Empeoran condiciones de familias desplazadas en Kabul
Empeoran condiciones de familias desplazadas en Kabul
Los hijos de Mullah Ahmed* observan las llamas que bailan en la pequeña estufa familiar. En esta casa de ladrillos de barro cocido, el cálido resplandor es un alivio en medio del frío invernal en Kabul que reina más allá de la cortina que hace las veces de puerta.
Al levantar la ennegrecida tetera de la estufa, Mullah libera una onda de gases nocivos. Para avivar el fuego, utiliza como combustible tiras de alfombras viejas y basura que recogió de las calles. “¿Qué puedo hacer?”, comentó. “No puedo costear la madera”.
Se trata de una historia recurrente de adaptación y supervivencia en Afganistán. No obstante, están por agotarse las opciones de Mullah. Él y su familia extendida (14 personas) se encuentran entre las 700.000 personas que se vieron obligadas a abandonar sus hogares en el último año debido al conflicto. Si bien los enfrentamientos parecen haber concluido, muchas personas desplazadas internas (PDI) enfrentan una crisis aún más devastadora que nace del colapso económico provocado por el conflicto.
El 3 de diciembre, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, advirtió que 23 millones de personas afganas (es decir, 5% de la población) enfrentan niveles extremos de hambruna; de hecho, casi 9 millones de ellas corren riesgo de padecer hambre y la crisis humanitaria “se agrava día con día”.
“Nos alimentamos de pan y vegetales baratos”.
Algunas familias han aprovechado el fin de los enfrentamientos y la asistencia que brinda ACNUR para volver a sus distritos de origen, donde hacen lo posible por adquirir alimentos y combustible, y por reparar las casas que sufrieron daños durante la guerra. No obstante, familias como las de Mullah, que no tienen empleo ni un hogar al cual volver, se encuentran en una terrible situación. La asistencia humanitaria es la única esperanza que les queda para evitar caer en un precipicio de deudas y hambruna.
“Nos alimentamos de pan y vegetales baratos”, comenta Farishta, de 28 años, quien hace fila en un edificio a las afueras de Kabul, donde ACNUR está distribuyendo ayuda en efectivo para las familias desplazadas en mayor situación de vulnerabilidad. “No hemos ingerido carne desde que llegamos a Kabul hace cuatro meses”.
Luego de que un equipo de evaluación de la ONU visitara la casa con una habitación que Farishta comparte con su hija Rehana (10 años), con su hijo Aslam (11 años) y con su hermano Salim (20 años), Farishta quedó registrada para recibir dos apoyos en efectivo que suman $490 dólares (USD). Estos recursos le permitirán pagar la renta y cubrir otros gastos para sobrellevar el invierno, como adquirir una estufa, leña, mantas adicionales y ropa. Para Farishta, que es viuda, la ayuda llegó justo a tiempo.
Como no había pagado la renta en los últimos tres meses, le preocupaba ser desalojada por su casero. Además del dinero que Salim ganaba con empleos poco usuales, la familia sobrevivía con préstamos. “Hemos obtenido nuestros alimentos con créditos”, comenta Farishta, quien planea utilizar el apoyo económico para liquidar todas sus deudas. Al hacerlo, sin embargo, gastaría la mitad del dinero, y no recibirá más ayuda en el futuro inmediato. “Me gustaría que mis hijos pudieran tener un mejor futuro. Me gustaría que vayan a la escuela, pero estoy atada de manos”, señala.
Cuidar de sus hijos no es la única preocupación que tiene. Farishta proviene de la provincia de Takhar, donde Salim estuvo trabajando como traductor para las fuerzas de EE. UU. Conforme el régimen Talibán se fue apoderando de Takhar en el verano, Farishta, su madre, su padre y sus hermanos, su hija y su hijo (20 personas en total) determinaron que la única opción era abandonar el país.
Se dirigieron a Nimroz, una provincia al suroeste del país, con el propósito de contactar traficantes que, atravesando Pakistán, llevan personas afganas sin documentación a Irán. “Pero no nos fue posible cubrir el costo de todos los viajes”, comenta Farishta. En consecuencia, su madre, su padre y sus hermanos más jóvenes se trasladaron a Irán, mientras ella y Salim viajaron a Kabul. Sin embargo, su familia en Irán también enfrenta dificultades: sus hermanos apenas pudieron conseguir empleos con salarios bajos como barredores públicos. A pesar de tener que cuidar de su hija e hijo, Farishta ha tenido que enviar dinero para ayudar a su familia, lo cual la ha sumido en más deudas.
ACNUR está brindando ayuda en efectivo a más de 20.000 familias desplazadas en la región central de Afganistán, que abarca Kabul y otras provincias circundantes. De acuerdo con Ahmad Sattar Faheem, asociado sénior de repatriación en la oficina de ACNUR en Kabul, la cifra ha aumentado diez veces el último año. La mayor parte de las personas desplazadas internas se encuentran dispersas en albergues de bajo costo o viven con familiares. Un par de semanas después de la caída de Kabul, algunas personas instalaron campamentos temporales en la capital, pero la mayoría de ellas están de vuelta en casa. Si bien muchas de estas personas aún viven en albergues temporales, sus condiciones de vida siguen siendo difíciles.
En el hogar de Mullah Ahmed, su hijo de 6 años, Assadullah, tose ásperamente sin quitar los ojos del fuego en la estufa. Farzana, la hija mayor (20 años), se agacha detrás de la chimenea; en sus brazos tiene a Umaid, su bebé de seis meses. La habitación es pequeña y los gases se apoderan del ambiente, pero el calor no llega a la otra habitación, así que la familia permanece en la primera. Descalza y vistiendo ropas delgadas y deshilachadas, Aseela, la hija de 3 años de Mullah, mastica un trozo de pan que encontró en el suelo.
Ver también: Afganistán al borde del colapso
Mullah comenta que la mayor parte del tiempo eso es todo lo que la familia tiene para comer. “Consigo pan viejo en la panadería. Lo mojamos con agua para suavizarlo”. Muestra los restos de algo de arroz mojado dentro de un plato que lograron rescatar. Cuando tiene un poco de dinero, compra un par de vegetales.
Han pasado cinco meses desde que la familia llegó a Kabul después de haber abandonado su hogar en Nangarhar, una provincia al este del país. Tenían una pequeña granja que alimentaba a toda la familia extendida y generaba productos adicionales cada año. Por desgracia, los enfrentamientos entre las fuerzas del antiguo Gobierno de Afganistán y el régimen Talibán se apoderaron del área y obstaculizaron la agricultura y la ganadería. Mullah concluyó que la única opción era trasladarse a Kabul. “No creímos que el régimen Talibán se apoderaría también de la capital”.
Se trata del levantamiento más reciente en una vida que ha estado definida por esfuerzos por tratar de superar décadas de inestabilidad política en Afganistán. Mullah y su familia fueron refugiados en Pakistán durante casi 20 años. Regresaron a Afganistán en 2010. Hace dos años, su hermano murió a causa de una bomba suicida luego de que viajó a Ghazni, una ciudad al sur, en busca de trabajo. Mullah ahora cuida de la viuda y de los hijos de su hermano.
En Kabul, Mullah consiguió empleo como maletero en una estación de autobuses cercana, pero sus ingresos han ido mermando poco a poco. “Solía ganar entre 100 y 150 afganis ($1,5 dólares) al día ayudando a las personas con su equipaje. Ahora, me siento afortunado cuando logro obtener esa cantidad en una semana”. Al mismo tiempo, se está elevando el costo de productos básicos, como harina y combustible; sin embargo, el valor de la moneda afgana parece ir en picada.
Al igual que Haditha, Mullah ha estado adquiriendo alimentos con créditos. Ahora, las tiendas locales se rehúsan a atenderlo. Reconoce que les debe por lo menos 35.000 afganis (alrededor de $350 dólares), una carga insoportable para una familia que no tiene nada.
“Me escondo cuando veo a los dependientes”, dice Mullah acongojado.
De momento, la familia sobrevive con limosnas y con la ayuda en efectivo que ACNUR les proporcionó para sobrellevar el invierno ($265 dólares). El propietario de la casa en la que viven huyó del país conforme avanzaba el régimen Talibán. Al hacerlo, solicitó a un vecino que se hiciera cargo del complejo. El vecino se apiadó de Mullah y de su familia, así que no les ha cobrado renta. Otros vecinos a veces les dan pan, pero muchos de ellos también enfrentan momentos difíciles.
“Me preocupa qué pasará en lo que queda del invierno”, comenta Mullah mientras observa los pies descalzos de sus hijos. “Que Alá no lo permita, pero, si no recibimos más ayuda, tendremos que empezar a mendigar”.
*Se cambiaron los nombres por cuestiones de protección.