hay muchas historias de éxito.
“Con algunos casos, yo misma tengo dudas, dadas sus circunstancias. Pero luego me sorprendo cuando me dicen que han mejorado”, explica. Menciona el caso de una madre refugiada divorciada y su hijo que vinieron a pedir ayuda por graves problemas de salud y mentales.
“Poco a poco, sus condiciones mejoraron. Vino a verme hace una semana más o menos... Me dijo que se iba [a reasentar] a Canadá”, comenta la Dra. Al-Shremi.
“No hay salud sin salud mental”.
Otro paciente es Ibrahim*, un joven de 22 años que empezó a perder la vista, lo que tuvo un gran impacto en su salud mental. Lleva siete meses acudiendo a la Dra. Al-Shremi para recibir tratamiento, y dice que la ayuda recibida le ha dado esperanzas para seguir viviendo.
“No podía dormir antes del tratamiento, pensando en mi situación, sintiéndome inseguro y sin poder ver. Ahora me siento mejor”, dijo.
Según la Dra. Al-Shremi, es crucial poder hablar más abiertamente sobre la salud mental y conseguir ayuda para quienes tienen problemas.
“Es muy importante. La angustia, la depresión y los traumas psicológicos pueden provocar pensamientos destructivos. Las enfermedades mentales pueden hacer que una persona se desespere y pierda la esperanza”, añade.
“No hay salud sin salud mental”.
*Nombre cambiado por razones de protección.