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En Etiopía, la mala hierba es ahora fuente de energía

Historias

En Etiopía, la mala hierba es ahora fuente de energía

Con el apoyo de la Fundación IKEA, una cooperativa de refugiados somalíes y la comunidad de acogida etíope convierten las malas hierbas en energía.
13 Diciembre 2019 Disponible también en:
La refugiada somalí Asha Abdikadir Ahmed, de 42 años, cocina en una hornilla de carbón en su restaurante en Bur Amino, Etiopía.

Cuando Asha Abdikadir Ahmed solía cocinar con leña, su restaurante se llenaba de nubes de humo ondulantes. Pero ahora, cuando arroja una briqueta de carbón sobre el fuego, se quema y dura toda la mañana.

“Este carbón es mejor que la leña que estaba usando antes. Es más barato y más eficiente", dice Asha, de 42 años, quien ha estado administrando su propio restaurante en el campamento de Bur Amino para refugiados somalíes, en el sur de Etiopía, desde que abrió en 2011.

Asha explica que, en lugar de pagar 150 birr etíopes (alrededor de 5 dólares) diarios por un paquete de madera para usar como combustible, dos briquetas que cuestan cinco birr cada una, pueden durar todo el día.

Durante los últimos meses, Asha ha estado comprando briquetas de carbón de una cooperativa de más de 70 mujeres refugiadas somalíes y etíopes locales, que ha convertido la prosopis juliflora, un árbol de punta notoriamente invasivo, en una fuente de energía más limpia que brinda una gama de beneficios para la economía y el medio ambiente.

Originaria de América del Sur y Central, la prosopis se plantó en África durante todo el siglo XX y fue inicialmente usada para proporcionar carbón para cocinar, madera para hogares y cercas para el ganado, sombra del sol abrasador y una defensa contra la erosión del suelo.

Pero al crecer hasta 15 metros de altura, se ha ganado una reputación temible por tomar las tierras de pastoreo, amenazando los medios de vida de los agricultores y pastores. Los animales se enferman o mueren al comer sus vainas y pueden ser perforados por sus largas y afiladas espinas, mientras que las raíces profundas del árbol absorben agua en áreas que ya sufren de sequía.

"Donde hay un árbol de prosopis, no puede haber nada más. Tomará toda el agua y secará la tierra”.

“Las desventajas son demasiadas. Donde hay un árbol de prosopis, no puede haber otra cosa. Tomará toda el agua y secará la tierra”, dice Moge Abdi Omar, coordinadora del proyecto de la Organización de Mujeres y Pastoral Juveniles, Wa-PYDO, que creó la cooperativa en 2017 con el apoyo de la Fundación IKEA.

La cooperativa Bur Amino compra prosopis de otra cooperativa que corta el árbol en Dollo Ado en la frontera con Somalia. Juntas, las mujeres quitan la corteza del árbol para hacer briquetas de carbón sin humo y de combustión lenta para vender a clientes como Asha. Las sobras se venden como leña para cocinar.

Etiopía alberga a más de 700.000 refugiados. Satisfacer las necesidades energéticas de los refugiados en el campamento de Bur Amino y en otros lugares sigue siendo un gran desafío.

Al menos cuatro de cada cinco personas desplazadas por la fuerza en todo el mundo dependen de la madera para cocinar y calentarse. Esto no solo impulsa la deforestación y la degradación ambiental, sino que también puede incrementar las tensiones entre los refugiados y las comunidades de acogida que también dependen de la madera como fuente de combustible.

Además, la creciente deforestación a menudo obliga a las mujeres y niñas refugiadas a caminar cada vez más lejos para encontrar leña, exponiéndolas al riesgo de ser violadas o agredidas mientras viajan durante largas horas solas.

“Antes, solíamos caminar siete u ocho kilómetros en el monte. Había más peligros entonces”, dijo Saredo Abdi, de 26 años, miembro de la cooperativa Bur Amino.

“Antes, solíamos caminar siete u ocho kilómetros en el monte. Había más peligros entonces”.

Además de proporcionar un combustible más limpio, Moge dice que el proyecto tiene tres beneficios claros.

"Dado que estamos trabajando en medios de vida, los refugiados pueden obtener ingresos y oportunidades de trabajo. En segundo lugar, puede resolver el problema que tienen con la comunidad de acogida y, en tercer lugar, ayuda a abordar problemas de protección como la violencia de género”, agrega Moge.

El apoyo que la cooperativa ha recibido de la Fundación IKEA ilustra cómo un enfoque más amplio para abordar las situaciones de refugiados puede resultar en una mayor autosuficiencia y apoyo de los refugiados a las comunidades de acogida.

Tales ejemplos de alianzas estratégicas y solidaridad se mostrarán en el Foro Mundial sobre los Refugiados, una reunión de alto nivel que se inaugurará la próxima semana en Ginebra. El foro reunirá a gobiernos, organizaciones internacionales, autoridades locales, la sociedad civil, el sector privado, miembros de la comunidad de acogida y los propios refugiados para debatir las mejores políticas para proteger a los refugiados y ayudarlos a ellos y a sus anfitriones a prosperar y encontrar soluciones duraderas.

A más de 20 kilómetros de distancia, en Dollo Ado, la cooperativa que cosecha prosopois está trabajando arduamente, cortando los árboles que han transformado esta área seca y polvorienta en un bosque verde espinoso. Los burros rebuznan mientras una línea de camellos son cuidadosamente conducidos a través del matorral.

Los hombres arrojan los troncos del árbol invasivo sobre una pila. Cada pieza puede alcanzar entre 5 birr (0,20 dólares) y 20 birr (0,70).

Apoyando su hacha sobre su hombro, Aden Abdullahi Ahmed, miembro de la cooperativa Dollo Ado, dice que espera que su trabajo beneficie a las futuras generaciones de comunidades de acogida y refugiados por igual. Su cooperativa comenzó con 10 miembros que representan tanto a los refugiados como a sus anfitriones etíopes y ahora ya cuenta con 40 personas.

"Reducir la prosopis será muy útil para la energía", dice el hombre de 30 años. “Al mismo tiempo, lo estás erradicando y limpiando el monte. Tal vez los agricultores se beneficiarán de la tierra limpia”.