Si se les da la oportunidad, las personas refugiadas pueden avivar la esperanza y construir un mejor futuro
Si se les da la oportunidad, las personas refugiadas pueden avivar la esperanza y construir un mejor futuro
Mi nombre es Dauda Sesay. Soy esposo, padre (tengo cinco hijos) y líder refugiado, un rol que conlleva dificultades, triunfos, acciones y la esperanza de construir un mejor futuro. En mí coexisten dos mundos. Por un lado, Sierra Leona, mi país de origen; ahí están mis raíces, que son muy profundas. Por otro lado, Estados Unidos, la tierra que me dio acogida, la tierra que me abrazó y que me ha ofrecido nuevas oportunidades de vida.
La historia de mi pasado contiene capítulos dolorosos. Mi familia quedó destrozada por la violencia: perdí a mi amado padre y a una hermana de siete años. En mi cuerpo y en mi alma pueden verse las cicatrices de una herida de bala en la pierna izquierda; y casi pierdo el brazo derecho. Mi familia, que solía ser alegre y amorosa, fue cercenada. Pasé más de una década en un campamento de refugiados en Gambia, donde día con día debía superar dificultades, hacer frente a la incertidumbre y añorar la paz. Aun en circunstancias tan adversas y trágicas, la vida me obsequió momentos de mucha felicidad. Conocí a mi esposa, por ejemplo, y con ella recibí a nuestra hija en nuestras efímeras pero optimistas vidas.
La historia de mi pasado contiene capítulos dolorosos.
Luego de estar varios años en Gambia, Estados Unidos nos abrió sus puertas; así surgió la oportunidad de una nueva vida. En 2009, nos reasentamos en Baton Rouge, Luisiana. Aunque en un inicio este lugar nos resultó ajeno, no tardó en convertirse en nuestro nuevo hogar. Fue ahí donde conocí la bondad humana y la aceptación comunitaria. Dos generosas personas, la doctora Pamela Ravere Jones y la señora Virgie Kamara, materializaron una cálida bienvenida al acogernos a mi familia y a mí. Las amistades que hicimos y la compasiva comunidad local se convirtieron en nuestra familia extendida, lo cual dejó ver el espíritu de unión que existe en la humanidad.
Mi viaje personal no acabó con el reasentamiento. Transcurridos veinte años desde la separación con mi madre, en 2021 me reencontré con ella en Freetown, capital de Sierra Leona, su lugar de residencia. Nuestro encuentro fue sumamente emotivo y dio fe del inquebrantable poder de la fe y de los lazos familiares.
Hoy en día, mis experiencias y mi determinación alimentan mi trabajo y la dedicación que pongo en el empoderamiento de las personas refugiadas y migrantes para que puedan superar las adversidades y asumir un papel de liderazgo en sus comunidades. Actualmente soy Director Nacional de Redes de Comunidades africanas unidas. Mi trabajo consiste en liderar una red de cientos de instituciones y líderes africanos refugiados y migrantes que, en distintas partes de Estados Unidos, buscan incidir en cuestiones que les afectan a nivel individual y colectivo (incluidas sus familias). Como vicepresidente del Consejo de Administración de Refugee Congress y como integrante del Consejo Asesor de los Estados Unidos en materia de Refugiados, me encargo de garantizar que las personas desplazadas por la fuerza participen en la redacción y preparación de las políticas y los programas que me dieron la oportunidad de edificar la vida que llevo hoy en Estados Unidos.
La Organización de Refugiados y Migrantes en Luisiana (LORI, en inglés), de la que soy cofundador, ha ayudado a miles de personas refugiadas y migrantes a alcanzar la autosuficiencia mediante la participación cívica, el empoderamiento económico, la asesoría jurídica y la integración social. Entre ellas está una mujer afgana embarazada que fue evacuada durante la guerra; su esposo y sus dos hijos permanecieron en Afganistán. A pesar de los enormes desafíos, con su determinación y nuestro apoyo logró matricularse en clases de inglés y adquirió nuevas habilidades, lo cual le permitió integrarse con éxito. También he tenido el privilegio de colaborar y apoyar a otros líderes refugiados y migrantes, como Sharon Njie, una solicitante de asilo a la que brindamos asistencia. Ahora, trabaja en la Organización de Refugiados y Migrantes en Luisiana y es delegada del estado en Refugee Congress. Otros ejemplos son Sara Louis-Ayo, de Sudán del Sur, y Marcela Hernández, de Colombia; ambas echan mano de sus propias experiencias y habilidades para ayudar a otras personas en su camino a la integración.
A raíz de los estragos provocados por desastres como los huracanes Laura e Ida, en colaboración con otros líderes refugiados y migrantes, la Organización de Refugiados y Migrantes en Luisiana distribuyó alimentos y artículos de primera necesidad a más de 300 familias. Estos esfuerzos son un potente recordatorio de que, a pesar de las dificultades que hemos tenido que afrontar, las personas refugiadas somos resilientes y ansiamos retribuir a las comunidades que nos han dado acogida.
En el evento que llevamos a cabo cada año para conmemorar el Día Mundial del Refugiado convergen cientos de personas – que no solo residen en distintas partes de Luisiana, sino que también representan 35 países – para celebrar alegremente la diversidad y la unión. Este encuentro les brinda la oportunidad de contar sus historias, de aprender los unos de los otros, y de fomentar la empatía y el espíritu comunitario.
La inclusión de las personas refugiadas debe darse desde la igualdad.
Con miras al futuro, insto a los líderes y tomadores de decisiones en todo el mundo a mejorar y ampliar los programas de reasentamiento y demás oportunidades para las personas refugiadas. Por otra parte, es necesario incrementar los fondos para apoyar a las organizaciones que apoyan a las personas refugiadas y que impulsan su integración. Asimismo, resulta esencial que estas personas sean incluidas en igualdad de condiciones en la búsqueda de soluciones a los desafíos que afrontan.
Les invito, como integrantes de las comunidades locales, a abrir su mente y su corazón a las personas refugiadas y migrantes. Asistan a eventos, charlen con nosotros, conozcan nuestras historias y abracen nuestras culturas. Somos sus vecinos, sus profesores, sus compañeros de trabajo o de clase. Recuerden: las dificultades no son lo único que caracteriza nuestra trayectoria, sino que cada persona refugiada tiene una capacidad de resiliencia extraordinaria, que da fe de la capacidad que tiene el indomable espíritu humano de mantener la esperanza en medio de la desesperación, y de construir un nuevo hogar con las cenizas del pasado.
Aun así, les ruego hacer mucho más. No basta con conocer nuestro dolor, sino que es necesario emprender acciones para aliviarlo y acabar con él. Alcen la voz para abogar por la paz y por mejores condiciones de vida en los campamentos de refugiados y en las zonas urbanas alrededor del mundo, pues en todos estos sitios son muchas las personas refugiadas que aún enfrentan condiciones difíciles y un futuro incierto. No podemos olvidarnos de ellas.
El coro que se forma con nuestras voces tiene el poder de cambiar ideas, perspectivas y políticas. La empatía y la comprensión pueden marcar una diferencia tangible en el mundo. Al hacer frente a esta crisis humanitaria sin precedentes, construyamos un mundo inclusivo y empático, en el que toda historia de vida, sin importar lo trágico de su comienzo, tenga un final que nos llene de inspiración y esperanza.