Para una refugiada reasentada en Estados Unidos, participar en el Foro Mundial sobre los Refugiados es un privilegio, un honor y una gran responsabilidad
Para una refugiada reasentada en Estados Unidos, participar en el Foro Mundial sobre los Refugiados es un privilegio, un honor y una gran responsabilidad
Ayda Zugay hace parte de la delegación del Consejo Asesor de los Estados Unidos en materia de Refugiados, que busca garantizar que las personas desplazadas por la fuerza desempeñen un papel significativo en las políticas públicas que les afectan y en los órganos regionales e internacionales que dan forma a esas políticas. Ayda también integra la Delegación Legislativa de Refugiados de Massachusetts.
El Foro Mundial sobre los Refugiados se realizará del 13 al 15 de diciembre. Antes de que Ayda viajara a Suiza para asistir al evento, ACNUR quiso conocer sus motivaciones, expectativas y anhelos.
Participar en este evento es un privilegio, un honor y una gran responsabilidad. Agradezco estar presente en este encuentro por conducto del Consejo Asesor de los Estados Unidos en materia de Refugiados, sobre todo porque mi intervención irá más allá de simplemente compartir mi historia, pues se trata de una oportunidad para dar a conocer la situación de las personas refugiadas alrededor del mundo.
El Foro permitirá cambiar la percepción que se tiene de estas personas, es decir, de meros receptores de ayuda a líderes, agentes de cambio e innovación, así como fuentes de conocimiento experto y profesional. Creo que un entorno tan integral como este fomenta la creación de políticas mucho más eficaces para hacer frente a los desafíos que hay en el mundo. En el evento espero poder explorar otras formas de aprovechar colectivamente ambas dimensiones para que el impacto sea significativo.
Este evento no es solo un encuentro, sino también una oportunidad de generar un impacto real, de abogar por cambios que trasciendan las fronteras y de ser parte de un movimiento global que valora y amplifica las voces de quienes no suelen participar en las discusiones (por lo menos, no de una manera significativa).
Yo no opté por la incidencia, sino que fue ella quien me eligió a mí. Todo vino de una necesidad creada por un mundo que, desde el inicio, optó por rechazarme. Desde que nací, el hecho de pertenecer a una familia pluricultural fue objeto de debate público. Esa sensación de ser “lo otro, lo distinto” se agravó con la guerra y el genocidio en mi país de origen. Mi nombre, mi apellido, mi rostro, mi manera de pensar... Todo lo que me caracterizaba me convertía en un blanco. Recuerdo un momento surrealista en el que estaba jugando baloncesto y había disparos de fondo. Nos interrumpió un grupo de soldados que marcó nuestra casa con una /x/ roja, que significaba que ya no nos pertenecía, sino que estaba lista para ser ocupada por personas que sí se consideraban valiosas. Fui testigo de primera mano.
De no ser por estas vivencias, quizás estaría pensando en las estrellas, soñando con convertirme en física o astronauta. La vida, sin embargo, tenía otros planes. La resiliencia me redefinió, pues fui testigo de atrocidades que nadie debería vivir (aun así, ocurre). La incidencia me encontró en esa prueba de mi sentido de humanidad.
Cuando llegué a los Estados Unidos y, más tarde, cuando se sumaron mi madre y mi padre, nos tomó tiempo encontrar nuestro camino. No fue sino hasta que inicié mis estudios universitarios que caí en cuenta, realmente, de la trascendencia de lo que había vivido. Me percaté de cuán profundos eran mis deseos: un mundo en el que nadie tenga que vivir lo que yo he vivido, un mundo en el que la seguridad, la pertenencia y la prosperidad estén al alcance de todas las personas.
Eso ocurrió en el campamento de refugiados de Meheba, donde me convertí en cofundadora de la Iniciativa de Defensa de Refugiados [Refugee Advocacy Initiative], que no solo buscaba ayudar, sino también informar a las personas refugiadas sobre sus derechos y sobre cómo la incidencia podía convertirse en una herramienta de cambio y sanación. Estas actividades me llevaron, en última instancia, a cofundar Advancing Agency, una cooperativa de impacto social – una de las pocas que ha ganado premios – que no solo apoya a las personas refugiadas, sino que también les pertenece y es dirigida por ellas.
Necesitan que se creen redes preventivas y colaborativas. Impulsadas por la innovación local, estas redes globales tendrían la capacidad de mitigar los estragos inmediatos que causa el desplazamiento, así como prevenir la cadena de pérdidas – financieras y humanas – que con frecuencia resultan de respuestas aisladas que se hacen necesarias ante una crisis. Esto exige que aprovechemos la potencia colectiva de todas las partes interesadas que se esfuerzan por apoyar a las personas desplazadas y, de ese modo, hacer frente a los desafíos antes de que den pie a catástrofes humanitarias.
En el corazón de estas soluciones deben estar las voces de quienes más y mejor conocen las problemáticas que tratamos de resolver. Además, es urgente contar con políticas más inclusivas que involucren en toda conversación estratégica a las personas que están atravesadas por la experiencia del desplazamiento y que tienen conocimiento técnico; de ese modo, podrán participar activamente en las políticas que tienen un impacto en sus vidas. Al respecto, reconocer estudios y capacidades resulta esencial. Con un sistema mundial que reconozca y dé validez a la formación y el bagaje educativo de una persona, los refugiados podrán continuar con sus estudios y capacitación, lo cual las permitirá contribuir significativa y casi inmediatamente a las comunidades de acogida.
Para superar los desafíos que hay ahora, se requiere un enfoque coordinado y colectivo, así como un abordaje reestructurado del desplazamiento. Los gobiernos y las organizaciones internacionales deben colaborar para garantizar que sus políticas coincidan y para satisfacer eficazmente las necesidades de las personas desplazadas. Esto incluye no solo aumentar la financiación para que los programas que apoyan a las personas refugiadas potencien la colaboración, sino también – y ante todo – impulsar cambios en la política pública para prevenir situaciones que provocan desplazamiento.
El papel de la sociedad civil es crucial para cerrar las brechas entre la política pública y su aplicación, pues no solo ofrece apoyo en el terreno, sino que también aterriza los mandatos globales. Esto también le aplica a las organizaciones dirigidas por personas refugiadas, que conocen el contexto local, gozan de la confianza de las comunidades y cuentan con la participación de estas, todo lo cual es esencial para garantizar el éxito de cualquier intervención.
Espero – y ansío que sea en el futuro cercano – que el propio concepto de desplazamiento sea obsoleto. Anhelo un futuro en el que hayamos comprendido y dominado el delicado balance entre compensaciones e incentivos, para crear una sociedad global que deje de aceptar el desarraigo de vidas.