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Del limbo de la apatridia a la pertenencia en Panamá

Historias

Del limbo de la apatridia a la pertenencia en Panamá

Después de mudarse a Panamá desde Colombia a los 20 años, Hermelinda pasó la mayoría de los siguiente 50 años viviendo con miedo por carecer de una identidad legal.
16 Agosto 2024 Disponible también en:
Una mujer mayor en la puerta de una casa

Hermelinda en la puerta de su casa en Santa Fe, en la provincia panameña del Darién.

Durante 71 años de los 72 que ha vivido Hermelinda, se sintió invisible. “Yo era 'ilegal'. Una persona que no es de aquí, ni de allá”, explica desde el porche de lámina de su casa color turquesa en la comunidad de Santa Fe, en Darién, Panamá.  

Podría haber pasado el resto de su vida sintiéndose así si un encuentro fortuito no hubiera impulsado el proceso que llevó a Panamá, el país que ha considerado su hogar durante los últimos 52 años: reconocerla como apátrida.

ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, estima que al menos 4,4 millones de personas son apátridas, lo que significa que ningún país las reconoce como nacionales. Sin embargo, se cree que la cifra real es mucho mayor debido a la falta de datos precisos y a las dificultades para contabilizar a las personas que carecen de identidad legal. Muchas otras personas corren el riesgo de convertirse en apátridas porque tienen dificultades para demostrar sus vínculos con un Estado. 

Documentos extraviados

Originaria de Colombia, Hermelinda recuerda pocos detalles de Belén de Docampado, el pequeño pueblo donde nació. Sabe que estaba lejos de cualquier ciudad, con riberas a un lado y montañas en el horizonte. Sus padres eran campesinos que nunca aprendieron a leer ni a escribir, aunque su madre sabía firmar con su nombre. En Belén de Docampado, los nacimientos se registraban ocasionalmente, en cuadernos maltratados que a menudo se extraviaban. 

“Cuando alguien acudía a reclamar esos documentos, ya no existían. Y eso es lo que nos pasó [a mí y] a mis hermanas y hermanos”, cuenta. De sus cuatro hermanos, solo la menor, Enis, consiguió localizar su certificado de nacimiento. 

Cuando Hermelinda tenía 20 años, se enamoró y se casó. Décadas antes de que el movimiento de refugiados y migrantes a través de la selva del Darién, que separa Colombia de Panamá, ocupara los titulares internacionales, Hermelinda, su esposo y su hija tomaron un barco desde Belén hasta La Palma, en el Darién, en busca de mejores oportunidades para su familia, y se establecieron finalmente en Santa Fe. 

Fue en Panamá donde Hermelinda se dio cuenta por primera vez de que carecía de los documentos necesarios para iniciar su vida en un nuevo país. Tomó el barco de vuelta a Belén y, para su consternación, no encontró ninguna prueba de su existencia: ni certificado de nacimiento, ni documento de bautismo, ni documento nacional de identidad. 

De regreso a Santa Fe, los días se convirtieron en meses, los meses en años y los años en décadas. En medio de esas décadas, pasó la vida. Tuvo a su hijo Edín, que nació con problemas de corazón y discapacidad mental. Tuvo otros dos hijos, que no sobrevivieron. 

Una mujer mayor con pañuelo en la cabeza se sienta en un porche tomando del brazo a un hombre más joven

Hermelinda se sienta con su hijo Edín en el porche de su casa de Santa Fe. Él presenta problemas cardíacos y discapacidad intelectual, por lo que de requiere cuidados constantes.

Años más tarde, cuando su esposo murió y su hija creció y se fue a vivir a Colombia, Hermelinda se dedicó a cultivar maíz, arroz, plátano y yuca en los campos que había detrás de su casa. Otras posibilidades de ganarse la vida parecían inalcanzables sin un documento de identidad, al igual que buscar atención médica o servicios sociales.

Por haber nacido en Panamá, Edín tenía derecho a la nacionalidad panameña, lo que le permitía acceder a la atención médica y a ciertas prestaciones como persona con discapacidad. Sin embargo, seguía dependiendo totalmente de Hermelinda, quien tenía que acompañarlo en sus frecuentes viajes a la ciudad para acudir a citas médicas. En cada viaje temía que la detuvieran en un control policial por carecer de documentos.

Un encuentro que cambió su vida 

Aunque Panamá se convirtió en firmante de la Convención sobre el Estatuto de los Apátridas de las Naciones Unidas de 1954, en 2011, el procedimiento para reconocer a una persona apátrida no se estableció por ley hasta 2019. Desde entonces, el país ha logrado avances significativos en la identificación de personas en riesgo de apatridia y la protección de los derechos básicos de los apátridas, incluido su acceso a la educación, a la salud y el derecho al trabajo. 

De acuerdo con el último censo, más de 28.700 personas en Panamá están en riesgo de apatridia. La mayoría de ellas nacieron en Panamá y son miembros de comunidades indígenas que carecen de certificados de nacimiento. El resto, cerca de mil personas, nacieron – como Hermelinda – fuera de Panamá y no tienen certificado de nacimiento ni documento que acredite su ciudadanía.

En 2021, en lo que Hermelinda pensaba que sería un día normal, su vida cambió. Una misión conjunta de ACNUR y el gobierno para garantizar que las personas refugiadas en la provincia de Darién tuvieran acceso a la documentación adecuada recorrió los caminos de tierra de Santa Fe. Después de décadas de tener demasiado miedo para compartir su situación con las autoridades locales, Hermelinda encontró el valor para buscar ayuda. ACNUR la reconoció como persona en riesgo de apatridia y remitió su caso al Ministerio de Asuntos Exteriores. 

El hecho de saber que las autoridades competentes se habían hecho cargo de su caso daba esperanzas a Hermelinda. “Da la sensación de ser diferente, de ser otra persona. Me gustaría que alguien en esa situación [sin documentación] buscara ayuda. Y si encuentro a otra persona en la misma situación que yo, la orientaría”, asegura. 

En enero de 2024, Panamá la reconoció oficialmente como apátrida. Recibió un documento de identidad y ahora, por primera vez en 72 años, tiene una prueba innegable de su existencia. “Cuando tuve ese documento de identidad en mis manos, sentí una gran alegría en el corazón. Desde ese momento hasta ahora, siento que he vuelto a la vida”, explica. “Si tengo que ir a algún lugar, voy sin miedo porque tengo un documento de identidad”. 

La vida sigue en Santa Fe, igual que antes. Hermelinda trabaja el campo con su machete. Siembra y cosecha, convierte el maíz en pasteles, y se gana la vida para ella y Edín, quien tiene ahora 47 años y la sonrisa de su madre. Pero la paz que siente Hermelinda es nueva y emocionante. 

“Si fuera joven, tendría muchos planes. Lo bueno es que lo he conseguido”, comenta sonriente y mostrando su documento de identidad.  

Con la colaboración de Viola Eleonora Bruttomesso.