"Lo importante es que los niños están bien"
"Lo importante es que los niños están bien"
Fatima tiene 42 años y cinco hijos. Cuatro chicos (Hussein de 21 años, Mohamed de 20, Lawand de 15 y Laith de 7), y una niña (Simaf, de 4 años, que nació en Brasil). Viven desde hace cuatro años en São Paulo, donde están reconstruyendo sus vidas día tras día.
“Gracias a Dios fue posible, conseguí traer a mis hijos, eso es lo único que importa en la vida. Lo importante es que los niños están bien”.
Fatima vivía con sus tres hijos mayores y con su marido en Alepo, al norte de Siria. Su familia tenía una fábrica de ropa y ella trabajaba como costurera en el negocio. Desciende de una familia kurda y llegó a impartir clases de árabe para familiares que llegaban a su ciudad y no sabían hablar el idioma. En esa época, ella misma define su vida como un paraíso. Hasta que empezó la guerra:
“Yo amaba esa ciudad. Adonde mirara, podía contemplar años de historia. Paseaba mucho. Los castillos de Alepo tenían más de 7.000 años de antigüedad. Siempre iba allí porque desde casa de mi familia se veía el castillo a lo lejos. Era mi ciudad favorita de Siria, y la amaba. En el interior de Alepo mi familia plantaba olivos, uvas, algodón, trigo y pistachos”.
Al principio creía que todo iba a pasar, pero su marido la abandonó a causa de la guerra y se llevó con él a sus dos hijos mayores, que tenían entonces 12 y 13 años. Fatima dejó de tener noticias de los niños hasta que un conocido de la familia le dijo un día que los había visto en otro barrio, viviendo en la calle:
“Dejó a mis hijos en la calle. Mis amigos me contaron que los abandonó, mi hijo casi se muere antes de que mi familia consiguiera encontrarlos. Estuvieron seis meses en esa situación”.
Durante mucho tiempo tuvieron la firme esperanza de que los conflictos serían pasajeros, hasta que ya no pudieron aguantar más. Sola y con un hijo de 8 años al que cuidar, Fatima conoció a su actual marido. Durante un tiempo él vivió en Jordania mientras ella seguía en Siria. Pero el conflicto se fue agravando y decidieron vivir todos juntos en el mismo lugar:
“Estaba embarazada y era peligroso. Todo el mundo de mi barrio huyó. Mi madre no quería salir de casa, yo vivía cerca de ella, pero hablé con mi marido y me fui. Agarré a mi hijo y nos fuimos a Jordania”.
La familia vivió en Jordania durante cuatro años mientras esperaban que la guerra acabara. En el país sufrieron una gran discriminación. Tras reunirse con ella, sus hijos mayores tuvieron que ponerse a trabajar para ayudar a mantener a la familia. Solo el más pequeño podía estudiar. Todo era muy caro y vivían en condiciones muy precarias, hacinados en una habitación. Sintieron que estaban en un callejón sin salida y acudieron a la Embajada de Brasil:
“Queríamos salir de Jordania por los estudios de mis hijos, queríamos poder darles una vida mejor. Fuimos a los consulados de Australia, Suiza, Armenia: nadie fue amable con nosotros. Pero cuando entré al Consulado de Brasil nos recibieron con un “¡Bienvenidos!”; no olvidaré ese momento”.
La llegada a Brasil no fue fácil. Fatima cuenta que querían ir a algún sitio en el que tuvieran familia y aquí no conocían a nadie. Pero hoy ya están adaptados, todos sus hijos están estudiando y los dos mayores cursan formación superior como enfermero y auxiliar de vuelo.
“Nos acostumbramos más cuando comprendimos la cultura de aquí. Ahora mis hijos aman el arroz con frijoles y se los tengo que preparar. Pero al principio pensábamos: “¿por qué siempre arroz y frijoles?” Ya nos hemos acostumbrado, pero solo una vez por semana: todos los días como los brasileños no puede ser”, nos cuenta entre risas.
Hasta 2017 se contaban 2.770 personas refugiadas sirias en Brasil. Constituyen el mayor grupo entre los solicitantes de asilo con visados reconocidos.
Fatima trae al día a día de la familia los sabores y aromas que echa de menos. Su sabrosa comida hace también las delicias de los brasileños, que le encargan platos dulces y salados. Así, consigue unos ingresos adicionales para ayudar a la familia.
Las recetas de la madre ayudan a combatir la añoranza de un hogar que ya no existe. Su barrio fue bombardeado y reducido a escombros. Duele saber que su casa ya no está en su sitio. Cuando se acuerda de la guerra se pone triste:
“Alepo está destruida. Mi barrio, Ashrafieh, ya no existe: está completamente destruido. Mi madre sigue en Siria. Ahora allí se vive así: entran en las casas, limpian y se pueden quedar a vivir hasta que vuelva el propietario; si vuelve, tienen que salir y buscarse otra casa que esté vacía. ¿Acaso eso es vida? Antes mi madre era gorda, pero si la viera ahora… está muy delgada. Ya no aguanta más, A veces cuesta hablar con ellos porque es todo muy triste y esa tristeza se acaba contagiando”.
ACNUR actúa en la emergencia siria desde el primer momento. Somos la principal agencia de Naciones Unidas en cuestión de protección, acogida, servicios comunitarios y distribución de elementos de primera necesidad en Siria. Pero eso no es todo: estamos al lado de los refugiados y los acompañamos en cada paso de su viaje. En Brasil, a través de nuestros socios locales, apoyamos clases de portugués, convalidación de títulos y documentación, en un esfuerzo por que las familias se integren y tengan la oportunidad de vivir en mejores condiciones.