Doy la cara por ellos: Iván Chanis

Mi nombre es Silvia, tengo 50 años y soy de El Salvador. Vivía en Sonsacate con mis tres hijos, José, Vanessa y Melanie. Con mucho esfuerzo abrí una ferretería en el primer piso de nuestra casa. Tan solo unos años después, pude abrir una segunda sucursal para brindar más estabilidad a mi familia. 

Sin embargo, nuestras vidas cambiaron cuando las extorsiones comenzaron en el año 2006. Al principio únicamente nos llamaban para pedirnos tarjetas de celular. Un cliente de la ferretería, que era policía, me preguntó por el negocio y si las pandillas nos estaban molestando. Yo le conté de las llamadas y él sugirió cambiar nuestro número telefónico y desconectar la línea.

Le hicimos caso, y ayudó un poco, pero la paz no duró mucho tiempo. Dos años después, cuando abrimos un mini súper en la comunidad, nos comenzaron a cobrar renta. Al principio eran cien dólares y nos arreglábamos para pagarlo para que nos dejaran tranquilos. Pero pronto aumentó la extorsión a trescientos y luego quinientos dólares. 

Era imposible pagarlo.

Para esos momentos José y Vanessa ya se habían independizado con trabajos estables y sus propias familias. Melanie estaba estudiando en una escuela cerca a la casa, pero yo nunca la dejaba ir sola. Siempre me aseguraba que viajara en auto todos los días, porque ya no teníamos confianza para salir a la calle.

Entonces, cuando les dije que no podía pagar más, me amenazaron. Asaltaron nuestro hogar, se metieron en la segunda ferretería y me robaron un carro lleno de mercancía. Yo fui a poner mi denuncia, pero nada pasó.

Unos meses después, el 17 de junio de 2015, regresaron mientras mi nuera y yo atendíamos la ferretería. Armados con pistolas, se llevaron todo lo que quisieron y me dijeron que regresaban en un mes por quinientos dólares. Sabían dónde estudiaba Melanie, dónde trabajaba José. 

Sabían todo de nosotros.

Yo ese mes no tenía vida. Que te amenacen ya no es tener vida, eso es zozobra. De un momento a otro te matan o a tu familia. Me pasé todo ese mes pensando qué hacer. No podía pagar la cuota, ellos mismos me habían quitado los medios. El negocio que con tanto esfuerzo saqué adelante, estaba a punto de quebrar gracias a las extorsiones. ¿Cómo hace uno para dejar todo atrás?

Llegaron puntuales al mes y yo no tenía la plata. Me dijeron que me daban hasta la tarde para tenerla, pero yo sabía que ya no tenía más opción. Recogí a mi hija Melanie, cerramos los negocios y nos fuimos a donde yo sabía que no me iban a encontrar. De la noche a la mañana me había cambiado la vida.

La policía nos sacó custodiadas de mi casa y nos llevaron a San Salvador a casa de mi hija Vanessa. En la noche, pensamos qué hacer. Más vale perder lo que uno tiene, que la vida. Con mi hijo José, su esposa, mi nieto y mi hija Melanie, compramos boletos para huir a Panamá. 

Al final tuve que dejar mi casa, el lugar que con tanto esfuerzo vio nacer a mi negocio, el lugar que con tanto amor vio crecer a mis hijos. 

Por lo que me contaron, ahora está destruida, desmantelada y pintada con la marca del territorio de la pandilla. 

Los nombres mostrados en esta historia fueron cambiados para proteger la identidad de las personas desplazadas que forman parte de ella.