Refugiadas escalan monte en la Cordillera del Atlas para acabar con la violencia de género
Refugiadas escalan monte en la Cordillera del Atlas para acabar con la violencia de género
Conforme los llanos de arena en Marrakesh se convierten en verdes valles a las faldas de la Cordillera del Atlas, en el autobús donde viaja el grupo de refugiadas crecen la emoción y la exaltación por ver el pico nevado, el destino final de la excursión.
Se trata de un momento particularmente especial para Hanin, una estudiante de medicina de 24 años que huyó del conflicto en Siria y llegó a Marruecos como refugiada en 2012.
“No había visto nieve desde que salí de Siria. ¡No puedo creer que puedo verla otra vez!”, exclamó.
Hanin es una de las trece refugiadas que, junto con siete trabajadoras de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y sus organizaciones socias, se propusieron escalar el Monte Tuqbal, que, con 4.100 metros, es el pico más alto en Marruecos.
Estas mujeres – originarias de Siria, Yemen, República Democrática del Congo, Senegal y República del Congo – se sumaron a la excursión organizada por ACNUR en el marco de los 16 días de activismo contra la violencia de género.
El objetivo es llegar a la cima con el fin de generar consciencia en torno a los peligros y los retos que enfrentan las refugiadas no solo en sus países de origen, sino también en la búsqueda de protección y en las comunidades de acogida.
En Marruecos se encuentran más de 17.500 personas refugiadas y solicitantes de asilo registradas que provienen de alrededor de 50 países. En vista de que una de cada cinco mujeres desplazadas en el mundo ha sufrido algún tipo de violencia sexual, ACNUR tiene el compromiso de abordar la problemática y romper con los tabús que la rodean.
“A las mujeres queremos decirles que estamos con ellas”, explicó Hanin, quien luego agregó: “¡Recen por nosotras y deséennos suerte!”
Poco después de haber iniciado el ascenso de dos días desde el pueblo de Imlil, al pie de la montaña, las risas y las charlas se fueron disipando conforme las integrantes del grupo – cada una con aptitudes físicas distintas – se percataron de la escala del desafío que habían asumido.
Armadas con bastones de senderismo y protegidas del frío con gorros tejidos, chaquetas acolchadas y bufandas de color naranja, que simboliza la lucha para eliminar la violencia contra mujeres y niñas, el grupo fue avanzando poco a poco por los escarpados y rocosos senderos.
Cuando algunas de las senderistas vacilaban o se detenían para recuperar el aliento, aquellas con mejor condición física hacían una pausa para motivar al resto. Farida, una joven de 27 años originaria de Pointe-Noire, en República del Congo, es una de ellas. Llegó a Marruecos en 2018 y, si bien es futbolista profesional en el Club Atlético de Kawkab, en Marrakesh, hubo momentos en que escalar le pareció desafiante.
“No fue fácil. Caminamos un día entero, pero, al final, nos hizo muchísimo bien”, comentó Farida.
El grupo pasó la noche en un albergue de montaña. Estando ahí, a pesar de tener las extremidades cansadas y aun con la necesidad de descansar previo al ascenso del día siguiente, el grupo compartió alimentos preparados en tayines, bailó y charló hasta tarde. Algunas mujeres compartieron detalles de la violencia y el trauma que habían sufrido. En el grupo estaba Zineb, psicóloga profesional de la Fundación Oriente-Occidente en Rabat.
La mañana siguiente, cansadas pero decididas, las mujeres dieron inicio al último tramo del ascenso.
“Ayer fue un día duro, pero lo más importante es que hoy seguiremos escalando con la misma determinación que el día anterior”, comentó Hanin, mientras continuaban con el ascenso.
“Me permitió enfrentar mis miedos”.
Luego de varias horas de esfuerzo, el grupo llegó a las espectaculares cascadas de Ighouliden, a la sombra de la cumbre del Monte Tuqbal. Con los bastones de senderismo en el aire, las mujeres cantaron “refugiadas en la cima”, se felicitaron entre sí y compartieron reflexiones sobre la experiencia.
Valérie, refugiada de 28 años originaria de Duala, Camerún, llegó a Marruecos luego de atravesar los desiertos de Níger y Argelia durante un mes; en el trayecto a Marruecos, tuvo que recorrer grandes distancias a pie antes de subir al siguiente vehículo.
Haciendo lo posible por no llorar junto a la cascada, Valérie comentó que, aunque la excursión despertó recuerdos difíciles, la experiencia la resultó sanadora.
“El ambiente con todas estas mujeres fue fabuloso. Cuando teníamos energía, cantábamos, gritábamos y bailábamos”, contó. “Para mí, fue como una terapia porque me permitió enfrentar mis miedos y llenarme de esperanza. Ahora sé que podemos emprender aventuras como esta por placer, no porque nos obliguen a hacerlo”.