Ucrania: huir de un conflicto a los 81 años
Ucrania: huir de un conflicto a los 81 años
MARIUPOL, Ucrania, 4 de marzo de 2015 (ACNUR/UNHCR) – Larissa se seca las lágrimas mientras dice: "A mi edad fue muy doloroso tener que dejar la casa en la que he pasado toda mi vida y en la que han vivido siete generaciones de mi familia".
En Shyrokyno, aldea ucraniana en la costa del mar de Azov, quedan solamente seis de los mil habitantes que había al estallar la guerra.
Elena y su madre también habrían preferido quedarse, pero Shyrokyno se convirtió en un objetivo codiciado tanto para las fuerzas del gobierno como para los anti-gubernamentales y el pasado mes de septiembre comenzaron los bombardeos. Para febrero eran particularmente intensos y ahora hay una tregua.
Cuando las bombas dañaron el techo e hicieron volar las ventanas de la casa, madre e hija se refugiaron en el sótano de un vecino. Resistieron a la artillería cinco días y al sexto salieron y llamaron a un pariente.
"No se lo podía creer. '¿Qué hacen todavía allí? Tienen que irse' repetía", recuerda Larissa. La única alternativa fue escapar cruzando la línea de fuego. "Corrimos cinco kilómetros bordeando la playa y escondiéndonos entre las dunas para esquivar las bombas".
Madre e hija están ahora sentadas en el sofá del apartamento que alquilaron en Mariupol, un puerto situado a 20 kilómetros hacia el oeste. Los propietarios eran amigos de Elena y ACNUR ha suministrado ropa y mantas.
Han logrado registrarse como desplazadas internas y siguen recibiendo sus pensiones estatales, con las que apenas alcanzan a pagar el alquiler, la calefacción y la electricidad.
A pesar de la nostalgia, se consideran afortunadas. Mientras otros vecinos de la aldea encontraron refugio en centros de acogida o en localidades mucho más alejadas, ellas viven cerca de la hija de Elena y de los bisnietos de Larissa.
"La gente ha sido maravillosa, muy generosa", dice Larissa. "El 14 de febrero Elena cumplió 62 años. Los vecinos nos trajeron regalos, zapatos, ropa y hasta un televisor. Cuando llegamos no teníamos más que lo puesto".
Pero en la gratitud hay un velo de tristeza. "Espero que podamos volver", dice Elena. "Pero temo que esto no acabará nunca. Aunque aquí estamos seguras, las bombas siguen cayendo, da miedo oírlas".
Larissa era pequeña durante la Segunda Guerra Mundial. A sus padres los mataron y ella todavía lleva en una pierna la bala que la hirió. "Pero nunca en mi vida tuve tanto miedo como cuando bombardeaban Shyrokyno y estábamos escondidas en ese sótano", dice. "Seguir aquí sin poder volver es terrible, como un peso en el corazón".
"Nunca pensamos que aquí donde vivíamos, en Europa, volveríamos a ver un conflicto así", insiste Elena.
Cuando comenzaron los enfrentamientos Larissa todavía trabajaba dando clases de ucraniano. Los bombardeos obligaban a profesores y alumnos a concentrarse en un pasillo de la escuela. Ahora el edificio es una ruina carbonizada.
Orgullosa de haber resistido en su puesto y frustrada por no poder seguir enseñando, Larissa no deja de pensar en sus clases y en esa casa grande en la que tenían una huerta, patos, un perro y un gato. El vecino, que a pesar del peligro sigue allí, cuida de la propiedad. Todos los días lo llaman por teléfono.
"Le pedimos que le diera de comer al perro y al gato", dice Elena, "y que se comiera nuestros patos".
Por Don Murray en Mariupol, Ucrania