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Colombia: Dejando Huellas de Paz en el Catatumbo

Historias

Colombia: Dejando Huellas de Paz en el Catatumbo

El proyecto Huellas de Paz, promovido por el ACNUR, beneficia a unos 120 niños y niñas en la región del Catatumbo, en el departamento de Norte de Santander.
15 Enero 2013
Niños y niñas participan en el Encuentro "Huellas de Paz", en Norte de Santander.

BOGOTÁ. Colombia, 15 de enero de 2013 (ACNUR) – La vida de Roberto, como la de la mayoría de niños, niñas, adolescentes y jóvenes originarios de la región del Catatumbo (departamento de Norte de Santander, Colombia), parecía destinada a ser la misma de sus familiares: llena de violencia, abusos, ligada a la ilegalidad que conlleva el narcotráfico y con pocas oportunidades de acceder a un mundo mejor. Lo que no se imaginaba era que en esta zona de débil presencia institucional se estaría gestando un proyecto que vela por salvaguardar los derechos de los niños en situación de riesgo y desplazamiento.

Roberto, un niño de 12 años de alta estatura y pelo castaño claro, aun siendo un niño ha vivido en un contexto en el que el conflicto armado lo ha impactado significativamente. "La región del Catatumbo ha presentado altos índices de expulsión de desplazados y retornos – que en el pasado no han sido acompañados – así como presencia de cultivos ilícitos, grupos armados ilegales y otras influencias que con el tiempo han puesto en riesgo a los niños, niñas, adolescentes y jóvenes", menciona Víctor Hugo Peña, miembro de la Secretaría Nacional de la Pastoral Social, "el conflicto deja una huella negativa en la persona humana", continúa.

Todo empezó a cambiar cuando el ACNUR junto al Secretariado Nacional de la Pastoral Social y las diócesis de Tibú y Ocaña identificaron vacíos y riesgos de protección que afectan particularmente a los niños, especialmente aquellos que viven en La Gabarra, Filogringo y Aserrío, y plantearon el proyecto Huellas de Paz, que inició en 2012.

"El proyecto ha sido bien bonito, hemos aprendido a compartir con los compañeros, a no decir malas palabras, nos enseñan el respeto", menciona Roberto mientras se toma la sopa de desayuno que el proyecto le ha brindado en una de las tantas convivencias planeadas.

Alrededor de 120 niños, 16 docentes y 60 padres de familia que han estado expuestos a diferentes tipos de violencia son actualmente beneficiarios del proyecto por el cual se reúnen periódicamente en sus comunidades para desarrollar actividades lúdicas, recreativas y culturales enmarcadas dentro de celebraciones propias de cada corregimiento; todo esto para crear lo que ellos reconocen como una identidad para la paz.

En diciembre de 2012, justo antes de navidad, aproximadamente 40 niños de esta zona pudieron salir de sus realidades y disfrutar de actividades lúdicas que el proyecto Huellas de Paz les tenían preparados. "Es necesario sacarlos del contexto de ilegalidad y quitarles la narcomentalidad, pues para tener dinero no hay que ser raspachín o vender droga, ellos deben saber que hay otras oportunidades fuera de este mundo. Hay que prestarle atención a la niñez pues ellos son el futuro de nuestro país, por lo cual la presencia del Estado es necesaria, es su obligación atenderlos", comenta el Sacerdote Peña mientras los niños y algunos padres acompañantes llevan a cabo actividades de integración.

A raíz de la histórica afectación de estos municipios por el conflicto armado, la presencia de actores ilegales, la falta de respuesta institucional y falta de confianza de la comunidad, el ACNUR como parte de su mandato de protección vio la necesidad de trabajar en los centros educativos en aras de hacerle acompañamiento y brindar protección a los derechos de los niños, niñas, adolescentes y jóvenes de estas regiones.

"Nosotros los docentes, junto con algunos padres de familia y niños hemos participado en actividades lúdicas y de recreación que buscan que aprendamos a resolver conflictos de modo pacífico, y que los niños tengan alguna actividad en qué gastar el tiempo", cuenta Ofelia, maestra del centro educativo en el corregimiento de La Gabarra.

Mientras Huellas de Paz es el primer paso para hacerle frente al problema de la niñez en el Catatumbo, el ACNUR le apuesta a poder seguir trabajando con las diócesis para que el proyecto tenga una mayor incidencia, que motive a los niños a permanecer dentro del proceso fomentando cambios de actitud, de mentalidad y mostrar que hay otras opciones y oportunidades de vida. "Aún falta una alianza institucional, hemos logrado asentarnos aquí. Nuestra apuesta ahora es hacer incidencia institucional para cubrir los vacíos y riesgos de protección que existen para los niños, niñas, adolescentes y jóvenes en la zona", explica Ana Lucía Rosas, Oficial de Programa de ACNUR en Cúcuta.

"Nosotros nos llamamos: Huellas de Paz", gritan los casi 40 niños que durante dos días asistieron a la convivencia que tuvo lugar en Tibú. "Necesitamos formar niños líderes para que en el futuro sean ellos los que acompañen el proceso. Ellos tienen derecho a una vida sin violencia y con más oportunidades", menciona el Sacerdote.

El trabajo del ACNUR en la región del Catatumbo y, en general, en el departamento de Norte de Santander, es hacer acompañamiento a las instituciones en su respuesta a las personas en riesgo o situación de desplazamiento, al igual que trabajar en asuntos de protección y prevención con la población a través de una mayor presencia en comunidades de difícil acceso para poder identificar riesgos y necesidades para poder atenderlas.

Del mismo modo, hace acompañamiento a emergencias durante desplazamientos masivos que se han vuelto a repetir en los últimos dos años, especialmente en la zona del Catatumbo, que se ha visto bastante desestabilizada en términos de protección y seguridad para las comunidades. "En términos de soluciones hemos estado acompañando retornos, reubicaciones, procesos de integración local en ciudades como Cúcuta, que es una zona de frontera", concluye Ana Lucía.

Alrededor de 125.000 personas, según cifras del Registro Único de la Población Desplazada, han sido afectadas por el desplazamiento forzado en esta región.

Por Diana Díaz Rodríguez en el Catatumbo