Del campo al Campus
Del campo al Campus
Esther Nyakong, 17, ríe a carcajadas sentada entre sus compañeras de clase en el campo de Kakuma, al noroeste de Kenia. Sus ojos alegres brillan cada vez que sonríe. Pero detrás de su sonrisa fácil y sus respuestas inteligentes hay un rostro que cuenta una emotiva historia.
"Lo único que quiero es conseguir una vida mejor. No quiero ser considerada como una refugiada durante el resto de mi vida", afirma mientras mira fijamente a la lejanía. Su humor alegre cambia y su semblante se ensombrece al recordar la vida en Sudán del Sur y el conflicto que ha obligado a cientos de miles de refugiados a huir hacia países vecinos.
Esther es la hermana menor de una familia de tres hijas, sacadas adelante por su madre. No tiene recuerdos de su padre, que murió en la guerra antes de que ella naciera. "Apenas lo recuerdo. Lo único que tengo son fotos y las historias que la gente me cuenta". Sonríe con nostalgia mientras recuerda su infancia en Juba, la capital sursudanesa. "No entendía la guerra o por qué la gente luchaba entre sí. Mi madre nos protegió de la realidad pero conforme nos hacíamos mayores, empezamos a ver sus consecuencias".
Su madre las trajo al campo de Kakuma en 2009 cuando aumentó la tensión en Juba y la inseguridad reinaba por doquier. Aunque sólo tenía 10 años, Esther recuerda perfectamente el tortuoso viaje hacia el campo. "Tardamos casi una semana en llegar. Dejamos Juba durante la noche, huyendo únicamente con lo puesto". Su periplo las llevó primero por Uganda y después a la capital de Kenia antes de llegar a Kakuma. "En un punto del viaje, el autobús se averió en la selva y casi nos atacan. Nos escondimos debajo de los asientos hasta que llegó ayuda y los agresores huyeron".
Su tío Chol les dio la bienvenida al campo. Él había formado parte de uno de los primeros grupos de 'Niños Perdidos' en llegar a Kakuma a principios de los noventa. Más tarde regresó a Sudán del Sur durante la repatriación de 2007, pero la reanudación del conflicto en Duk, en el estado sursudanés de Jonglei, le obligó a volver al campo en 2009. La madre de Esther siguió sus pasos poco después con sus tres hijas.
"No quiero ser considerada como una refugiada durante el resto de mi vida."
Chol les facilitó a su hermana y a las niñas un refugio y les ayudó a obtener las tarjetas de racionamiento en la oficina de ACNUR. Con estos documentos, cada miembro de la familia podía recoger cada mes 300 gr de maíz, 85 gr de guisantes partidos, 60 gr de mezcla de maíz y soja, 50 gr de aceite y 7 gr de sal.
Esther y sus hermanas se matricularon en la escuela inmediatamente. "Mi madre valora la educación y creía que una buena educación nos ayudará a tener una vida mejor". Esther admite que ella era una estudiante mediocre en primaria. "No me tomaba mis estudios en serio y no era de las que más rendía en la escuela". Sin embargo, esta situación cambió pronto cuando su madre empezó a beber alcohol ilegal y barato que se elaboraba en el campamento para tratar de lidiar con el estrés de la vida en el campo.
"Mi madre se había rendido y yo tenía miedo de que hubiera perdido toda esperanza en la vida. A veces se quedaba sentada toda la noche llorando". Esther decidió centrarse en sus estudios para darle a su madre un motivo para estar orgullosa de su hija. "La gente solía decirme que no podía ser buena en la escuela porque mi madre era analfabeta. ¿Cómo puedes ser buena estudiante si tu propia madre no sabe leer?"
"Quiero romper esta tradición y demostrar que las chicas pueden tener un futuro."
Gracias a su firme determinación y fuerza de voluntad, sus notas mejoraron y fue aceptada en Morneau Shepell, el único internado para niñas con instalaciones modernas e iluminación con energía solar en todo el campo. "Todas las niñas quieren ir a esta escuela así que me sentí muy afortunada de tener esta oportunidad".
También es la encargada de la biblioteca y pasa la mayor parte del tiempo leyendo sobre los asuntos de actualidad y terminando sus tareas. Además, Esther juega al fútbol: es la delantera del equipo de la escuela. "Me gusta el fútbol porque me ayuda a relajarme. Es un deporte muy popular en el campo", nos cuenta.
Su familia se encuentra actualmente en Sudán del Sur; lleva sin verlos desde hace unos dos años. Su madre regresó en 2013 para cuidar de la granja y ganar algo de dinero extra para ayudar a su familia. Pero cuando el conflicto estalló en diciembre del año pasado, el país se sumió aún más en la guerra y la inestabilidad. Sus hermanas también volvieron a Sudán del Sur después de terminar el instituto para ayudar a su madre. "Echo de menos a mi familia y mis amigos, y sobre todo mi país", dice. La mayoría de la gente que Esther conoce en Sudán del Sur están casados y con hijos. Cree que si siguiera viviendo allí no habría tenido la oportunidad de estudiar.
"En mi cultura, la gente cree que las chicas deben quedarse en casa y criar a los niños. Las chicas son consideradas una fuente de riqueza para la familia. Quiero romper esta tradición y demostrar que las chicas pueden tener un futuro".
"Me encanta la ciencia y las matemáticas y creo en mí misma."
Su modelo a seguir es el consumado neurocirujano americano Ben Carson. Esther se identifica con su historia y sus esfuerzos durante la primera etapa de su educación. "Lo admiro por su gran esfuerzo y por cómo, a pesar de todo, ha logrado alcanzar sus sueños". Ella quiere convertirse en la primera mujer neurocirujana de Sudán del Sur. "Sé que será difícil pero me encanta la ciencia y las matemáticas y creo en mí misma".
Esther está deseando que lleguen las vacaciones aunque admite que disfruta de la vida de la escuela y del ambiente de libros, amigos, debates divertidos y tiempo personal. "La escuela es divertida ya que es una comunidad diversa donde podemos compartir ideas y aprender de los demás".
Durante las vacaciones, a Esther le encanta dar paseos por la tarde con su prima Rebecca o su tío Chol en las lagas, las secas y polvorientas riveras características del paisaje de Turkana. "Cada vez que paseo por allí, siento que escapo a un mundo diferente. Imagino que estoy viviendo una vida diferente y cambiando la vida de las personas".
Esther espera poder volver a Sudán del Sur un día; un país que dejó siendo una niña atemorizada. "Me encantaría regresar como una ciudadana de éxito, lista para cambiar las cosas. Quiero ser la chica que consiguió pasar del campo al campus y de ser refugiada a neurocirujana".
Por Catherine Wachiaya en el campo de Kakuma, en Kenia