Refugiados sudaneses buscan a sus familiares en los campamentos de Etiopía
Refugiados sudaneses buscan a sus familiares en los campamentos de Etiopía
CAMPAMENTO DE REFUGIADOS SHERKOLE, Etiopía, 5 de marzo (ACNUR) – En este campamento todos parecen estar buscando a alguien. Y aquellos que han dejado de buscar intentan controlar el llanto.
Den Bullis, 18 años, está buscando a su madre y a su hermana. Él estaba en Kurmuk, en Sudán, cuando llegaron los bombarderos en septiembre. Cuando oyó las explosiones corrió a su casa y rápidamente recogió sus pertenencias: un diccionario de inglés, una Biblia y un libro de biología.
Pero mientras sí pudo traer esas pocas pertenencias hasta Etiopía, todavía tiene que encontrar a su familia. Y así, en la piel de su antebrazo, ha raspado con una piedra la palabra "DONDE". "No se adonde iré", dice. "Yo no se donde están mi madre y mi hermana. No sé donde está mi futuro".
En la confusión del conflicto, los refugiados que abandonaron Sudán han perdido a sus seres queridos. En muchos aspectos esto ha creado un sentimiento de nostalgia. Cada día, mientras los refugiados continúan transitando a través de la frontera con Sudán en el complejo de campamentos cerca de Asosa, los solicitantes de asilo en Etiopía se encuentran en la búsqueda de sus familiares. Y para algunos las noticias no son buenas.
ACNUR se enfrenta a numerosos retos relacionados con la reunificación familiar a lo largo de tres diferentes países, incluyendo una zona de guerra. "Es más fácil localizar a las personas cuando la población de refugiados es estable", dice Mwajuma Msangi, trabajadora de ACNUR en el campamento de Sherkole.
"Pero al otro lado de la frontera, desde la ciudad de Abyei hasta el Estado de Nilo Azul, y en partes de Sudán del Sur, la situación es extremadamente inestable. Esto hace que sea difícil localizar a las familias", añade. La agencia de la ONU para los refugiados ha empezado a trabajar con el Comité Internacional de la Cruz Roja para ubicar a los familiares desaparecidos.
Mientras tanto, la búsqueda de los seres queridos se apoya en las redes informales entre los propios refugiados, con los recién llegados que traen información sobre los que se han quedado atrás. Bullis teme que su padre haya muerto durante el bombardeo en Kurmuk.
Otros, sin embargo, todavía mantienen la esperanza. Nyankim Bol, 35 años, que huyó de Abyei a Etiopía en septiembre, espera un día ver a su marido. "Los bombardeos comenzaron, luego llegaron los soldados y empezaron a disparar", dice ella. "Estábamos corriendo durante la noche. Fui a buscar a mi marido, pero nos separamos".
Bol, cuya familia cultivaba tierra antes que se desencadenara el último conflicto, caminó con sus cinco hijos durante aproximadamente un mes antes de llegar a la frontera con Etiopía. "Yo solo pensaba en mis hijos, ¿vivirán o morirán?", cuenta sobre el viaje. "Pensé en lo que podía darles de comer". Unos desconocidos amables le dieron agua y algo de comer. Una vez que llegó a salvo en el campamento de Sherkole, la esperanza de encontrar a su esposo, Achuiel Mayol, empezó a hacerse más intensa.
Ahora Bol y otros que han huido de Abyei cantan canciones sobre lo que les sucedió, para poder convivir con un pasado tan terrible. "Nosotros cantamos esta canción para recordar a las personas que han muerto en Abyei", dice.
Para otros, el destino de los miembros de su familia es algo que ya se sabe y que lamentan. Nyayu Alcon, 65 años, sabe que su hija y su yerno están muertos. Cuando los soldados entraron a Kurmuk, vio a su hija de 32 años, Nyayuel, intentando escapar con su marido, Buth, de 40. Él era un soldado y quería luchar; ella solo quería estar con su marido. Dejaron a los cinco hijos con su abuela. Pero marido y mujer fueron asesinados a tiros.
Los niños mayores notaron que sus padres estaban muertos. Sin embargo, los gemelos de 3 años, Gach y Anabel, no entendieron qué les pasó a sus padres. "Siempre me preguntan, ¿cuándo va a venir mi mamá?", dice Alcon. "Yo siempre les digo que su madre y su padre vendrán pronto. Siempre les digo eso. No quiero que lloren".
Por Greg Beals, en el campamento de refugiados de Sherkole, Etiopía