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"Antes el agua era una maldición. Ahora, en cambio, es una bendición"

Niños y niñas rohingya juegan en el asentamiento de refugiados de Kutupalong, en Bangladesh.
Historias

"Antes el agua era una maldición. Ahora, en cambio, es una bendición"

El ACNUR y sus socios están utilizando energía solar para suministrar agua potable y limpia a miles de refugiados rohingya en Bangladesh.
21 Marzo 2019 Disponible también en:
Niños y niñas rohingya juegan en el asentamiento de refugiados de Kutupalong, en Bangladesh.

Tras huir de la violencia en Myanmar, Nurul Salam y su esposa Lalu Begumm refugiados rohingya, sacaban agua de un pozo con una bomba de mano, lo que provocaba que la familia sufriera frecuentes dolores de garganta y diarreas.


“La fuente de abastecimiento de agua se encontraba en las proximidades de un desagüe y nunca supimos si el agua era pura o no. La zona estaba muy sucia y nos poníamos enfermos con mucha frecuencia”, dice Nurul, de 35 años.

Ahora, gracias a la reciente instalación de un sistema de abastecimiento de agua que funciona con energía solar, esta familia forma parte de los miles de residentes en el abarrotado asentamiento de refugiados de Kutupalong (Cox’s Bazar, Bangladesh), que pueden caminar hasta una fuente, abrir el grifo y llenar una jarra con agua potable.

Gracias a que tienen acceso a un pozo profundo y a un sistema que clora el agua, la pareja y sus vecinos del asentamiento tienen ya menos problemas de salud.

“Mi esposa tenía diarreas y a veces fiebre. Ahora las cosas han cambiado. No ha estado enferma en los últimos meses,” dice Nurul, que también precisa de agua potable para el puesto de té que regenta en este superpoblado asentamiento.

“La fuente de abastecimiento de agua se encontraba en las proximidades de un desagüe y nunca supimos si el agua era pura o no. La zona estaba realmente sucia y nos poníamos enfermos con mucha frecuencia”

Nurul y Lalu son dos de entre los cerca de 745.000 refugiados que huyeron a Bangladesh después de que una campaña puesta en marcha por el Gobierno en agosto de 2017 les obligara a huir de sus hogares del estado de Rakhine, al norte de Myanmar.

Inicialmente, se asentaron en una zona encharcada del asentamiento, pero luego fueron reubicados a una nueva zona tras la ampliación del campo, donde disponen de agua limpia, junto con otros 3.500 niños, mujeres y hombres.

“Donde vivíamos antes, si había una tormenta fuerte, el nivel de las aguas residuales subía y entraban en nuestro alojamiento. Antes, el agua era una maldición. Ahora, en cambio, es una bendición. Los niños ya no se ponen enfermos”.

Según el Informe Mundial de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos de 2019, No Dejar a Nadie Atrás, tres de cada diez personas en el mundo no tienen acceso a agua potable, a pesar de que junto con el acceso a la  higiene están reconocidos como derechos humanos básicos, indispensables para la salud y la dignidad humana.

El sistema de abastecimiento de agua, que funciona con energía solar,  es una de las ocho nuevas redes instaladas conjuntamente el semestre pasado por la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), OXFAM, Médicos sin Fronteras y la organización no gubernamental bangladesí BRAC, y que abastecen a un total de 40.000 personas en el asentamiento. Está previsto instalar otras diez redes el próximo año, de las que se beneficiarán otros 80.000 refugiados.

Los sistemas funcionan enteramente con electricidad generada con paneles solares. Bombas motorizadas extraen el agua de pozos profundos hasta unos tanques de 70.000 litros recientemente instalados, en los que el cloro mata las bacterias y otros microbios nocivos; luego el agua es conducida hasta unos puntos colectivos de abastecimiento instalados en zonas estratégicas por todo el asentamiento de Kutupalong-Balukhali.

“Es mucho más fácil y más cómodo que antes”, dice Lalu -que también colabora con BRAC, organización socia de ACNUR, como voluntaria en temas de higiene- cuando va a buscar agua al punto de abastecimiento. “Antes teníamos que hacer largas colas y gastábamos mucha energía en conseguir agua, pero ahora puedo obtenerla yo sola”.

Entre los refugiados que se benefician del nuevo sistema de abastecimiento está Mohammed Baser, de 20 años, que colabora como voluntario para asuntos de higiene, su mujer y su bebé Shomima.

“Vivíamos también en una zona en la que se amontonaba la basura. Mi hija estaba enferma todo el tiempo: tenía fiebre, diarrea e infecciones de garganta. El agua olía mal y los alrededores eran horribles".

“Aquí el agua es buena…. Antes no nos dábamos cuenta de que era lo que nos hacía enfermar”.

Más de 900.000 refugiados rohingya viven dispersos en 34 ubicaciones diferentes en Cox’s Bazar, Bangladesh.

Los esfuerzos para suministrar suficiente agua potable a los refugiados en todos los congestionados campamentos han constituido un enorme desafío para los organismos humanitarios, que han tenido que perforar profundos pozos y construir redes de abastecimiento de agua, instalando tuberías, presas, canales, mecanismos de filtrado y sistemas de cloración.

 ACNUR y Oxfam han puesto también este año en marcha la mayor planta de tratamiento de desechos humanos construida en un asentamiento de refugiados, con capacidad para procesar los residuos orgánicos de 150.000 personas.

“La cloración contribuye a mantener el agua potable y elimina los riesgos de propagación de enfermedades”.

El agua escasea en casi todas partes. Durante la estación seca -especialmente en zonas como Nayapara-  traerla de otro lugar es a menudo la única y costosa opción. La provisión de fuentes de agua potable a la población refugiada, empresa de gran complejidad, ha obligado a ACNUR y sus socios desde 2018 a la fecha a redoblar sus esfuerzos para hallar soluciones sostenibles, en estrecha colaboración con el gobierno de Bangladesh. 

“Las nuevas redes de abastecimiento de agua basadas en la energía solar reducen los costos energéticos y las emisiones de combustibles fósiles”, explicó el  responsable del Programa de Agua, Saneamiento e Higiene (WASH, por sus siglas en inglés) de ACNUR en Cox’s Bazar, ice Murray Wilson. 

ACNUR y sus socios pretenden proporcionar 20 litros de agua clorada por día a cada persona refugiada, garantizando la disponibilidad de agua potable para todos.

“La cloración contribuye a mantener la potabilidad del agua y elimina los riesgos de propagación de enfermedades”, apuntó Wilson. “Las anteriores fuentes de abastecimiento, principalmente pozos perforados de los que se extraía el liquido con bombas de mano, estaban a menudo muy contaminadas por las aguas residuales que penetraban en el acuífero del que procedía el agua de los pozos. Este un cambio radical en el enfoque de la prestación de servicios a refugiados”.