En Colombia, un líder desplazado fomenta la integración a través de la educación medioambiental
En Colombia, un líder desplazado fomenta la integración a través de la educación medioambiental
Gracias a su labor con la Fundación Caminos, los niños, niñas, adolescentes, jóvenes y mujeres adultas mayores han encontrado esperanza y resiliencia a través del trabajo comunitario y la acción climática. Hace dieciséis años, el sueño de Wilmar Quintero comenzó a materializarse con la Fundación Caminos, una iniciativa respaldada por ACNUR que busca brindar oportunidades educativas y espacios seguros para la comunidad de Bello Oriente a través del trabajo comunitario.
“Queríamos que los niños tuvieran alternativas, actividades diferentes para aprovechar su tiempo libre, y al menos terminaran la secundaria... entonces iniciamos con actividades y después tomamos la decisión de decir: ‘bueno, hagamos un trabajo más preventivo’”, explica Wilmar.
La Fundación Caminos se instaló en Bello Oriente para promover la integración local de personas desplazadas, refugiadas, migrantes y comunidades con necesidades de protección mediante la educación, el deporte, el arte, la recreación y el cuidado del medio ambiente.
El barrio Bello Oriente, ubicado en la Comuna 3 de Medellín y fundado en 1990, es uno de los primeros asentamientos organizados de víctimas del desplazamiento forzado y uno de los pocos que ha resistido las presiones de desalojo y desmantelamiento de la comunidad. Allí habitan personas que fueron obligadas a huir de sus lugares de origen, especialmente de zonas rurales de los departamentos de Antioquia y Chocó.
Su ubicación, en las laderas de la periferia urbana, presenta riesgos de desastres naturales, debido a cambios climáticos repentinos –con periodos de lluvia intensa que se alternan a sequías–, a la deforestación de la montaña y a la alta concentración de población.
Desde su fundación, Bello Oriente ha sido uno de los principales receptores de víctimas del conflicto armado, con una cifra estimada de 31.000 víctimas de desplazamiento forzado hasta 2015 (y con un subregistro aproximado del 48% según organizaciones de la sociedad civil). A partir de ese año, este barrio también se ha convertido en uno de los barrios receptores de población refugiada y migrante proveniente de Venezuela.
“También de alguna forma me tocó vivir el tema del desplazamiento. Entonces entiendo y comprendo esos sentires de muchas de las personas”.
Wilmar es bien conocido en Bello Oriente por su actitud confiada y serena, lo que le ha permitido desarrollar un fuerte papel de liderazgo. Su viaje comenzó en la región rural del Urabá, en Colombia, donde creció rodeado de ríos y cultivos. Allí tenía un grupo muy unido de amigos con los que participaba en actividades deportivas. Un día, sin embargo, los grupos armados de la zona les plantearon una dura disyuntiva: unirse a la guerra o ser desplazados. Sin dudarlo, huyeron dejando todo atrás, inclusive el sueño de ser futbolistas.
Wilmar llegó a Medellín como desplazado hace muchos años, huyendo de la amenaza del reclutamiento forzado por parte de grupos armados. “También de alguna forma me tocó vivir el tema del desplazamiento. Entonces entiendo y comprendo esos sentires de muchas de las personas”, cuenta con emoción. Esta dolorosa experiencia lo llevó a crear la fundación y estructurar su trabajo según dos ejes principales: la importancia del deporte, la educación y la cultura para proteger el bienestar de niñas, niños y jóvenes, y una profunda conexión con la agricultura y la protección del medioambiente en armonía con los saberes ancestrales y tradicionales que trajeron consigo las personas desplazadas internas.
La Escuela de medioambiente de Bello Oriente, “La Montaña que Siente”, promueve actividades ambientales de fortalecimiento comunitario a través de la acción climática, como plantar árboles para evitar la deforestación de la montaña, cultivar vegetales y plantas aromáticas y medicinales, reciclar desechos, compostar los desechos orgánicos y limpiar los ríos. Esta iniciativa ha atraído a personas de todas las edades y ha generado un espacio de intercambio intergeneracional que está fortaleciendo el tejido social, dando espacios para la armonía y la paz. Además, la escuela fortalece las capacidades de la comunidad en el trabajo desde que las plantas son solo semillas, hasta el reciclaje y compostaje de los residuos generados, siendo este un ejemplo de economía circular.
Con el apoyo de ACNUR a través del Fondo de Innovación, Medio Ambiente y Resiliencia, y su estrategia de protección y soluciones, ahora los participantes del proyecto cultivan su propia comida utilizando métodos tradicionales e hidropónicos, promoviendo el intercambio intergeneracional e intercultural entre la niñez, juventud y personas mayores, para la integración local y coexistencia pacífica. Alrededor de 600 personas se han beneficiado de manera directa e indirecta de esta iniciativa. Con lo anterior, no solo se contribuye a la seguridad alimentaria, sino a la pervivencia de prácticas ancestrales de comunidades afrodescendientes y campesinas.
“plantar y saber que cosecharás y comerás tú misma es muy gratificante. Además, es un gran ahorro para las familias”.
“Para nosotros es muy interesante que las nuevas generaciones comprendan y aprendan a cuidar el medioambiente y que tengan la oportunidad de aportar al ambiente con sus acciones”, dice Wilmar. “Plantar un árbol no se trata solo de plantarlo. Este árbol puede protegernos, darnos sombra, darnos comida, cuidarnos, mejorar nuestro aire”.
Para Dahiana, una joven de 21 años que fue forzada a huir de su hogar cuando era niña y ahora está involucrada con la fundación, “plantar y saber que cosecharás y comerás tú misma es muy gratificante. Además, es un gran ahorro para las familias, porque hoy en día todo es muy caro”.
Dahiana también enfatiza que cuidar el medioambiente crea un vínculo comunitario más profundo: “Todos estamos trabajando hacia los mismos objetivos: plantar y cosechar alimentos, mientras buscamos formas de contribuir desde nuestro barrio a la solución de problemas ambientales a escala global”.
“Me subió el ánimo. Porque cuando yo llegué aquí, yo no quería vivir”, cuenta Ana, una mujer afrodescendiente de una zona rural del departamento de Chocó, quien fue desplazada por el conflicto. A través de los cultivos en la escuela ambiental encontró una forma de reconectarse con la tierra y compartir los conocimientos con otras generaciones. “Para la salud, hay muchas plantas. Cando me piden, les digo: siembren esta plantita que esto sirve pa’esto, siembren esto, que esto sirve pa’esto otro”, comenta con entusiasmo.
A medida que las consecuencias del cambio climático se vuelven cada vez más dramáticas en América Latina, fenómenos meteorológicos extremos como La Niña y El Niño representan una amenaza para la estabilidad de muchas comunidades. Aquí es donde la labor de la Fundación Caminos se vuelve crucial, promoviendo la integración y la resiliencia en un entorno cada vez más desafiante.
Los esfuerzos de la Fundación Caminos han sido fundamentales para fortalecer las comunidades desplazadas al interior de Colombia y provenientes de otros países. A través de la acción climática, estas comunidades están encontrando la fuerza y los recursos necesarios para reconstruir sus vidas, fomentar su seguridad alimentaria y enfrentar los desafíos ambientales a futuro, a través de la unión de lazos comunitarios y el intercambio de saberes.