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Refugiados de Burundi y la comunidad de acogida en la República Democrática del Congo crean lazos a través de la agricultura

Historias

Refugiados de Burundi y la comunidad de acogida en la República Democrática del Congo crean lazos a través de la agricultura

Luego de encontrar protección en la República Democrática del Congo, personas refugiadas de Burundi comparten su conocimiento agrícola con la comunidad local.
5 October 2022
Pierre (izquierda), un refugiado de Burundi, y su amigo Zacharie, ciudadano congoleño, riegan su sembradío de col en el municipio de Tabac Congo, en la provincia de Tanganica, en República Democrática del Congo.

Pierre (izquierda), un refugiado de Burundi, y su amigo Zacharie, ciudadano congoleño, riegan su sembradío de col en el municipio de Tabac Congo, en la provincia de Tanganica, en República Democrática del Congo.  ACNUR/Aline Irakarama

Una animada canción se escucha en una colina cerca de las orillas del lago Tanganica, en la República Democrática del Congo (RDC), donde un grupo de refugiados de Burundi y sus vecinos congoleños trabajan la tierra de manera conjunta.

Zacharie, un congoleño de 25 años, muestra con orgullo la tierra que está cultivando en el municipio de Tabac Congo, alrededor de 15 kilómetros a las afueras del pueblo de Kalemie. 

“La agricultura llamó mi atención cuando vi a los refugiados de Burundi cultivando tomates, coles, cebollas y berenjenas”, dijo Zacharie, quien tiene un hijo. “Hace un par de años, había muy pocos vegetales como estos en el mercado local”.  

Pierre (41 años), su amigo de Burundi, asiente. “Mientras trabajaba en el sembradío, Zacharie solía detenerse cuando iba de camino al pueblo”, comenta. “Hacía muchas preguntas; parecía interesado en mi trabajo. Un día, lo invité a acompañarme a recoger la cosecha de vegetales”. 

Pierre añade que la generosidad de la comunidad congoleña los ha animado – a él y a otros refugiados de Burundi – a construir una vida propia en el municipio de Tabac Congo, donde encontraron protección tras huir de la violencia que estalló en Burundi en junio de 2015, luego de las elecciones. 

“Trato de retribuir a la comunidad que nos ha acogido durante tanto tiempo”.

Junto con miles de refugiados más, Pierre, su esposa y sus cuatro hijos aprovecharon el cobijo de la noche para llegar a Uvira, una ciudad fronteriza en la provincia de Kivu del Sur, en República Democrática del Congo, para luego subir a una embarcación que, en dirección al sur, cruzó el lago Tanganica hasta llegar a Kalemie. Devastado por haber dejado sus pertenencias y sus medios de vida, este granjero nunca imaginó que lograría reconstruir su vida. 

“Los primeros días fueron duros, pero llegamos aquí, junto con otras familias que sí sabían hablar suajili. Eso nos ayudó a encontrar trabajos sencillos para generar ingresos y poder tener un techo sobre nuestras cabezas”, recuerda Pierre. “Los primeros meses vivimos con otras familias, en un pequeño albergue. Ahora trabajo arduamente, tengo una casa propia y trato de retribuir a la comunidad que nos ha acogido durante tanto tiempo”. 

Zacharie, de 25 años, aprendió de Pierre, un refugiado de Burundi, todo lo que sabe para trabajar la tierra.

Antes de conocer a Pierre, Zacharie apenas lograba obtener ingresos con pequeños trabajos, como producir aceite de palma para cocinar. Zacharie empezó a trabajar con Pierre de manera estacional, pero el trabajo no tardó en convertirse en uno de tiempo completo. 

Con el apoyo de Pierre, Zacharie no solo ha aprendido técnicas para cultivar vegetales, sino que ahora renta un pequeño terreno donde trabaja la tierra, lo cual le permite generar ingresos para sostener a su familia.

“Aprendí todo de cero, desde arar la tierra hasta seleccionar las semillas correctas y manejar las herramientas para cultivar”, cuenta Zacharie, quien ha ayudado a Pierre a aprender suajili. 

“Aramos esta tierra con el sudor de nuestra frente”, recalca. “Todos los días son duros, pero debemos poner comida sobre la mesa”.

Agrega que la pandemia de COVID-19 y el aumento de los costos han supuesto desafíos adicionales. “Las semillas de buena calidad se han encarecido; además, no siempre tenemos dónde cultivar con las herramientas adecuadas”. 

ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y sus socios están tratando de abordar estos obstáculos proporcionando semillas y herramientas agrícolas a las personas refugiadas. Por otra parte, están solicitando a las autoridades locales acceso a tierras cultivables. 

“Nuestra operación en RDC es una de las menos financiadas en el mundo. Estamos tratando de crear iniciativas agrícolas sostenibles, como esta, para fortalecer la autosuficiencia de las personas refugiadas”, comenta Mamadou Cissokho, director de la suboficina de ACNUR en Kalemie. Al día de hoy, ACNUR ha recibido apenas el 40% de los $225,2 millones de dólares (USD) que requiere para dar respuesta a las necesidades de las personas desplazadas en RDC.

“Ver a Pierre y a su familia hacer tanto en un país que no es el suyo nos ha enseñado muchísimo”.

A pesar de los desafíos, muchas personas en el área reconocen y valoran el trabajo duro y las habilidades de los refugiados. 

“Apreciamos su solidaridad y la voluntad para enseñar”, comenta Windo, jefe de una de las aldeas en Tabac Congo. “Compramos productos agrícolas de los comerciantes en el mercado local; ellos los compran directamente de Pierre y de otros granjeros refugiados”.

Pierre y otros granjeros refugiados sueñan con tener acceso a herramientas y más tierra cultivable para poder plantar y cultivar una gama más amplia de vegetales, para luego venderlos en el mercado local. Mientras tanto, han compartido su conocimiento agrícola con más de cuarenta jóvenes congoleños, como Zacharie. 

“Con frecuencia llevo a mis amigos a los sembradíos, sobre todo en temporada de cosecha, para animarlos a empezar a trabajar la tierra”, cuenta Zacharie. “Ver a Pierre y a su familia hacer tanto en un país que no es el suyo nos ha enseñado muchísimo”.