Ecuador: Un mundo posible a través de mis ojos
Ecuador: Un mundo posible a través de mis ojos
Un mundo posible a través de mis ojos reúne las esperanzas que doce personas forzadas a huir han construido en Ecuador. Sus recuerdos y talentos toman la forma de objetos que componen sus historias de vida, las mismas que los acompañan día a día y les permiten seguir adelante marcando la diferencia mientras aportan a sus comunidades.
Agapito, Ángel, Arlyn, Carlos, Carmen, Daimara, Ismael, Julie, Maura, Omaira, Omar y Scarly son personas que fueron forzadas a huir que le ponen color a la vida de muchas otras a través del arte, el deporte, el rap, el trabajo social, el reciclaje, la gastronomía y las redes sociales. Todos y cada uno de ellos construyen un mundo posible donde las diferencias no generan exclusión y los talentos crean oportunidades (ver galería).
A salvo, reciclando para cuidar el planeta
No importa si hay lluvia o un sol agobiante, si se siente enferma o sin ganas, no hay nada sea suficiente para que Maura, una mujer reservada y luchadora, pueda llevar cabo una de las labores más nobles: reciclar para proteger al medio ambiente.
“Poco a poco estamos acabando el medio ambiente nosotros mismos. Me gustaría que este sea un planeta limpio, no contaminado, que mis nietos puedan respirar aire puro, que haya muchos árboles, muchas frutas”, dijo la mujer colombiana de 46 años mientras empuja la carreta en la que lleva kilos de material reciclado.
Pero para Maura, el reciclaje es una labor relativamente nueva. “Yo era patrona. Tenía mis fincas, sembraba plátanos, yuca, guineo, manejaba trabajadores. Tenía mis gallinas, mis chanchos, estaba bien. Tenía mi casa propia”, dijo, recordando con sinsabor cómo hace más de una década vio su vida desmoronarse en su hogar en Colombia, cuando la violencia tocó su puerta.
“Nos golpearon. A mi hijo mayor lo querían matar. Dijeron que, si no nos íbamos en 20 minutos, nos iban a matar a mi hijo y a mí”, dijo Maura. Con lo poco que pudieron tomar, salieron rumbo a otra ciudad con la esperanza de que los kilómetros en el medio le permitieran estar tranquila, con su hijo a salvo. “Pero ahí nos pasó lo mismo. Arrendamos una casa. Apuñalaron a la señora de la casa y nos dijeron que desocupáramos”.
Maura supo en ese entonces que quedarse en la Colombia que la vio nacer no era una opción y emprendió camino hacia Ecuador, sin saber qué sería de sus vidas ni cómo haría para mantenerse a flote.
Probó con la venta de comida. Desde pinchos, hasta arepas, ni los conciertos más grandes le permitían vender lo suficiente. Hasta que una conocida le pidió ayuda para recoger material reciclable a cambio de una comisión. “Eso debió haber sido como hace 10 años. Eventualmente, compré otro triciclo para probar cómo nos va. Una señora nos dio y le fuimos pagando del reciclaje”.
Poco a poco, Maura empezó a labrar su camino como recicladora. Y ahora es una de 15 personas refugiadas y ecuatorianas que hacen parte de una asociación que vela por el reciclaje de la ciudad. “Somos como una familia, en las buenas y en las malas. A veces estamos enfermos y nos echamos la mano”.
Maura le pone ahora todo sus esfuerzos y sueños a futuro en el reciclaje.
“La naturaleza es importante, hay aire puro, la tierra, todo es beneficio para nosotros. Pongámonos la mano en el corazón y tratemos de reciclar, que para eso están los de la asociación que pasan retirando, cuidar el medio ambiente que es para todos”.
Cuidando la vida del mar, una minga a la vez
Carmen se para en el centro del grupo para dividir las labores de la asociación. Juntos y juntas están a punto de empezar sus labores de limpiar la playa. Con rastrillos y sus manos, este grupo sale a recoger basura, palos y cualquier otro desecho que amenace aquella playa pacífica de la ciudad.
“Pues es que yo creo que el mar es salud y todo es muy importante porque hay seres vivos, los peces, todos los seres humanos”, dijo la colombiana de 48 años. “Todo eso es importante para la tierra, porque la atmósfera se contamina si no están limpias las playas”.
Su carisma natural la ha convertido en una lideresa firme y amada por los otros miembros y voluntarios de la asociación, un grupo de unas 30 personas.
En los 18 años que Carmen lleva en Ecuador, tiene cuatro como presidenta. “No es fácil, las personas no colaboran, ensucian las playas y no les gusta hacer caso. Botan la basura al piso sabiendo que hay tachos de basura en el lugar”, dijo ella. “Esta playa es muy bonita, pero le falta mucho en recolección de basura”.
Carmen conoce muy bien la labor y necesidades de iniciativas como esta, pero no como profesión sino como una pasión que encontró en Ecuador luego de verse forzada a huir de la violencia en su natal ciudad. Pero el agua siempre la acompaña y lo defiende como si fuera su casa.
“Aquí ya he vivido tranquila y feliz”, dijo Carmen mencionando que llegó de Colombia huyendo con sus dos hijos, y tuvo dos más en el país que le brindó protección.
Mientras los voluntarios y demás socios de la asociación, un grupo unido de personas tanto refugiadas como ecuatorianas, van terminando sus zonas por la playa para ir recolectando, Carmen empieza a hablar con los visitantes para intentar crear consciencia.
“Si todos los uniéramos, si todos ponen de su parte yo creo que esto no estaría así. Estaría mejor”, dijo.
“Cuidemos más nuestra playa, al medio ambiente. Que tengan más conciencia de que no echen la basura al piso, que ahí están los tachos de basura, que siempre piensen que es nuestra playa y que todo el planeta tierra, si lo contaminamos, eso va a haber después de las enfermedades”.
Guardiana de la Amazonía cuida del medio ambiente con productos orgánicos
Desde cualquier lado del pueblo se escucha la estruendosa risa de Omaira, una lideresa comunitaria que alegra cada rincón por donde pasa. Y la verdad es que en los casi 12 años que Omaira llegó de su natal Colombia, cambió completamente la dinámica del pueblo.
“Las personas que viven acá también eran retraídas, tímidas, no sentían como el deseo de ayudar. Y pues hoy, después de estos años, ha rendido frutos. El pueblo ya es solidario, todos se preocupan por ayudar a los demás”, dijo con una sonrisa enorme la colombiana.
Pero lo que más le apasiona a Omaira aparte de asegurarse de que cada residente del pueblo esté bien, es la tierra.
“Hombres y mujeres aquí somos cultivadores por naturaleza y nos gusta sembrar, realmente nos gusta”, dijo Omaira mostrando sus herramientas y manos luego de un intenso día de trabajo. “Aunque a veces el sol es duro, porque ahorita el clima ha cambiado y realmente ahorita más o menos fueron más de 6 meses de verano intenso y los soles ya son más fuertes, a veces no lo aguanto mucho”, añadió,
Omaira encontró un nuevo hogar en una zona fronteriza con Colombia, en la Amazonía ecuatoriana luego de que la violencia le obligara a desplazarse de su país.
Aquí se ha dedicado a explorar el cultivo orgánico. A aprender y enseñarle a otros vecinos a usar alternativas a los fertilizantes. “El placer de sembrar algo, de producir algo que usted se va a comer más sano es enorme”, dijo Omaira mientras riega la carreta en donde está haciendo el humus del fertilizante natural. “La agricultura no es que dé ganancia, digámoslo así, no es que se pueda vivir en totalmente de la agricultura, pero las familias puedan tener el inicio del pan de cada día”.
Omaira no toma muchos descansos entre sus actividades. Temprano en la mañana se levanta a revisar sus cultivos, luego hace rondas por el pueblo para ver a los vecinos, a veces hace talleres para enseñarles a todos a cultivar orgánicamente, y revisa el humus para ver cómo va el fertilizante. En medio de estas actividades, es cabeza de familia y cuida de sus hijas y nietos para darles almuerzo. Pero entre las labores que se ha tomado Omaira es liderar la Asociación de Mujeres para que puedan tener una vida libre de violencia.
“Yo me di cuenta de que era incapaz de defenderme a mí. Yo podía defender a otras, pero no, yo misma es la verdad que no”, dijo Omaira. “Yo aprendí a defenderme a mí misma, yo era la que estaba encerrada y seguía siendo maltratada. Pero ahora puedo reír libremente sin miedo”. Desde talleres y acompañamiento directo, Omaira junto a sus dos amigas se dedican a velar por los derechos de las mujeres en su pueblo.
Omaira toma aire y cierra los ojos y sonríe. “Debemos cuidar los espacios libres, los árboles que filtran el aire y no contaminar”, reflexiona Omaira. Sus 11 años en Ecuador, su hogar, le han permitido ver cómo ha cambiado el ambiente, cómo ha cambiado la pesca, el impacto del sol, las lluvias.
“La naturaleza es vida, hay que cuidarla para el futuro, para las futuras personitas. Nosotros tarde que temprano nos acabamos. Pero si no cuidamos el planeta ya no va a tener ni qué comer, el calor no lo van a aguantar, ya no van a poder trabajar ni ser libres como somos hoy en día”.
Refugiado haitiano informa sobre derechos y oportunidades a través de TikTok e Instagram
Hay muchos lugares y actividades que pueden ofrecer refugio. Ismael encontró dos: Ecuador, como un país que le devolvió la paz, y su cámara, donde puede capturar los buenos y malos momentos con solo presionar un botón. Esos momentos se convierten en recuerdos que emergen en una sonrisa mientras caminas.
El padre de Ismael decidió dejar Puerto Príncipe junto a su familia para brindarles un lugar donde crecer sin miedo. Fue en Ecuador donde vio la posibilidad de comenzar de nuevo, enfrentándose al enorme desafío de aprender un idioma completamente ajeno para ellos.
“No tengo muchos recuerdos de Haití porque cuando vine aquí tenía tres años. Los recuerdos que tengo son como destellos, como recordar un sueño que se ve borroso”, dijo Ismael mientras inclinaba la cabeza, intentando recordar algo. “Soy un ecuatoriano viviendo en una casa de haitianos”.
En su hogar, creció escuchando a su familia hablar en creole y cocinar platos típicos. Pero una vez fuera de casa, se rodeó de amigos que le enseñaron a hablar con la “f” al final de las palabras e incluso a sumergirse en discusiones sobre si el encebollado lleva canguil o no. Fue en este proceso de integración que descubrió su vocación: la producción audiovisual.
“Aprendí por mi cuenta sobre cámaras, micrófonos y luces; mis maestros fueron YouTube y Google”, agregó Ismael. “La pandemia marcó una gran diferencia para todos, ya que todos comenzamos a necesitar una cámara. Poco a poco me adentré en ese mundo y abrí mi canal de YouTube para compartir con las demás personas consejos que les permitieran crear un buen contenido audiovisual”.
Pero en medio de su camino en el mundo de las cámaras y los micrófonos, recibió una propuesta: crear videos para informar a personas refugiadas sobre sus derechos y oportunidades. Era la misma información que él y su familia necesitaron hace 19 años, pero ahora él podía proporcionarla de manera auténtica. Su vocación se convirtió en la mejor herramienta para cambiar la vida de las personas que llegan a Ecuador en busca de una nueva oportunidad.
“En Dale Play he conocido a personas maravillosas. Somos jóvenes colombianos, venezolanos, ecuatorianos y yo, como el único haitiano, quienes hemos vivido las mismas experiencias y también entendemos la importancia de las redes sociales en la actualidad”, añadió. “Sin ellas, es difícil acceder a información que te permita trabajar, estudiar o simplemente vivir en un lugar”.
Dale Play es una iniciativa de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados en Ecuador, que busca difundir información veraz sobre derechos, obligaciones y oportunidades a las que pueden acceder las personas refugiadas en Ecuador a través de las redes sociales. Sin embargo, la característica distintiva de este grupo es que son las mismas personas refugiadas quienes buscan la información requerida y la presentan en formatos dinámicos como TikToks y Reels.
“A veces, cuando buscas información en las páginas de instituciones y organizaciones, te encuentras con un lenguaje y formalidades que dificultan el entendimiento”, añadió. “Es por eso que decidimos transmitir el mismo mensaje, pero de manera amigable, informal y creativa. Al fin y al cabo, lo hacemos porque disfrutamos creando contenido y porque nos importa marcar la diferencia en la sociedad”.
Encontrar el significado de la felicidad por segunda vez, ¡es posible!
A veces, los sueños se materializan de formas casi inimaginables. Cuando Julie llegó a Ecuador, nunca pensó que dentro de unos años fundaría su propio negocio y que, además, brindaría una fuente de ingresos a otras personas que, como ella, llegaron a Ecuador en búsqueda de un futuro mejor.
Atrás quedaron los tiempos en los que Julie dedicaba su tiempo para formar a niños, niñas y adolescentes en la escuela de su comunidad. La brisa del mar y el azul del cielo que miraba todas las tardes junto a sus hijos luego de sus labores, ahora solo forman parte de sus recuerdos. No obstante, Ecuador le dio la oportunidad de volver a soñar y de reconstruir su vida.
“En Venezuela fui víctima de violencia de género. Eso, sumado a la situación de mi país, me obligó a salir y a buscar un nuevo camino. Pero pasó lo que pensé que nunca iba a suceder. En Ecuador conocí lo que es la felicidad nuevamente. Aquí pude reconstruir mi vida en todos los sentidos”, dice.
Ambato fue la ciudad que la acogió. Aunque su plan inicial era seguir su viaje hasta Perú, ‘la tierra de las flores y las frutas’ la enamoró y fue aquí donde empezó los cimientos de su nuevo futuro. Se enamoró y formó una nueva familia que ahora es su motor para salir adelante.
A pesar de haber tenido algunos empleos esporádicos, el deseo de emprender siempre estuvo latente en Julie. Sus conocimientos y habilidades por la cocina, adquiridos en Venezuela, fueron las bases en las que esta guerrera venezolana construyó su nueva vida. “Tuve la fortuna de encontrarme con una persona ecuatoriana que me abrió las puertas de su corazón y de su casa. Al inicio, mi única fuente de ingresos eran las arepas que vendía en la calle. Pero gracias a esta persona que me prestó su refrigerador, pude empezar a hacer postres y así incrementar mis posibilidades de generar ingresos”, afirma.
A través de las redes sociales, Julie se enteró de algunas capacitaciones en temas de emprendimiento que CorpoAmbato, la Corporación de Desarrollo de Ambato y Tungurahua, con el apoyo de ACNUR, brindaban a personas en movilidad humana y ecuatorianas. Se inscribió y, después de unos días, ya estaba asistiendo a clases. En este espacio, Julie aprendió sobre financiamiento, administración, identidad de marca, marketing digital, entre otros. Con estas herramientas, Julie inició su emprendimiento.
Warao Café es una cafetería online que le ha permitido a Julie enamorar a los ambateños con la sazón de sus postres y comidas. Gracias a las redes sociales y a lo aprendido en los cursos de CorpoAmbato, Julie no solo ha visto crecer su negocio, sino que con esto ha podido dar la oportunidad a otras personas que, como ella, buscan establecerse y encontrar una fuente de ingresos. “Yo ofrezco mis postres a otros emprendedores a precios especiales para que puedan venderlos. De igual manera, como trabajo a través de entregas a domicilio, muchas personas que trabajan conmigo han encontrado en Warao Café una forma de ganar dinero y así sostenerse”, cuenta Julie con una sonrisa dibujada en su rostro.
Pero Ecuador le ha dado más que un negocio. Su esposo y su segundo hijo, ambos ecuatorianos, son el mejor regalo que ha encontrado en este país. “Nunca he tenido problemas con personas ecuatorianas”, dice. “Por el contrario, siempre me he llevado bien porque demuestro las que cosas que sé hacer y mi capacidad para aprender de los demás. La familia de mi esposo me acogió y ahora es mi círculo de apoyo más cercano. Mis hijos pueden ir a la escuela, están aprendiendo, y eso me hace muy feliz porque es la base para que, con el tiempo, ellos también puedan construir su futuro y ser profesionales”.
Amante del corviche el bolón y el encebollado, Julie tiene una cosa clara: los anhelos e ideales nunca deben dejarse atrás. “Cuando yo salí de Venezuela, conmigo vino una maleta llena de sueños. No hay que desilusionarnos por más adversidades que encontremos, así tengamos 20, 30 o 40 años, debemos perseguir nuestros objetivos pese a las pruebas que nos pone la vida”, afirma.
Un viaje lleno de sueños y sabores
‘La Reina del Café’, así es como Scarly Gutiérrez se define a sí misma. Cuando llegó a Ecuador, hace aproximadamente 5 años, no hubiera podido imaginar que en pocos años se iba a convertir en una de las mejores estudiantes de la Escuela Gastronómica y de Hospitalidad Iche, ubicada en el poblado de San Clemente, en la provincia costera de Manabí.
Los recuerdos de la infancia de Scarly transcurren entre los juegos con los amigos de su barrio y los viajes a la casa de su abuela. Nunca pensó que, de repente, ella y su familia iban a tener que dejar su vida atrás para poder encontrar un nuevo hogar en donde recomenzar sus vidas. “Todo fue muy rápido. Recuerdo que en pocos días alistamos las maletas y emprendimos un viaje por tierra hasta Ecuador”, dice Scarly. “Mi mamá, mi hermana y yo estábamos tristes por dejar a nuestra familia atrás, pero también nos reconfortaba el hecho de volver a ver a mi padre y a mi hermano, que se habían ido antes y ya nos estaban esperando”.
A pesar de su corta edad – tenía 14 años cuando salió de Venezuela-, Scarly recuerda claramente el por qué tuvo que dejar toda su vida atrás. La situación económica de su familia no era fácil. Su madre había sido víctima de estafa y, a la par, habían sufrido un robo en su casa que las dejó prácticamente sin nada. Luego de un trayecto en bus que duró tres días y medio, Scarly y su familia llegaron a Ecuador.
“Desde niña, mi sueño siempre fue salir del país para conocer el mundo. No pensé que lo iba a cumplir de esta forma, pero la idea de que de una u otra forma estaba haciendo realidad uno de mis más profundos anhelos me ayudó durante este proceso”, cuenta Scarly. Su cara se ilumina cuando cuenta que lo primero que hizo al llegar al puente de Rumichaca, en la frontera de Ecuador con Colombia, fue comer una salchipapa, un plato tradicional ecuatoriano. “Este plato no existe en Venezuela. Con el tiempo, probé el ceviche y otros sabores nuevos. Así descubrí que la comida ecuatoriana es deliciosa”, afirma. Sin saberlo, el gusto por la comida y los sabores nuevos iban delineando un futuro prometedor para esta joven venezolana llena de sueños e ilusiones.
Jipijapa, en Manabí, fue la comunidad que recibió a Scarly y su familia. En este poblado, Scarly y sus hermanos pudieron ir a la escuela y seguir con su formación académica. Fue entonces cuando la gastronomía tocó la puerta de la vida de Scarly nuevamente. Gracias a una beca patrocinada por ACNUR, Scarly pudo ingresar a la Escuela Gastronómica y de Hospitalidad Iche, una de las mejores instituciones de la rama en Ecuador y con gran prestigio a nivel regional.
“No fue nada difícil integrarme a mi clase y a mis compañeros. Siempre he estado acostumbrada a llegar a lugares nuevos y estar con personas diferentes”, dice Scarly. “Siempre he dicho que la comida es un medio de salvación. Acá, en Iche, las clases demandan mucha atención y dedicación, pero me da mucha satisfacción porque son dinámicas y aprendí muchísimo”.
En Iche, Scarly aprendió a picar cebolla, a usar bien los cuchillos y otros implementos de cocina. También descubrió nuevas formas de sazonar la comida con productos orgánicos y locales, lo que fomenta el desarrollo de la comunidad. “Ahora soy la reina del café, me considero así a mí misma porque es una de las bebidas que más me gustan. También aprendí a combinar sabores”, dice con una sonrisa en su rostro. “¿sabías que el ají y la sandía son una excelente combinación?”, pregunta mientras echa a reír. “Combinan súper bien”.
El proceso de integración de Scarly no ha sido duro, aunque ha enfrentado varios desafíos. Sus amigos, muchos de ellos ecuatorianos, le piden siempre que cocine arepas y le hacen muchas preguntas sobre su país, Venezuela.
Al hablar de Iche, Scarly menciona lo importante que es para ella y su futuro el poder estudiar en esta escuela. No solo porque puede ponerlo en su hoja de vida, sino porque ella ha adoptado la gastronomía como una forma de vida.
El desplazamiento ha dejado una gran huella en la vida de Scarly. “A veces hay momentos feos en donde sientes que te quiebras y lloras bajito”, dice. “Pero las oportunidades se dan y nos llega la hora de salir de las situaciones malas. En un futuro me veo viajando por el mundo, mostrando mi cocina y ayudando a mi familia. Quiero ser feliz y libre”, asegura.
Ni los golpes ni las amenazas pueden derribar a un corazón valiente
Arlyn tuvo que huir en dos ocasiones para salvar su vida. En primer lugar, dejó su amada Colombia debido a las amenazas y extorsiones que prometían separarla de sus hijos. En segundo lugar, tuvo que escapar de su propio hogar, donde las caricias se transformaron en golpes y los halagos en insultos.
“En aquel tiempo, había muchos desplazados. Llegamos a Ipiales y nos dijeron que teníamos que cruzar la frontera hacia Ecuador. Fue entonces cuando me convertí en víctima de violencia intrafamiliar”, confesó Arlyn mientras apretaba sus manos y su voz se volvía más suave. “Recuerdo que empecé a trabajar en la cocina de un hostal en Tulcán, donde la dueña era una persona maravillosa”.
Sin embargo, Arlyn y su familia tuvieron que abandonar la comodidad que les ofrecía la ciudad fronteriza y trasladarse a la capital para iniciar su proceso de reconocimiento como personas refugiadas. Fue en Quito donde pudieron acceder a la asistencia humanitaria brindada por ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y otras organizaciones no gubernamentales. Gracias a ello, pudieron alimentarse, transportarse y vivir con dignidad. Pero nunca imaginaron que en ese lugar tendrían que tomar la segunda decisión más importante de sus vidas.
“Recuerdo que, en el último episodio de maltrato, cuando decidí salir de casa, él casi me mata”, reveló Arlyn. “Elaboramos un plan: un primo lo llevó de compras al mercado y aproveché ese momento para empacar mi ropa en sacos. Llamé a una trabajadora humanitaria y ella vino a recogerme. Me dieron la opción de irme de Quito a Cuenca o a Lago Agrio. Decidí venir a Cuenca”.
La vida de Arlyn siempre estuvo marcada por episodios que exigieron valentía y determinación para tomar decisiones. Esta mujer y sus seis hijos comenzaron una nueva vida una vez más, después de tantos comienzos, con la esperanza de encontrar finalmente paz y felicidad. En esta ciudad, Arlyn convertiría todas las amargas experiencias de su pasado en un apoyo vital para las mujeres que han sobrevivido a la violencia.
“Llegué directamente a la casa de acogida Mari Amor. Al mismo tiempo, estaba empezando la Asociación de Mujeres con Éxito, un grupo de supervivientes que brinda servicios de lavandería, catering y almuerzos”, menciona Arlyn con gran emoción, mostrando un banner de la fundación. “De esta manera, generamos recursos económicos que ayudan a estas mujeres y sus familias a alcanzar la independencia”.
Ser parte de este grupo le permitió conocer más historias de vida que la llevaron a decidir estar siempre cerca de la asociación y convertirse en una guía para las mujeres que han sobrevivido a la violencia. Esta vez, ya no como una persona asustada y temerosa del futuro, sino como una mujer fuerte y decidida que está dispuesta a enseñar y construir junto a otras sobrevivientes, caminos que las conduzcan hacia la libertad.
“Es un antes y un después. Uno llega a Mujeres con Éxito y ya no vuelve a ser la misma”, menciona Arlyn con una sonrisa en el rostro. “Creo que esta asociación me ha dejado una huella profunda, es hermoso y maravilloso saber que puedes seguir ayudando a otras personas a través de tu propia experiencia”.
Desde su quad, Omar lucha por la accesibilidad
Omar fue un incansable defensor de los derechos humanos en Colombia. Ni la violencia ni el conflicto pudieron extinguir su espíritu de buscar la paz. Sin embargo, en medio de sus actividades, un disparo le arrebató la movilidad en sus piernas, y a pesar de ello, las amenazas no cesaron. Esta difícil situación lo llevó a embarcarse en una balsa junto a su familia y cruzar a Ecuador, donde comenzaría una nueva vida.
Para muchos, estos sucesos habrían significado el fin de su activismo social, pero para Omar solo fue una pausa momentánea.
“Cuando llegué aquí, me dije a mí mismo que no volvería a participar en el trabajo comunitario después de lo que ocurrió en Colombia”, compartió Omar. “Pero no puedo quedarme de brazos cruzados. Siento la necesidad de ayudar a los demás”.
Al llegar a Esmeraldas, una ciudad costera de Ecuador, se encontró con un panorama desafiante para las personas con movilidad reducida. Aunque esta ciudad le devolvía la esperanza de reconstruir su vida, Omar se enfrentó a obstáculos para encontrar empleo y movilizarse por diferentes lugares en su silla de ruedas. Fue entonces cuando decidió unirse a una asociación de personas con discapacidad, donde, junto con otros individuos, unieron esfuerzos para adaptar espacios que facilitaran el acceso de sillas de ruedas a lugares públicos.
“Hay personas que han creído en esto, voluntarios con quienes hemos construido rampas en algunas casas de nuestros compañeros para ayudar a cientos de personas en sus hogares”, expresó Omar. “Organizamos rifas, actividades y buscamos jóvenes amigos que nos ayuden a construir pequeñas rampas”.
Para cumplir con su trabajo comunitario, Omar adquirió un quad y lo adaptó artesanalmente para transportar su silla de ruedas a todas partes. Su vehículo se ha vuelto tan característico que sus vecinos saben que ha llegado tan solo escuchando el sonido del motor de su quad. Con él, llega a los mercados y distribuidoras con las que puede negociar para abastecer su tienda llamada “La Completísima”, la cual pudo abrir gracias a un capital semilla otorgado por ACNUR. Esta tienda se ha convertido en su principal fuente de ingresos para él y su familia.
“Aún alimento la esperanza de que mi tienda crezca y pueda convertirse en una cadena que ofrezca los mejores precios a las personas y contribuya en la zona donde vivo”, compartió Omar.
Las adversidades que este refugiado ha enfrentado en su vida solo han fortalecido su determinación. “A pesar de haber pasado por todas esas dificultades y tener que huir en contra de nuestra voluntad, ahora debemos seguir luchando. Por eso, más que ser una víctima, me considero un sobreviviente”.
Para-karate le da segunda oportunidad de brillar a venezolano en Ecuador
Carlos Acosta decidió que su movilidad reducida no lo dejaría confinado en su hogar. Este talentoso deportista, campeón sudamericano, se prepara intensamente 24 horas antes de sus entrenamientos. Empaca cuidadosamente su maleta con los materiales necesarios, desciende unas escaleras del segundo piso con la ayuda de alguien más, y en muchas ocasiones, tiene que arrastrarse debido a la ausencia de familiares que lo asistan. Utilizando sus brazos, sube y baja colinas hasta llegar a la calle principal, donde aborda el transporte público que lo llevará a las instalaciones de la Federación Deportiva de Pichincha.
“Esta disciplina la adopté como motivación y para demostrarle a Ecuador que nosotros, como venezolanos, también podemos aportar nuestro granito de arena para que el país sea grande”, explica el atleta, quien tiene una firme creencia de que a través del deporte puede retribuir al país que lo acogió junto a su familia.
El año 2017 marcó un punto de inflexión en su vida cuando un disparo en su columna vertebral le dejó con la movilidad de sus piernas comprometida. Poco después, se vio obligado a abandonar Venezuela junto con su familia. En Ecuador, Carlos y su familia solicitaron protección como refugiados. Fue precisamente en ese momento, cuando más lo necesitaba, que el para-karate entró en su vida.
“He decidido superarme en la vida, y sé que con nuevas oportunidades puedo mejorar tanto físicamente como personalmente, así como en el deporte”, comparte el para-karateka.
En el karate, destaca el uso estratégico de bloqueos, puños y patadas durante los combates, así como la ejecución del Kata, que son secuencias de movimientos sin la necesidad de enfrentarse físicamente a un oponente. En el caso de Carlos y sus compañeros deportistas, se enfocan específicamente en la práctica del para-karate, poniendo énfasis en la implementación del Kata.
Su dedicación y esfuerzo en el para-karate lo han llevado a convertirse en un atleta oficial de la Federación Ecuatoriana de Karate, obteniendo cuatro medallas de oro en el campeonato nacional de Para Karate representando a Pichincha. Además, ha sido campeón provincial en Pichincha y ha ganado la medalla de oro en el campeonato sudamericano 2022 representando a Ecuador. Ahora, su deseo de seguir enalteciendo el nombre del país que le ha brindado una segunda oportunidad, lo motiva a plantearse nuevos y más grandes objetivos.
“Tengo el sueño de participar en unos Juegos Olímpicos”, comparte emocionado. “Espero que la vida me brinde esa oportunidad de hacerlo realidad”.
Rapero venezolano lanza mensajes de inclusión desde las plazas de Ecuador
Los versos fluyen en la mente de Ángel en un abrir y cerrar de ojos. Cada vez que comienza a rapear, un pensamiento siempre está presente en su mente: su historia de desplazamiento. Sus rimas son tan poderosas que dejan sin palabras a los espectadores de las batallas de gallos, donde se ha convertido en dos veces subcampeón de freestyle en Ecuador.
En 2015, Ángel y su madre dedicaron cuatro días para atravesar los Andes y llegar a Ecuador, específicamente a Cuenca, la tercera ciudad más importante del país. Esta experiencia marcó su vida y determinó el rumbo de sus versos.
“Fue un poco traumatizante, por decirlo de alguna manera, porque nunca lo esperas. Cuando eres una persona que tiene una vida, amigos, familiares y personas que te quieren, de repente tener que irte debido a una situación que ni siquiera depende de ti”, expresa Ángel. “Me afectó mucho”.
Sin embargo, los vacíos que dejaba la nostalgia de no estar en su país natal fueron llenados poco a poco por sus nuevos compañeros de colegio, quienes incluso lo eligieron como presidente de curso. “Tuve la habilidad de hacer amigos rápidamente y conocer a personas maravillosas aquí en Cuenca”, explica.
Su amor por la música y su afinidad por el lenguaje y la literatura dieron forma al talento que lo destaca hoy: el rap.
“El rap no es algo que se estudia en la universidad, sino que se aprende en la calle. Pero debes tener disciplina, escribir o rapear todos los días. Desde que conocí el rap, lo sentí en mi ser porque estudié música, así que siempre me ha interesado el arte y la comunicación”, recuerda.
A los 19 años, ya subía a los escenarios con su nombre artístico “Melo”. Fueron las batallas de gallos o competiciones de freestyle donde demostró a Ecuador, el poder que tiene la música en el imaginario colectivo. Su impacto fue tan grande que este joven talento irrumpió en la escena con sus versos afilados impregnados de su historia de desplazamiento, lo que lo llevó a convertirse en dos veces subcampeón nacional en esta modalidad.
“Gracias al rap, podría decir que soy una persona muy diferente, porque expresarme a través de letras, expresarme a través de sentimientos improvisados en el momento, creo que es una de las mejores sensaciones que he experimentado. Además, he conocido amistades que perduran hasta el día de hoy”, afirma Ángel con convicción.
Lideresa que aboga por los derechos humanos de todos y todas
Los líderes y lideresas comparten una cualidad fundamental: la valentía de alzar la voz cuando todos quieren callar. Conocer y defender los derechos humanos puede ser un camino largo y arduo para aquellos que se enfrentan a una realidad inmutable. Sin embargo, es en momentos difíciles donde nos damos cuenta de que nadie está exento de necesitar recurrir a esos derechos. Daimara lo comprendió cuando tuvo que huir de la violencia en su hogar. Al llegar a Ecuador, entendió que el cambio que buscaba residía en su capacidad para defender los derechos humanos.
“Cuando llegué a Ecuador, me di cuenta de que muchas personas desconocían muchas cosas, y sentí que mi propósito de vida era estar aquí y ser un instrumento para los demás”, afirma Daimara, convencida de que el conocimiento de los derechos humanos puede cambiar la vida de las personas.
Inmediatamente después de poner un pie en Ecuador, decidió capacitarse en algo que transformara por completo su vida, algo que le permitiera dejar una huella en las vidas de aquellos que, al igual que ella, necesitaban comenzar de nuevo. Así fue como se unió a los programas de fortalecimiento y capacitación en liderazgo y derechos humanos impartidos por ACNUR y la Comisión de Derechos Humanos en Guayaquil. Su objetivo era empoderar a las comunidades y brindarles el conocimiento sobre los recursos disponibles para salir de los ciclos de violencia y exigir una vida llena de paz.
“Se me presentó la oportunidad de capacitarme como Defensora Comunitaria de Derechos Humanos. Fue entonces cuando me di cuenta de que tanto los ecuatorianos como las personas en movilidad humana experimentábamos las mismas vulnerabilidades. Pude ver desde el terreno que los ecuatorianos también necesitan apoyo”, relata Daimara.
Daimara dedica gran parte de su tiempo a brindar asistencia e información a personas en movilidad humana y ecuatorianas sobre rutas de protección de derechos, mecanismos de prevención de la violencia, y los derechos y oportunidades que existen en los “Puntos de Atención de Derechos Humanos” en Guayaquil. Estos centros fueron creados con el objetivo de proporcionar orientación y apoyo capacitado a todas las personas que enfrentan vulneraciones de derechos.
“La experiencia que uno tiene permite ayudar a otras personas. Ya sea ayudándoles a conocer sus derechos o a informarse sobre otros temas, uno puede ser ese apoyo que les da ese empujón que quizás no se atreven a dar por miedo o porque se sienten solos, porque piensan que nadie les escucha”, agrega la lideresa.
De esta manera, Daimara difunde los derechos y las oportunidades entre las personas que más lo necesitan, con la esperanza de que algún día su comunidad pueda ser libre de cualquier tipo de violencia.
“Vas sembrando una semilla y brindando información a las personas que sí tienen derechos”, concluye Daimara con convicción.
Por una vejez llena de tranquilidad y dignidad
La pandemia del COVID-19 ha puesto de manifiesto la necesidad de crear medidas que permitan a las personas adultas mayores satisfacer sus necesidades básicas. Agapito y Vilma se despiertan cada día con una pregunta en mente: “¿Podremos comer hoy?”. Esta pareja de refugiados colombianos ha carecido de estabilidad laboral durante toda su vida y ahora, en su vejez, no cuentan con una pensión que les pueda proporcionar los recursos necesarios para cubrir sus necesidades.
“Hay días en los que apenas desayunamos, no merendamos. Hacemos una comida al día con mi esposa”, menciona Agapito mientras ajusta su mascarilla KN-95.
Los ingresos económicos de su hogar se reducen únicamente a la actividad económica de Vilma, quien es partera en San Lorenzo, provincia de Esmeraldas. Debido a la pandemia, esta era la única labor que podía desempeñar para cumplir con la cuarentena. En ocasiones, Vilma realizaba controles prenatales a mujeres que presentaban malestares durante su embarazo y no contaban con los recursos suficientes para acudir al médico. Sin embargo, esta actividad les permitía a Agapito y Vilma obtener ingresos mínimos para alimentarse.
“Yo atiendo a las mujeres embarazadas cuando tienen problemas, las acompaño hasta que llegue el momento de dar a luz. Me pagan y ya sé que podré comprar pollito”, menciona Vilma, quien es la principal fuente de ingresos económicos de su hogar.
Desde antes de la pandemia, ambos se unieron a la asociación de jubilados de San Lorenzo. En este espacio, personas adultas mayores refugiadas y locales llevan a cabo actividades como la confección, la elaboración de artesanías y la gastronomía para su venta. Además, reciben capacitaciones sobre derechos y oportunidades en Ecuador por parte de organizaciones como ACNUR. Sin embargo, la pandemia ha sido un obstáculo para que ellos y ellas puedan realizar estas actividades, agravando así los sentimientos de soledad.
“Esta pandemia ha afectado a todos, y a los adultos mayores, a veces no encontramos todos los medicamentos que necesitamos”, manifiesta Neira, secretaria de la asociación y amiga de Agapito y Vilma. “Cualquier persona, ya sea de Colombia o Venezuela, que llegue aquí, tiene las puertas abiertas”.
A sus 64 años, Agapito sigue buscando un empleo que le permita vivir dignamente junto a su esposa y dejar de pasar por tantas dificultades debido a la escasez de recursos económicos.
“Deseamos vivir en paz, salir a divertirnos para aliviar el estrés de estar tanto tiempo en casa. Que no falte comida para que nuestro estómago no se debilite”, dice Agapito. “Eso es lo que necesitamos”.