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Tras dos años de conflicto en Sudán, cientos de personas siguen huyendo diariamente a Sudán del Sur

Historias

Tras dos años de conflicto en Sudán, cientos de personas siguen huyendo diariamente a Sudán del Sur

Un promedio de 1.600 personas al día cruzan la frontera con Sudán del Sur para huir del conflicto en Sudán, lo que supone una amenaza de saturación para los pequeños centros de tránsito a los que llegan.
17 Julio 2024
Dos jóvenes y nueve niños posan sonrientes para la foto

Juma Peter Gai, sursudanés retornado de 24 años, sentado con sus sobrinas y sobrinos en su alojamiento en el centro de tránsito de Renk, Sudán del Sur. Huyó del conflicto de Jartum, Sudán con sus dos hermanas y los hijos de ellas en agosto de 2023.

La ciudad fronteriza sursudanesa de Renk es el punto de entrada de cientos de personas que huyen diariamente de la guerra en Sudán. Más de 745.000 personas han cruzado la frontera desde que estallaron los combates en la capital, Jartum, en abril del año pasado, y más de medio millón de ellas son sursudanesas retornadas que huyeron en busca de protección hace años, cuando Sudán era seguro y el sur estaba en guerra.

Ahora la situación es a la inversa, pero los resultados son los mismos: personas desarraigadas por el conflicto se enfrentan a desplazamientos, penurias e incertidumbre.

Una de las personas hacinadas en uno de los superpoblados centros de tránsito de Renk, Juma Peter Gai, sabe muy poco del país al que ha regresado. Juma, de 24 años, huyó de Jartum con sus dos hermanas en agosto, regresando a Sudán del Sur por primera vez desde que su familia escapó de la violencia cuando él apenas tenía un año.

“Lo que pasó en Jartum, pasó de repente”, cuenta sobre el estallido de los combates el 15 de abril de 2023. “Pensamos que duraría dos o tres días, pero tres meses después sentimos que la situación se volvía seria, así que decidimos irnos y venir aquí, a Renk. Dejamos a algunos de nuestros familiares en casa porque no teníamos dinero suficiente para traerlos con nosotros”.

Un flujo constante de llegadas

Les llevó cuatro días en auto llegar al puesto fronterizo de Joda, en el estado del Alto Nilo, donde ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, recibió a Juma, a sus dos hermanas y a los hijos de ellas, y los trasladó en autobús hasta el centro de tránsito donde recibieron asistencia humanitaria como alimentos, agua, mantas y atención médica.

El flujo constante de hombres, mujeres, niñas y niños en busca de protección está desbordando los dos centros de tránsito de Renk, que fueron diseñados para albergar a 4.000 personas, pero que ahora acogen a más de 9.000.

Las crecientes necesidades están ejerciendo presión sobre los limitados recursos de los centros, lo que significa que muchas familias viven en condiciones poco satisfactorias, con deficiencias sanitarias e higiénicas. La actual temporada de lluvias está empeorando las cosas, arrasando las carreteras y obstaculizando los esfuerzos para ayudar a los numerosos retornados sursudaneses a continuar el largo viaje de regreso a sus comunidades.

“La situación aquí es terrible”, señala Ruth Kirui, Jefa de la Oficina de Terreno de ACNUR en Renk. “Con la población actual, tenemos carencias en instalaciones de higiene y alojamiento. También nos preocupa que se deterioren los riesgos de salud existentes, como el cólera y otras enfermedades a las que podrían exponerse las personas que están aquí”.

Dolor y trauma

Las personas refugiadas sudanesas también están huyendo de la violencia y ACNUR está trabajando con el gobierno de Sudán del Sur y sus socios para trasladarlas a los campamentos y asentamientos de refugiados establecidos en Sudán del Sur. Los más cercanos están en el condado de Maban, a 300 kilómetros al sureste.

“El centro de tránsito estaba muy congestionado”, explica Limiya Daud, de 30 años y madre de tres hijos, quien ahora vive en un campamento de Maban. “Había muchas personas refugiadas de Sudán y muchas personas de Sudán del Sur hacinadas ahí, así que la vida era bastante difícil, particularmente durante la temporada de lluvias. Estás en un lugar pequeño donde no puedes hacer nada”.

Una mujer que tiene la cabeza cubierta con tela celeste, está sentada en la tierra

Todas las tardes, Limiya David pone una mesa en la puerta de su casa donde expone algunos artículos, sobre todo alimentos y cebollas, para venderlos a sus compañeros refugiados y a la comunidad de acogida de los alrededores.

Limiya sigue luchando contra el dolor y el trauma de la violencia que asoló a Jartum y la obligó a irse. Había “cadáveres tirados por las calles” cuando ella huyó, y algunos de sus familiares cercanos fueron asesinados. “Perdí a mi cuñada y a mi madre, quien me crió, además de otros familiares”, cuenta.

Limiya llegó al campamento de refugiados en mayo del año pasado y se ha integrado a la comunidad, incluso ha abierto un pequeño negocio para complementar la ayuda humanitaria que recibe. “Vendo cebollas, aceite y quingombó seco”, explica. “Utilizo el dinero para comprar ropa y atender otras necesidades. También reinvierto las ganancias para ampliar mi negocio y asegurar que las necesidades de mis hijos estén cubiertas”.

Una mujer que tiene la cabeza cubierta con tela celeste y sentada en la tierra, entrega sonriente una bolsa con cebollas

Limiya vende cebollas en su pequeña tienda frente a su alojamiento en el campamento de refugiados de Doro, condado de Maban.

Encontrar seguridad y protección

10 millones de personas se han visto forzadas a desplazarse desde que comenzó el conflicto más reciente de Sudán. De ellas, alrededor de 2 millones han buscado refugio en países vecinos, incluido Sudán del Sur, que a su vez se tambalea por los efectos del cambio climático, la inseguridad alimentaria y el conflicto entre comunidades.

Las nuevas llegadas diarias se suman a las más de 457.000 personas refugiadas y solicitantes de asilo de otros lugares que ya se encuentran en Sudán del Sur, así como a los más de 2,2 millones de personas desplazadas internas.

“Encontré seguridad y protección aquí en el campamento, donde mis hijos pueden acceder a servicios médicos”, asegura Limiya. “Pueden acceder a la educación, pueden conseguir comida y, al mismo tiempo, no escuchan disparos, que es algo que realmente les asustaba. No tengo planes de regresar hasta que haya paz en Sudán”.