Las personas venezolanas arriesgan sus vidas por buscar ayuda en Colombia
CÚCUTA, Colombia – El venezolano José Luis Jiménez ya había sorteado a bandido y a grupos armados para atravesar la frontera con Colombia en una desesperada búsqueda por alimento para su familia. Sin embargo, ese cruce se volvió aún más peligroso esta semana.
Con el puente fronterizo cerrado, se unió a miles de venezolanos que vadeaban las aguas torrenciales de un río fronterizo en plena expansión para buscar ayuda urgente en esta ciudad fronteriza.
En una cocina comunal apoyada por ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y administrada por la diócesis de la Iglesia Católica local, se encontraba entre los miles de venezolanos hambrientos en fila para recibir una comida caliente.
“Estoy muy agradecido con ACNUR y la Diócesis”, dijo el delgado hombre de 48 años con cara maltratada. “Dependo de este servicio para alimentarme y alimentar a mis hijos y no sé qué haría si no lo tuviera”.
“Dependo de este servicio para alimentarme y alimentar a mis hijos y no sé qué haría si no lo tuviera”.
En medio de la hiperinflación en espiral, la escasez, la agitación política, la violencia y la persecución, más de 2,7 millones de venezolanos han abandonado el país como refugiados o migrantes desde 2015 para buscar seguridad o una mejor vida en el extranjero.
La cocina, llamada acertadamente La Divina Providencia, sirve hasta 8.000 comidas al día y es un salvavidas para los refugiados y migrantes venezolanos que atraviesan Cúcuta pero también para personas como José Luis, que continúan viviendo en Venezuela pero cruzan la frontera para Colombia todos los días. Las duchas, consultas médicas y asistencia legal también están disponibles allí.
Para ganar unos pocos pesos colombianos, lleva pesadas cargas para otros venezolanos que viajan a Cúcuta para comprar alimentos, medicinas u otros bienes que son escasos o imposibles de encontrar en su país.
Al igual que miles de sus compatriotas, se abre camino a lo largo de las trochas traicioneras, senderos embarrados que cruzan el monte bajo que cubre las orillas del río Táchira, que forma la frontera entre Venezuela y Colombia. Él vadea al otro lado con el agua turbia hasta la cintura cargando cajas pesadas, maletas o llantas de automóvil.
Es un trabajo difícil y peligroso en el mejor de los casos: el río es propenso a las inundaciones repentinas y la corriente a menudo transporta troncos y animales muertos. Peor aún, los bandidos y los grupos armados a menudo se aprovechan de los refugiados y migrantes que usan las trochas para salir de Venezuela.
El martes pasado, con la corriente hinchada por las fuertes lluvias, el cruce del río se volvió demasiado peligroso, incluso para los clientes habituales como José Luis. Era uno de los 46.000 venezolanos en extrema necesidad de ayuda que cruzaron el Puente Internacional Simón Bolívar entre la ciudad venezolana de San Antonio de Táchira y Cúcuta en Colombia.
Con algunas excepciones hechas para casos humanitarios, el puente había estado cerrado al tráfico peatonal desde el 23 de febrero.
Las fuerzas de seguridad de ambos lados de la frontera tuvieron dificultades para controlar la situación, desesperadas por obtener alimentos o medicinas, derribaron las barreras de control de multitudes. El tumulto puso en riesgo de ser aplastados o pisoteados a bebés, niños pequeños asustados, mujeres embarazadas exhaustas, personas mayores y personas con discapacidad. Afortunadamente, no se han reportado heridos.
Al día siguiente, un equipo de ACNUR observó a cientos de venezolanos cruzando el río en balsas improvisadas o agarrando cuerdas lanzadas a través de la corriente espumosa.
“El inicio de la temporada de lluvias significa que los cruces continuarán siendo muy peligrosos”.
“Esta situación ilustra los peligros que entraña el cruce irregular de fronteras por parte de personas en situación desesperada”, dijo el portavoz del ACNUR, Andrej Mahecic, en una conferencia de prensa en Ginebra el viernes.
“Aunque para el miércoles el nivel de la corriente del Táchira había descendido temporalmente, la próxima llegada de la estación de lluvias continuará provocando que los cruces sean altamente peligrosos”.
Aunque la mayoría de los aproximadamente 45.000 venezolanos que cruzan cada día a Colombia regresan a su país, hasta 5.000 de ellos permanecen en Colombia o continúan sus viajes en busca de seguridad y una nueva vida en otros países latinoamericanos como Ecuador, Perú y Chile.
El año pasado, más de 250.000 venezolanos presentaron solicitudes de asilo, principalmente en América Latina. Además, se estima que 1,3 millones de refugiados y migrantes venezolanos se han beneficiado de otras formas legales de estadía en América Latina. Sin embargo, muchos venezolanos permanecen en una situación irregular, lo que no les garantiza el acceso a derechos básicos y los pone en riesgo de explotación y abuso.