Discurso de apertura del Alto Comisionado en la septuagésima quinta sesión plenaria del Comité Ejecutivo del Programa del Alto Comisionado
Discurso de apertura del Alto Comisionado en la septuagésima quinta sesión plenaria del Comité Ejecutivo del Programa del Alto Comisionado
Buenos días.
No ha habido medias tintas este año,
que ha estado repleto de contradicciones,
de sufrimiento y de pérdidas, no cabe duda, pues hemos presenciado conflictos, violencia y agresiones que han desplazado a millones de personas. Esta violencia nace de la idea – más bien, de una espantosa mentira – que sostiene que la guerra es el camino para alcanzar la paz.
En este año también ha habido asomos de paz.
Durante el verano, por ejemplo, tuvimos el enorme privilegio de enaltecer la mejor parte del espíritu humano, materializada en los atletas refugiados que compitieron en los Juegos olímpicos y paralímpicos de París.
Además, esta noche honraremos a la hermana Rosita, la ganadora del Premio Nansen de 2024, y a las cuatro ganadoras regionales (Maimouna, Jin, Nada y Deepti). Estas extraordinarias mujeres decidieron no darse por vencidas. Todas ellas son una fuente de inspiración, así como un poderoso recordatorio de que el sentido humano no se ha perdido del todo (aun en un contexto tan doloroso).
Así, para inaugurar esta sesión del Comité Ejecutivo, permítanme compartir algunas reflexiones mientras evaluamos los últimos doce meses, mientras nos esforzamos por comprender el presente con la mirada puesta en un futuro que jamás había sido tan incierto.
Estimada presidenta (querida Katarina),
apreciables delegaciones,
amistades y colegas,
No hay lugar en el mundo en el que la ansiedad y la incertidumbre sean tan palpables como ocurre en Líbano. Acabo de volver de una visita a Líbano y Siria. Aunque es posible que caiga en la obviedad, debo subrayar que las personas con las que me entrevisté – muchas de ellas, desplazadas; todas, afectadas por la guerra – desean que prevalezca la paz, que haya un alto el fuego en Líbano y, sobre todo, que el alto al fuego se mantenga mediante un significativo proceso de paz, sin importar lo difícil que parezca ser (esto se necesita con urgencia en Gaza). Esta es la única manera en la que se pondrá fin a un ciclo de violencia, odio y miseria. Un alto el fuego permitiría que las personas desplazadas por este conflicto – tanto en Líbano como en el norte de Israel – vuelvan a su lugar de origen. Un alto el fuego impediría que se desate una guerra regional de mayores proporciones y con implicaciones globales.
Imagino que han visto las imágenes y que conocen las cifras: cientos de miles de personas han sido desplazadas en Líbano; todas ellas tratan de ponerse a salvo de los bombardeos de Israel. Una vez más, la diferencia entre civiles y combatientes parece no tener relevancia. Se nos dice que las guerras son cada vez más eficientes. Quizás lo sean en cuanto a las tácticas y activos militares, pero no cabe duda de que no lo son cuando se trata de evitar daños, destrucción, desplazamientos o un número indiscriminado de muertes civiles. Podemos ver estos patrones bélicos en Gaza, Myanmar, Sudán y Ucrania, sitios en los que se simula la observancia del derecho internacional humanitario mientras se destruyen clínicas, escuelas y miles de vidas (en el caso de Líbano, incluso colegas de ACNUR han perdido la vida).
Quisiera honrar, nuevamente, la memoria de nuestros colegas Ali y Dina (también de Jad, hijo de Dina), sin dejar de lado a otras organizaciones, sobre todo UNRWA, pues 226 trabajadores suyos han fallecido; la cifra es impactante. No podemos aceptar que la vida del personal humanitario se deseche como simple daño colateral o, lo que es peor, que se les culpabilice o se sugiera que son cómplices. Si no logramos reafirmar el compromiso colectivo – precisamente este año, en que se conmemora el 75 aniversario de las Convenciones de Ginebra – de que la protección de las poblaciones civiles es una obligación jurídica, y si no logramos hacer valer la rendición de cuentas que emana de ese compromiso, las guerras serán cada vez más mortíferas y devastadoras, lo cual provocará más desplazamiento forzado interno y externo.
Aunque la comunidad humanitaria está de luto (pues se han visto afectadas muchas personas que la integran y sus familias), esta sigue presente en el terreno para cumplir con su labor. Siempre ha sido así, pues hacerlo es nuestra responsabilidad.
Por tanto, el personal humanitario está en Líbano, colaborando con socios y autoridades para satisfacer las necesidades más apremiantes; también para responder a la difícil situación sin hacer distinciones, siempre con una perspectiva de igualdad... porque los ataques aéreos no hacen distinción alguna: no distinguen entre libaneses y refugiados sirios. Desde hace años, Líbano ha dado acogida a personas sirias refugiadas, quienes están siendo desarraigadas nuevamente. Sin duda pueden percatarse de cuán compleja es la situación; la paradoja es evidente.
La incertidumbre nubla la vida cotidiana de la población libanesa. No cabe duda de que, si continúan los ataques aéreos, muchas más personas serán desplazadas y algunas de ellas optarán por abandonar el país. De hecho, muchas personas han decidido cruzar la frontera con Siria, un país que ha abierto las puertas a quienes huyen de Líbano.
En Siria, los refugiados libaneses y los retornados sirios necesitan ayuda de emergencia inmediatamente. Del mismo modo, el llamamiento que se publicó la semana pasada en Damasco y aquel que se publicó en Líbano unos días antes requieren contribuciones con urgencia. Asimismo, considerando que el 70% de las 276.000 personas recién llegadas es de origen sirio, la situación exige decisiones más contundentes, en congruencia con los dos ejes que he mencionado en el pasado.
Por un lado, ACNUR seguirá trabajando y haciendo incidencia con el Gobierno de Siria para garantizar la seguridad de las personas recién llegadas (incluidas las sirias, sobre todo porque muchas están volviendo a su país de origen). Abordé esta cuestión en Damasco, y confío en que, tal y como está sucediendo en la frontera, el Gobierno cumplirá con su compromiso con la eficiencia, la transparencia y los derechos; también confío en que ACNUR continuará monitoreando los retornos en los cruces fronterizos y en los lugares de destino.
Por otro lado, las personas están llegando a Siria, un país donde las condiciones son frágiles y donde las necesidades son avasallantes. Espero que los donantes brinden apoyo y ayuden a estabilizar los retornos, considerando que la Resolución 2254 del Consejo de Seguridad permite intervenciones considerables, no solo en la esfera humanitaria, sino también en el espacio de recuperación temprana.
Es urgente avanzar en estos dos ejes debido a los retornos que se están dando ante una situación de emergencia; al mismo tiempo, podría proporcionar elementos útiles para los debates que ha habido con respecto a las soluciones sostenibles para las personas sirias refugiadas.
Estimada presidenta,
En un contexto de crisis en Medio Oriente, parece sencillo – incluso, tentador – desconfiar del multilateralismo y, en su lugar, optar por el ostracismo. Sin embargo, la desconfianza y el aislamiento no son una opción para las personas refugiadas.
En el mundo hay 123 millones de personas refugiadas y desplazadas. La situación en la que se encuentran exige soluciones; la colaboración es la única vía para encontrarlas.
Hace apenas unos meses, en el Foro Mundial sobre los Refugiados, pudimos ver, de primera mano, cómo la solidaridad y la unidad pueden forjar un nuevo espíritu de cooperación. Transcurridos diez meses desde ese encuentro, nunca había sido tan importante recordar el compromiso – que ustedes y muchos otros mostraron en el Foro Mundial sobre los Refugiados – hacia la inclusión y la distribución de responsabilidades; ese compromiso produjo otros 2.000 en distintas regiones y sectores.
Siguiendo el liderazgo de Ruvendrini Menikdiwela, Alta Comisionada Auxiliar para la Protección, ACNUR está dando seguimiento al cumplimiento de esos compromisos, muchos de las cuales están teniendo un impacto tangible en las personas desplazadas y en las comunidades de acogida. Hay un sinnúmero de ejemplos. Ese es el poder del multilateralismo bien intencionado.
Mantengamos la llama encendida mientras nos preparamos para las reuniones del Funcionariado de Alto Nivel, el próximo hito institucional que, conforme al Pacto Mundial sobre los Refugiados, tendrá lugar en diciembre de 2025. Mientras seguimos respondiendo a las emergencias humanitarias, que no dan tregua, tendremos que poner en práctica las lecciones del Foro Mundial sobre los Refugiados; o sea, la solidaridad, la perseverancia y las ganas de encontrar soluciones.
Así ha sido en Ucrania, donde la población necesita ayuda para prepararse para el invierno, que seguramente será mucho más crudo de lo que lo fueron los dos anteriores (considerando que gran parte de la infraestructura para el suministro de energía eléctrica ha sido destruida por ataques rusos). También ha sido así en Myanmar, donde, en el último año, el número de personas desplazadas se ha elevado por más de dos millones debido a múltiples e implacables conflictos en todo el país.
Incluso en Sudán, una crisis en la que, aunque poco le interesa a los medios y si bien carece del apoyo financiero que necesita, hemos visto las dramáticas consecuencias de la inacción colectiva de la cual ACNUR ha estado advirtiendo desde que estalló la guerra hace 18 meses. La situación en Sudán puede empeorar.
He estado en el país dos veces este año. No hay palabras para describir lo que ahí ocurre. Más de once millones de personas han sido desplazadas – es decir, casi el doble de las que lo fueron hace un año – debido a enfermedades, inundaciones, hambruna y terribles violaciones a los derechos humanos. Dos millones de sudaneses se han convertido en refugiados; la mayoría ha sido acogida por Chad, Egipto, Etiopía, República Centroafricana y Sudán del Sur. Son países frágiles, que luchan por resolver sus propias crisis y que se esfuerzan por hacer frente a los estragos del cambio climático. No obstante, continúan recibiendo a las personas refugiadas. Apenas la semana pasada, por ejemplo, 25.000 sudaneses llegaron a Chad luego de huir de las atrocidades más recientes.
Consideren esto, por favor: esas 25.000 personas se suman a los 1,2 millones de refugiados que ya se encontraban en el país, que es uno de los más pobres del mundo. En un momento en que muchos otros países han optado por cerrar sus fronteras o, incluso, por usar a las personas refugiadas para fines políticos, no podemos dar por sentada la generosidad de los países de acogida. Por el contrario, debemos brindarles más apoyo (a todos los países que mantienen sus puertas y comunidades abiertas, a pesar de contar con pocos recursos): el plan de respuesta a la situación en Sudán, por ejemplo, apenas cuenta con el 27% de los fondos que requiere.
ACNUR hace tanto como puede en Sudán y en la región. Sin embargo, nos invade la impotencia. En la Asamblea General, en Nueva York, participé en diversos debates con respecto a la crisis en Sudán. Estando ahí, no escuché absolutamente nada que nos permita imaginar siquiera que los hombres armados que están destruyendo su propio país se sentarán en la mesa de negociaciones. ¡Qué pésima muestra del estado del liderazgo en el mundo de hoy!
En la Asamblea General también escuché que escasea la asistencia humanitaria, que tanto se necesita para, por lo menos, mitigar las consecuencias de un liderazgo tan mediocre.
Guerra y pocos recursos... Bueno, estimada presidenta, algo tiene que cambiar en esta letal ecuación. De otro modo, no debería sorprendernos que las cifras de desplazamiento se mantengan al alza ni que el fenómeno continúe esparciéndose geográficamente. La realidad es que, si no prevalecen la seguridad y la estabilidad, las personas refugiadas no interrumpirán su recorrido, lo que inquieta a muchos Estados. Hemos visto cómo ha aumentado el número de refugiados sudaneses en Libia y Uganda. Estas personas están cruzando el Mediterráneo, incluso el Canal.
Estimada presidenta,
Considerando la cantidad de emergencias, la falta de paz y lo distantes que parecen las soluciones a largo plazo, tampoco debería sorprendernos que el desplazamiento se prolongue en el tiempo.
Es necesario hacer mucho más para apoyar a los países y a las comunidades que por mucho tiempo han dado acogida a las personas refugiadas. Pakistán es un ejemplo importante. Estuve ahí en julio, con el propósito de llevar la atención hacia lo que ocurre en ese país; también con la intención de movilizar recursos para apoyar los esfuerzos gubernamentales para sostener la generosa hospitalidad que caracteriza a Pakistán, a pesar de las inquietudes que surgen con respecto a la seguridad y otras cuestiones. Aplaudí la suspensión del Plan de Repatriación de Extranjeros Ilegales, y ACNUR continúa instando a los Estados que han dado acogida a personas afganas refugiadas a no devolver a nadie en contra de su voluntad. Durante décadas, Irán y Pakistán han acogido generosamente a los refugiados afganos. ACNUR continuará trabajando con ambos países para preservar el espacio de protección existente y para encontrar vías para brindar más apoyo a las personas refugiadas y a quienes les han dado acogida.
Permítanme retomar otro argumento. El continuo recrudecimiento de las crisis también implica que ACNUR trabaje en contextos complejos y que encuentre maneras de llegar a las personas en mayor situación de vulnerabilidad. Acabo de mencionar el caso de Afganistán, pero ACNUR debe superar desafíos particularmente complejos en muchos otros países, pues opera en contextos muy politizados que a veces son también inseguros.
El primero de ellos es tratar con una amplia gama de actores, formales e informales, que ejercen el control sobre el territorio; en ocasiones, se trata de autoridades de facto, o bien de gobiernos sancionados o presionados por otros países. El acceso es el segundo desafío. Sudán y Myanmar son ejemplo de ello: en ambos países, las operaciones dentro y fuera de las fronteras son sumamente delicadas, pues las condiciones en el terreno cambian velozmente y sin previo aviso. El tercer desafío se relaciona con los requisitos de supervisión, de algunos donantes, que son cada vez más estrictos.
Conozco muy bien las circunstancias geopolíticas en las que ACNUR debe desenvolverse. Acepto el escrutinio que nace al operar en ellas. Al respecto, permítanme añadir que ACNUR agradece el apoyo que recibe y que la organización está totalmente comprometida con la transparencia en todo lo que hace.
Sin embargo, diría que, en contextos de guerra y de pocos recursos (como los que acabo de describir), la presencia de la organización no solo es necesaria, sino que debería reforzarse. La organización logra ser eficiente precisamente por su naturaleza apolítica. ACNUR debe seguir siendo flexible para que pueda adaptarse a distintas realidades en el terreno; así, podrá cumplir con su mandato de protección y soluciones.
Estimada presidenta,
Aunado al hecho de que la proporción de las crisis de desplazamiento ha aumentado exponencialmente en los últimos años (en los últimos tres, ACNUR ha declarado un promedio de cuarenta emergencias), los flujos poblacionales son cada vez más complejos.
Los conflictos, las persecuciones y la violencia generalizada siguen siendo los principales factores. En el mismo tenor, los efectos del cambio climático – inundaciones, sequías, pérdida de cultivos y fenómenos meteorológicos extremos – han multiplicado los desplazamientos. A esto debe sumarse la falta de oportunidades económicas. Además, no es fácil desembrollar los motivos que obligan a las personas a abandonar sus lugares de origen, que, con frecuencia, son los mismos. Es en estos contextos en los que hablamos de movimientos mixtos; es decir, las personas refugiadas y migrantes recorren las mismas rutas. Cabe decir, por cierto, que no todas estas rutas llevan a Europa ni a la frontera sur de Estados Unidos. Los movimientos mixtos se dirigen al sur de África, al Golfo o al sudeste asiático. Estos movimientos suponen desafíos tanto para los países en los que se encuentran las rutas como para las propias personas refugiadas y migrantes, que deben afrontar considerables riesgos de protección cuando están en situación de movilidad humana.
Quizás se pregunten: ¿qué se puede hacer al respecto?
Para empezar, no se centren en sus fronteras. Cuando las personas refugiadas y migrantes llegan a ellas, la presión política lleva a los gobiernos a tomar decisiones reactivas. En consecuencia, se enfocan en el control, en detener el movimiento migratorio, en esquemas que tercerizan, externalizan o, incluso, paralizan la figura del asilo, lo cual constituye un incumplimiento de obligaciones internacionales... y, francamente, no surte ningún efecto.
En vez de eso, observen qué ocurre en los lugares de origen.
Identifiquen las causas de raíz.
Detecten oportunidades para recibir protección en los países de tránsito (por ejemplo, la estancia legal y los programas de regularización), que deberían ampliarse considerablemente con el apoyo de los socios para el desarrollo. Creen otras vías regulares – además del reasentamiento y la reunificación familiar, entre otras – para que cada vez menos personas tengan que emprender peligrosas travesías. Las Oficinas de Movilidad Segura en las Américas ejemplifican los centros multipropósito en los que colaboran ACNUR y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), uno de los principales socios en esta tarea, con el propósito de reforzar las vías regulares, que complementan los esfuerzos de regularización e inclusión que muchos países en la región están llevando a cabo (entre ellos, Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador y México).
Por otra parte, cuando las personas refugiadas y migrantes lleguen a sus fronteras, ACNUR les brindará apoyo en el desarrollo de respuestas que observen el derecho y consideren los desafíos que suponen los movimientos mixtos. Estas respuestas incluyen procedimientos de asilo justos y eficientes que pueden identificar rápidamente a las personas que necesitan protección internacional y, al mismo tiempo, que sean capaces de ayudar, a quienes no necesiten ese tipo de protección, a volver a sus países en condiciones dignas y seguras.
Los mecanismos de cooperación permiten cumplir con esta responsabilidad compartida, siempre y cuando reconozcan y respeten el derecho a solicitar asilo. Por otra parte, cabe la posibilidad de explorar esquemas regionales de desembarque que permitan optimizar recursos al realizar la búsqueda y rescate, al llevar a cabo los trámites, o bien al autorizar el ingreso de las personas o al ayudarlas a volver a sus lugares de origen tras haber evaluado su solicitud.
La Agencia de la ONU para los Refugiados está lista para ofrecer asesoramiento experto; también para encargarse del monitoreo que permita garantizar la viabilidad y licitud de estos mecanismos.
Estimada presidenta,
Nos entusiasma ver que, en diversos instrumentos regionales (desde la Declaración de Los Ángeles sobre Migración y Protección hasta el Pacto sobre Migración y Asilo de la Unión Europea), se está dando un cambio de paradigma en torno a los enfoques integrales. Al respecto, no cabe duda de que su aplicación será el instrumento que realmente medirá su eficacia.
Sin importar el modelo por el que se opte para implementar respuestas integrales, el fortalecimiento institucional de los países de tránsito y de asilo requiere apoyo e inversiones sustanciales, que son también necesarias para garantizar el cumplimiento de las obligaciones internacionales.
Vale la pena hacer hincapié en este punto. En definitiva, queda claro que se necesitan soluciones innovadoras; o sea, soluciones que, además de ser pragmáticas, se guíen por los principios regentes. Al respecto, no duden que ACNUR es su socio; la organización seguirá cumpliendo con su mandato, y podrán contar con ella para defender contundentemente la figura del asilo.
Estimada presidenta,
Mientras se refuerzan las respuestas a las crisis de refugiados, no podemos darnos el lujo de ignorar lo que ocurre en los países de origen. Es necesario atender las causas del desplazamiento; también es imperativo encontrar soluciones, incluso para las personas desplazadas internas, pues las cifras se han duplicado los últimos diez años. Además, muchas de ellas se convertirán en refugiadas si no reciben apoyo en su propio país. Esta cuestión ha llamado nuevamente la atención en los últimos años (algo que ACNUR agradece); por ejemplo, con la Agenda de Acción del Secretario General sobre los Desplazamientos Internos, que ha sido liderada por Robert Piper, Asesor Especial.
Imagino que él compartirá sus hallazgos. Por lo pronto, sobra decir que ACNUR seguirá colaborando con él y con su equipo para desarrollar una sólida respuesta institucional al desplazamiento interno. ACNUR impulsará decididamente los enfoques y mecanismos que el Secretario General implementará en las próximas semanas, una vez que haya concluido la labor del Asesor Especial, para alcanzar los objetivos de la Agenda de Acción.
De cualquier forma, las soluciones en los contextos de refugiados siguen siendo esenciales, aunque es difícil encontrarlas.
Cerca del 70% de las personas refugiadas han sido acogidas por países que están cerca del suyo. De hecho, la mayoría de ellas desea volver a su lugar de origen, cuando sea propicio, en condiciones dignas y de manera voluntaria. Sin embargo, no olvidemos que la evaluación que hacen las propias personas refugiadas de la situación es un elemento esencial para gestionar los retornos. ACNUR siempre les proporcionará información (incluida la percepción de la organización), pero la decisión final deben tomarla los refugiados; eso es lo que implica la voluntariedad.
No quiere decir que la situación en los países de origen siempre será propicia para los retornos a gran escala, sino que hace ver que la flexibilidad es necesaria, al igual que el apoyo, cuando las personas refugiadas optan por volver a sus lugares de origen, aun en condiciones que no son del todo propicias (de manera voluntaria, debo recalcar; aunque, en ocasiones, bajo coerción desgraciadamente). Esto es algo que podemos aprender de Burundi, Siria o Sudán del Sur. Debemos apoyar a las comunidades a las que las personas están volviendo; así, las raíces de los retornados podrán crecer otra vez. Entonces, se romperá le ciclo de desplazamiento.
El reasentamiento y las vías complementarias, por otra parte, son piezas trascendentales en el rompecabezas de las soluciones. Me enorgullece decir que ACNUR tiene la intención de presentar cerca de 200.000 casos para reasentamiento este año (una cifra récord); además, aprovecho la ocasión para dar las gracias a los países de reasentamiento – particularmente, Estados Unidos, Alemania, Australia y Canadá, entre otros – por la solidaridad que han mostrado y por abonar a la consecución de los objetivos del Pacto Mundial sobre los Refugiados.
Estimada presidenta,
La flexibilidad también debe hacerse presente cuando de financiamiento se trata. Como usted sabe, el panorama financiero de ACNUR era bastante sombrío, sobre todo a principios de año; por tanto, se tomaron diversas medidas de prevención. Por un lado, se congelaron los egresos en todas las operaciones de la organización. Además, si bien se hizo como parte de una revisión de mayor alcance, se eliminaron 1.000 puestos (es decir, un 6% del total de puestos en ACNUR).
Estas medidas se suman a los esfuerzos que la organización suele hacer para priorizar sus actividades. En este momento se están consolidando diversos aspectos de una transformación que se inició hace algunos años para que ACNUR sea más eficiente. La transformación implica descentralización, modernización de las herramientas y creación de alianzas con actores para el desarrollo, entre otros; además, permitirá que la organización actúe en congruencia con el Pacto Mundial sobre los Refugiados. Al respecto, me gustaría reconocer a la Alta Comisionada Adjunta, Kelly Clements, por dirigir el rumbo de la organización en esta etapa de modernización; también porque lo ha hecho de manera colaborativa, sobre todo considerando las iniciativas de transformación en todo el sistema de la ONU.
Afortunadamente, nuestra situación financiera ha mejorado este año (aunque aún está por debajo de las necesidades reales); en gran parte, ello se debe nuevamente al apoyo que hemos recibido de Estados Unidos, un país que año con año aporta la mayor porción del presupuesto de ACNUR. Mi más sincero agradecimiento. Por otro lado, permítanme hacer mención de los otros cuatro donantes más importantes: Alemania, Dinamarca, Suecia y la Unión Europea; también quisiera agradecer a los países que, como la República de Corea, aumentaron sus contribuciones sustancialmente.
Aun así, de los USD 10.800 millones que ACNUR necesita, apenas cuenta con el 45 por ciento. La incertidumbre aqueja el presupuesto de 2025 y de años posteriores. La volatilidad se combina con la asignación de fondos. En lo que va del año, tan solo el 14% de los fondos de ACNUR es flexible; ello, gracias a los paladines de siempre: Dinamarca, Noruega, Países Bajos, Suecia; y, por supuesto, muchos donantes del sector privado, con apoyo de socios nacionales, como España con ACNUR. Este porcentaje, que es bajo, obstaculiza la celeridad de la respuesta, sobre todo porque ACNUR depende fuertemente de un par de donantes, y no existe ninguna garantía de que se mantendrá la financiación con la que cuenta ahora. ACNUR no puede seguir operando en esas condiciones; ustedes, tampoco. Esta dinámica no es sostenible.
Estimada presidenta,
Por lo anterior, permítame ahondar en cuestiones de sostenibilidad, sobre todo considerando el contexto general que acabo de describir. Las emergencias se han multiplicado considerablemente. Además, debido a la falta de soluciones, las crisis se prolongan por años. Por otra parte, la financiación humanitaria no solo se ha tornado inflexible e impredecible, sino que no corresponde con las necesidades actuales... y, siendo honesto, es poco probable que lo haga.
Esto se traduce en problemas para todas las partes; en primer lugar, para las personas desplazadas y las comunidades de acogida, que están siempre rodeadas por la incertidumbre y no logran satisfacer sus necesidades. Por añadidura, esto afecta a los países de acogida, que, debido a lo impredecibles que son los niveles de financiación, no logran planificar ni responder adecuadamente de un año a otro.
ACNUR y sus socios hacen lo que pueden. En consecuencia, es necesario tomar duras decisiones – con frecuencia, de último minuto – para mantener o suspender las actividades, o bien para renovar o no los convenios de colaboración.
Esta dinámica también aumenta la presión sobre los donantes: considerando que las crisis humanitarias se han multiplicado, estas deben competir por los fondos con las prioridades presupuestarias nacionales e internacionales.
La sostenibilidad no tiene nada de nuevo. Es un elemento central del Gran Pacto, de la Declaración de Nueva York sobre Refugiados y Migrantes y, por supuesto, del Pacto Mundial sobre los Refugiados, que todos ustedes adoptaron hace seis años y, más tarde, lo refrendaron con los compromisos anunciados en los dos Foros Mundiales sobre los Refugiados.
Entonces, la pregunta central que debemos hacernos es: ¿cómo implementar todos estos compromisos?
Seré muy claro, si me lo permiten: no debemos alejarnos, para nada, de la asistencia humanitaria; sin embargo, debemos reconsiderar la sobredependencia en ella. No solo porque está diseñada para respuestas humanitarias a corto plazo, sino también porque, dado que no se creó para actividades recurrentes ni a largo plazo, se agota rápidamente; además, genera dependencia y no contribuye en lo absoluto al desarrollo de las capacidades de cada país (de hecho, podría incluso socavarlas o debilitarlas).
Pensemos en las escuelas que se construyeron con fondos humanitarios y que durante años solo las personas refugiadas accedieron a ellas. Pensemos también en la oferta de formación que deja fuera a las comunidades locales. Las oportunidades que ofrecen estos sistemas paralelos son limitadas, no son sostenibles financieramente y generan tensiones o confrontaciones entre las comunidades de acogida y las personas desplazadas. Lo mismo ocurre cuando se niega el acceso de las personas desplazadas a los servicios y las oportunidades.
Esta es la fórmula perfecta para la inestabilidad, sobre todo en un contexto en el que más de la mitad de las personas refugiadas tiene menos de 25 años. El profesor Muhammad Yunus, principal asesor del nuevo Gobierno de Bangladesh, se ha expresado ampliamente con respecto a la dura situación en la que se encuentran miles de jóvenes rohingya refugiados, quienes dependen de la asistencia humanitaria, no tienen acceso a oportunidades, pero sí tienen relación con un mundo en el que la maldad está al acecho, lista para aprovecharse de sus necesidades.
La exclusión no solo es reprobable, sino que supone un riesgo. Incluir a las personas refugiadas y desplazadas en las comunidades de acogida, según se estime viable y conveniente, es una opción mucho más sostenible.
Permítanme profundizar en esta cuestión brevemente. Sé que a muchos países de acogida les preocupa – y tienen sus motivos – que la inclusión y la integración no resuelvan nada, sobre todo considerando que la integración permanente es prácticamente imposible en algunos contextos.
Sin embargo, la inclusión y la integración no son sinónimos. La inclusión se da dependiendo de la duración del desplazamiento, para que, en la medida de lo posible, las personas desplazadas puedan ser autosuficientes. Esto no modifica el compromiso adquirido – por todos los aquí presentes – con respecto a la búsqueda de soluciones duraderas, con respecto a los retornos en condiciones dignas y seguras ni con respecto al reasentamiento y otras vías complementarias, según se detalla en el Pacto Mundial sobre los Refugiados.
Sobra decir que las personas refugiadas están siendo incluidas por muchos de ustedes, en una multiplicidad de contextos; por ejemplo, en Brasil, Colombia, Irán, Mauritania, México y Uganda, pero la lista sigue y es extensa. La conclusión a la que han llegado todos estos países – tal como hizo Kenia con la preparación del plan “Shirika” – es que lograr que las personas refugiadas sean autosuficientes e incluirlas en los sistemas y las estructuras nacionales es mucho más sostenible y eficiente que permitir que dependan enteramente de la asistencia humanitaria.
Los países de acogida también temen quedar a la deriva, en un momento en que la asistencia humanitaria se agota, y la ayuda al desarrollo de las personas refugiadas y de las comunidades de acogida se demora en llegar (si es que lo hace del todo). Este temor es entendible; para hacerle frente en los contextos de refugiados, ACNUR ha estado colaborando con actores para el desarrollo, sobre todo porque ni las personas refugiadas ni las comunidades de acogida recibirán apoyo sin contar con la ayuda de la comunidad internacional. Además, con este modelo no se busca que las responsabilidades recaigan únicamente en los países de acogida, sino que se trata de reforzar, incluso con apoyo financiero, las capacidades y la resiliencia de los países y las comunidades de acogida para que, de manera exitosa y sostenible, puedan incluir a las personas desplazadas en los sistemas nacionales de respuesta en tanto permanezcan en su territorio.
Las ventajas de este enfoque son claras y evidentes. Por un lado, beneficia a las comunidades de acogida de manera mucho más clara y directa. Aprovecha el capital humano de las personas desplazadas, que adquieren un compromiso mayor hacia las comunidades de acogida porque se convierten en participantes. Además, permite a los países de acogida obtener financiación adicional para el desarrollo, incluso en áreas de difícil acceso, que es donde las personas refugiadas suelen encontrarse. Por último, beneficia también al ACNUR, pues le permite enfocarse en la protección y las soluciones; también beneficia a los donantes, dado que este enfoque puede liberar un poco de la presión sobre la financiación humanitaria.
Hoy en día, hay profesionales de la salud sudaneses trabajando en clínicas y hospitales de Juba. En algunos países europeos, las personas refugiadas de Ucrania pueden acceder al mercado de empleo. La inclusión de las personas refugiadas abona al crecimiento económico y a la estabilidad social. Las fuentes son claras al respecto; también son vastas y continúan multiplicándose. La inclusión no es solo un enfoque hacia el presente, sino una inversión para el futuro. Ante todo, permitirá que las personas refugiadas se preparen para un posible retorno a sus lugares de origen.
ACNUR espera poder colaborar con los Estados interesados en recorrer el camino de la sostenibilidad. No todas las situaciones serán propicias; además, sobra decir que sería un gran error querer usar “la misma receta” en contextos que difieren mucho entre sí. Sin embargo, siempre que exista la posibilidad y la voluntad, ACNUR estará dispuesta a ayudar.
La organización, por su parte, continuará creando sólidas alianzas con los gobiernos de acogida, organizaciones para el desarrollo, instituciones financieras y bancos multilaterales. La cooperación y su impacto han avanzado considerablemente en diversos sitios, desde Uganda hasta Colombia. ACNUR se esforzará aún más por movilizar la atención y los recursos del sector privado, lo cual liberará el potencial de las personas desplazadas y de las comunidades de acogida (en inversiones, valor de mercado y capital humano).
Al igual que otras organizaciones humanitarias, ACNUR ha estado trabajando en esto desde hace varios años. Sin embargo, hace falta acelerar y ampliar el alcance de las alianzas. Gracias a las consultas regionales y a las reuniones bilaterales, se sabe que sigue habiendo muchas inquietudes, sobre todo con respecto a la implementación (es decir, cómo encajará este nuevo enfoque con los marcos ya existentes en cada país). Han surgido interrogantes con respecto a la financiación; también se preguntan, por ejemplo, si el cambio a un modelo de asistencia más sostenible funcionará de manera distinta en países de renta media y baja.
No ignoramos sus inquietudes. El diálogo se mantendrá abierto, a manera de consultas, como ha ocurrido siempre; así, poco a poco se irán disipando estas dudas, que son importantes. Hablé con Raouf Mazou, Alto Comisionado Auxiliar para las Operaciones, para coordinar las discusiones desde ACNUR. Es necesario que reflexionemos aún más con respecto a los programas y el presupuesto, incluso que consideremos si debemos optar por presupuestos plurianuales que apoyen la planeación estratégica plurianual, que resulta esencial para sostener la autosuficiencia, como se ha observado en muchas operaciones de ACNUR.
Sin embargo, nada de esto ocurrirá ni se concretará sin antes consultarlos a ustedes, en congruencia con los mecanismos y la estructura de gobernanza de ACNUR (espero que esta deferencia sea mutua). Por otra parte, argumentaría que los países de acogida deberían liderar gran parte de las consultas; así, sus necesidades e inquietudes estarán al centro de toda acción futura.
Estimada presidenta,
Antes de concluir, permítame decir que me complace que la apatridia haya ocupado un lugar central en esta sesión del Comité Ejecutivo. No diré mucho al respecto porque más adelante habrá un segmento dedicado a este tema.
Sencillamente, mencionaré que en 2014 se lanzó la campaña #IBelong para acabar con la apatridia en una década. El objetivo era ambicioso, pero intencional... Ello se debe a que, si bien no hemos acabado con la apatridia, los avances alcanzados en los últimos diez años nos dicen que vamos por buen camino.
Más de un millón de personas han obtenido una nacionalidad desde que comenzó la campaña. Medio millón de personas dejaron de ser invisibles para la sociedad a la que pertenecen, pues se les reconoció el derecho de hacer cosas cotidianas que damos por sentadas, como abrir una cuenta bancaria o matricularse en una escuela.
En un contexto en el que no es fácil encontrar soluciones, es importante que nos demos un momento para celebrar estos logros, que han tenido gran impacto en la vida de quienes finalmente pueden ostentar una nacionalidad – o sea, una identidad – y aseverar, sin temor ni duda alguna, que en efecto existen.
Quisiera felicitarlos por sus esfuerzos y por su compromiso; particularmente, a Kirguistán, por haberse convertido en el primer país que logró resolver todos los casos de apatridia de los que se tenía conocimiento. Turkmenistán también comparte este gran logro desde hace un par de semanas. Aplaudo las acciones de ambos países. Asimismo, elogio a todas las partes interesadas (concretamente, organismos regionales, grupos de la sociedad civil, organizaciones dirigidas por personas apátridas – algunas de las cuales están aquí presentes –, colegas y, por supuesto, las propias personas apátridas) por las contribuciones que han hecho y por la colaboración que ha propiciado estos avances.
No cabe duda, como escucharemos en breve, de que las brechas y vacíos seguirán existiendo (en los marcos jurídicos, en los datos y en las soluciones disponibles). Nuestra labor no ha terminado... (Dentro de poco escucharemos qué sigue).
Estimada presidenta,
apreciables delegaciones,
amistades y colegas,
Para concluir... Con la mirada puesta en el año entrante, no olvidemos estas palabras: nuestra labor no ha terminado. El próximo año se cumplirán 75 años desde la constitución de ACNUR; sin duda será un año desafiante. Les suplico que sigamos trabajando, en conjunto y con humildad, para aprovechar cualquier oportunidad que nos permita encontrar soluciones en favor de las personas refugiadas, para abonar a la promesa de la Cumbre del Futuro, para refrendar – incluso en esta sesión, por favor – la naturaleza apolítica de la labor humanitaria.
Por favor, no perdamos la esperanza en el proceso... la esperanza de que la paz reinará en todos esos países en los que parece distante, incluso inalcanzable.
Al respecto, hago eco de las palabras que pronunció el Papa Francisco ayer: “las guerras son una derrota generalizada, sobre todo para quienes se consideran invencibles”.
Debemos recordar que las guerras acabarán.