Refugiados ilusionados se amontonan en aulas abarrotadas en una escuela ugandesa
Refugiados ilusionados se amontonan en aulas abarrotadas en una escuela ugandesa
A primera luz, el maestro Patrick Abale abandona su tienda de campaña, situada en medio de otras en el borde de la Escuela Primaria Yangani en el asentamiento Bidibidi en el norte de Uganda.
Avanza hacia el bloque de la administración, deja sus libros en la oficina que comparte con el director de la escuela y se vuelve para mirar a los primeros alumnos que llegan.
"Cuando me uní aquí había más de 6.000 alumnos en esta escuela", dice, mientras el sonido de los pasos que vienen en estampida gradualmente llena el frío aire de la mañana.
El goteo de llegadas se convierte en un torrente. Ahora los estudiantes están llegando de todas las direcciones.
Cuando se abrió por primera vez hace varios meses, hubo prisa por matricularse y la escuela se vio obligada a dejar a algunos niños por fuera debido a la falta de espacio, reduciendo el número a unos 5.000 hoy en día, lo que para Patrick, es "un número muy grande".
Patrick, ugandés, es un subdirector encargado de los estudios académicos y la administración en Yangani. Es una escuela pública ugandesa y, aunque los niños son en su mayoría refugiados, también hay algunos alumnos locales.
A pesar de la cantidad de alumnos, la escuela tiene un personal de sólo 38 personas. En 10 años de enseñanza, Patrick ha trabajado en algunos ambientes difíciles, pero Yangani está en una escala diferente.
Distribuida en más o menos dos hectáreas, la escuela es un mosaico de tiendas de plástico hechas jirones, muchas con agujeros, aleteando al viento. Un valle inclinado separa el área de administración y las clases primarias superiores por un lado, de las clases primarias más bajas por el otro. Dentro de las aulas la temperatura se levanta pronto y los niños se retuercen por la incomodidad.
"Simplemente no hay suficiente espacio para todos los estudiantes."
"Las cosas son realmente difíciles aquí porque simplemente no hay suficiente espacio para todos los estudiantes", dice Patrick, haciendo gestos en una de las aulas.
Una mirada dentro revela una escena llena: los niños ocupan cada espacio disponible, con hasta cinco compartiendo un escritorio. Algunos se sientan en el suelo, otros se colocan en la parte posterior y en los pasillos, aferrando sus libros a sus pechos.
"A veces, debido a la congestión, están al lado del maestro al frente de la clase", dice Patrick.
Yangani abrió sus puertas en febrero de este año para atender al creciente número de refugiados sursudaneses. Uganda ha sido uno de los países más generosos en su respuesta a la afluencia, dando la bienvenida a los refugiados, dándoles parcelas y acceso a los servicios públicos, incluyendo la educación.
Ahora que aloja a casi 2 millones de personas que han huido de Sudán del Sur, siendo el 60 por ciento de ellos niños, Uganda está luchando para mantenerse al día.
Según el ministerio de educación, la proporción estándar de maestro a estudiante debería ser de uno a 45. Debe haber tres niños por escritorio y 14 por cada baño.
Yangani rompe estas reglas por un amplio margen. Como administrador, Patrick trata de asegurar que los materiales de aprendizaje se comparten por igual en todas las clases. "Ahora tenemos 279 libros de texto para todos los estudiantes, así que puedes imaginar lo difícil que es compartir", dice. Ése es un libro de texto a cada 18 niños.
El ACNUR, el Ministerio de Educación de Uganda y las organizaciones socias están buscando maneras de aumentar la capacidad, crear más escuelas y trabajar con funcionarios nacionales y locales para identificar los ya existentes que puedan expandirse.
"Escuelas como Yangani están llenando un vacío crucial."
De esta manera, esperan traer más niños refugiados al sistema educativo nacional y elevar los estándares para los refugiados y las comunidades locales. Uganda no puede hacer esto por su cuenta. "El gobierno ya está haciendo lo mejor posible, por lo que estamos pidiendo más apoyo de los donantes para llenar los vacíos", dice Julius Okello, un oficial en el terreno del ACNUR en Bidi Bidi.
Me han presentado a Bashir, de 17 años, que huyó de su casa en Sudán del Sur en noviembre pasado. Ahora vive en Bidi Bidi como menor no acompañado. Sus padres se quedaron atrás, pero no tiene idea de lo que les ha pasado.
No había otras escuelas cerca, por lo que tuvo que esperar meses antes de que Yangani abriera y pudiera inscribirse. Bashir está en su último año de primaria y dice que está haciendo todo lo posible por estudiar diligentemente, pero admite que puede ser difícil.
"No tenemos suficientes libros", dice. "Si recibes un poco de dinero, puedes comprar algunos, pero la mayoría de los estudiantes no pueden pagarlos. Algunos de nosotros que no tenemos padres aquí, tenemos que luchar".
Las aulas abarrotadas son evidencia de que hay mucha demanda de educación. La mayoría de los refugiados se establecen en áreas muy alejadas de las escuelas estatales existentes. La creación de nuevas escuelas no sólo incorpora a los niños refugiados al sistema educativo nacional, sino que también aumenta la capacidad y los estándares para las comunidades locales. "Escuelas como Yangani están llenando un vacío crucial", dice Okello.
Sin embargo, es difícil para los niños aprender en circunstancias tan limitadas. "No hay límites para separar las clases. Dos clases diferentes tienen lugar una al lado de la otra, así que lo que se enseña en una clase se escucha en la siguiente".
Patrick examina las filas de los niños antes de salir a enseñar a otra clase. "Imagínense sólo treinta y ocho maestros para todos estos estudiantes", dice. "Puedes sentirte abrumado".
El ACNUR publicará su segundo informe sobre la educación de los refugiados el 12 de septiembre.
Por Catherine Wachiaya