Chile: "Arepazo" para recordar los sabores de casa
A pesar de conocerse hace poco tiempo, compartieron como una gran familia, unidos por las duras experiencias del viaje y las ganas de encontrar la tan ansiada paz interior.
SANTIAGO, Chile - La noche ya había caído sobre la ciudad de Santiago. En las calles, los transeúntes caminaban a paso acelerado, batallando contra el frío e impacientes por llegar pronto a casa. En ese mismo momento -mientras miles de padres y madres abrían las puertas de sus hogares y se inclinaban para abrazar a sus hijos- Manuel Velázquez, un venezolano de 48 años, llegaba a un albergue de la Fundación Scalabrini, con rostro cansado, tras un largo día buscando empleo.
Manuel llevaba dos meses viviendo en la casa de acogida. Gastó los escasos recursos que le quedaban en el viaje desde Venezuela a Chile y, cuando llegó a Santiago, ya no tenía lo suficiente para arrendar una habitación. Por eso, decidió buscar alojamiento en el centro para varones de la Fundación Scalabrini -una antigua casona de ambiente húmedo, paredes gastadas y uno de esos suelos de madera que crujen cuando se camina sobre ellos. Había lugar para él: tras subir las escaleras, en la segunda planta, le esperaba una cama vacía dentro de una habitación repleta de camarotes.
Tras unas semanas en ese lugar, Manuel se enteró que su esposa ya había dado a luz a su tercera hija en Venezuela: “Fue difícil para mí saber que mi hija ya había nacido”, recuerda. “Me causó mucha alegría y, al mismo tiempo, solté varias lágrimas porque no la pude acompañar en el momento de su nacimiento. Es difícil no poder conocerla, tocarla y verla crecer”.
La noche del “arepazo”, 60 varones llegaron hasta el albergue de la Fundación Scalabrini. Al igual que Manuel, todos habían tenido una larga y agotadora jornada laboral: algunos subieron al segundo piso de la casa para descansar en sus camarotes, mientras que otros se paseaban por los pasillos con una toalla en los hombros, a la espera de su turno para las duchas.
De pronto, un olor delicioso comenzó a desprenderse desde la cocina y a recorrer cada rincón del recinto, impregnándose en las narices de todos quienes estaban presentes: era el aroma de arepas recién preparadas, rellenas de carne mechada, de “caraota” (frijoles negros) y de “reina pepiada” (una mezcla de pollo y aguacate).
“La actividad nos permitió sentirnos como en familia”
Fue así como el comedor principal -una habitación que en el pasado parece haber sido un patio interior- se convirtió en un espacio de risas, bailes y buena música al son de una guitarra. Se trataba de una sorpresa organizada por ACNUR, la agencia de la ONU de los refugiados: un “arepazo” que reunió a todos los habitantes de la casa alrededor de una larga mesa de madera, para recordar los sabores y la calidez de sus hogares.
“La actividad nos permitió sentirnos como en familia”, recuerda Manuel. “En mi país, solíamos vivir bien, no podíamos darnos grandes lujos, pero sí teníamos de todo muy sencillo”. Sin embargo, cuando su esposa quedó embarazada de su tercera hija, él tomó la decisión de irse cuanto antes: “No teníamos cómo sobrevivir. Venezuela es mi país natal, que tanto extraño, que tanto amo, pero no podemos hacer nada, sólo luchar desde afuera para que nuestras familias puedan comer algo y tener una mejor calidad de vida”.
La mayoría de los hospedados en el albergue de la Fundación Scalabrini son venezolanos. Cada uno de ellos tiene una historia de vida diferente, una razón dolorosa que gatilló su partida, y seres queridos ansiando volver a verlos pronto. “Es muy fuerte dejar todo atrás. Estamos hablando de gente que tenía una vida normal, como tú o como yo, y que de un día para el otro se encontró en una situación límite”, señaló la Directora Regional de ACNUR para las Américas, Renata Dubini, quien participó en el encuentro. “Pero… tienen ganas de encontrar un cierto nivel de tranquilidad emocional y de tener la posibilidad de comenzar una vida nueva”.
Tras la dura experiencia del viaje, la soledad y el desarraigo, el albergue ha entregado a estos varones la posibilidad de volver a sentir el calor de un hogar. Aunque estén a miles de kilómetros de casa, siempre tendrán un amigo con quien compartir sus sueños.
La Arepa es una comida tradicional venezolana que se prepara a base de harina de maíz. Una una sabrosa comida que se ha vuelto popular en Chile gracias a las más de 288 mil personas venezolanas que, en la actualidad, viven en ese país, según cifras oficiales.