Cerrar sites icon close
Search form

Buscar el sitio de un país

Perfil de país

Sitio de país

La acogida de Uganda permite prosperar a personas refugiadas congoleñas

Historias

La acogida de Uganda permite prosperar a personas refugiadas congoleñas

A pesar del número récord de personas refugiadas y de los recursos limitados, la política progresista de Uganda permite que las personas refugiadas formen parte de la vida social y económica, con beneficios para todos.
25 Noviembre 2024 Disponible también en:
Una mujer conduce una motocicleta con un pasajero en la parte trasera

Mahoro Florence transporta a un pasajero como parte de su negocio de mototaxi, una de las diversas formas que tiene de ganar dinero para mantener a sus ocho hijos en el asentamiento de refugiados de Rwamwanja.

Un sábado por la mañana, cuando el sol emergía de un fino velo de nubes, un alegre coro de voces femeninas resonó en las onduladas colinas del asentamiento de refugiados de Rwamwanja, en el fértil suroeste de Uganda.

Para Mahoro Florence y docenas de sus compañeras agricultoras, estas colinas se han convertido en un santuario donde la supervivencia se transforma en esperanza. Las mujeres – algunas con bebés atados a la espalda – cantan al unísono mientras arrancan malas hierbas de un campo de arroz. “La mayoría somos madres solteras”, explica esta congoleña de 38 años, madre de ocho hijos.

“Aquí la comunidad nos acogió con amor. Cuando llegamos a Uganda, [el gobierno] nos dio tierras para construir nuestras casas y artículos para ayudarnos a instalarnos. También recibimos raciones de comida”, explica.

Para ganarse la vida, el gobierno ugandés, una vez más, intervino en favor de Mahoro y de las otras mujeres de su colectivo agrícola. “El gobierno nos dio tierras donde cultivamos arroz y cuando está listo lo vendemos”.

Un grupo de mujeres en un campo de arroz

Mahoro Florence (al el centro con pañuelo rojo) con otras mujeres refugiadas que formaron un colectivo de cultivo de arroz en las tierras que les cedió el gobierno de Uganda.

Dejar atrás la violencia

Tal estabilidad y seguridad parecían imposibles para Mahoro cuando se vio forzada a huir de su aldea en Rutshuru, en el este de la República Democrática del Congo, en 2018, cuando la horrible violencia destrozó a su familia. Escapó a Uganda tras una oleada de actos violentos de intimidación por parte de hombres armados, que secuestraron a su esposo para pedir rescate y luego amenazaron con llevarse también a sus hijos.

“Capturaban a personas y las reclutaban a la fuerza en su grupo rebelde”, cuenta Mahoro. “Si te niegas, te secuestran y te llevan al bosque; si no tienes dinero, te matan”.

En la actualidad, Uganda acoge a más de 1,7 millones de personas refugiadas y solicitantes de asilo, más que ningún otro país africano y el tercero del mundo. Su enfoque acogedor y de puertas abiertas se ha convertido en un modelo de inclusión.

Una política progresista que permite a los refugiados acceder a los servicios nacionales, que incluye educación y salud, y les proporciona parcelas de tierra para vivienda y cultivos a pequeña escala, ha hecho que este país de África Oriental sea aclamado en todo el mundo.

Sin embargo, la continua afluencia de personas recién llegadas está ejerciendo una gran presión sobre el país. En los últimos tres años, un promedio de 10.000 personas al mes han encontrado seguridad en Uganda. La afluencia sostenida ha provocado el hacinamiento en las escuelas y los centros de salud que atienden tanto a la población refugiada como a las comunidades de acogida circundantes.

La generosidad conduce a la autosuficiencia

ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, colabora con el gobierno de Uganda para reforzar su apoyo a las personas refugiadas, por ejemplo aumentando el acceso a medios de vida tanto para las personas desplazadas como para las comunidades de acogida.

“Para las familias de refugiados que conocí y que llevan varios años viviendo en Rwamwanja, las políticas de Uganda han abierto importantes vías de autosuficiencia”, declaró recientemente en Uganda el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, Filippo Grandi.

Una mujer sentada en una silla de plástico habla con personas sentadas y de pie alrededor de una mesa en el interior de un alojamiento

El Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, Filippo Grandi (al centro), habla con la refugiada y empresaria congoleña, Mahoro Florence, en su casa del asentamiento de refugiados de Rwamwanja.

“Conceder a la población refugiada acceso a tierras, escolarización, atención médica, formación profesional y puestos de trabajo impulsa la economía local para todos, incluidos los ugandeses. Este modelo permite a los refugiados contribuir de forma significativa a la sociedad y debería servir de inspiración para otros”, señaló Grandi.

Sin embargo, advirtió: “No debemos dar por sentada la generosidad de Uganda y el bien público mundial que proporciona”. Grandi hizo un llamamiento a los donantes, los socios para el desarrollo y el sector privado para que apoyen al gobierno de Uganda. “Uganda no puede hacerlo sola: se necesita una respuesta colectiva para que este modelo inclusivo sea realmente sostenible”, declaró.

Apoyarse mutuamente

Después de un día de trabajo agotador, Mahoro y las demás mujeres se reúnen en su casa para su reunión semanal de mesa bancaria, en la que cada miembro del colectivo contribuye a una caja común de la que se pueden desembolsar préstamos, por ejemplo para invertir en un negocio, o para pagar comida o ropa.

“También guardamos algo de dinero para comprar pesticidas para la granja”, explica Mahoro, quien añade que la reunión es más que una iniciativa de autoayuda para ahorrar e invertir: es también una oportunidad para compartir retos y experiencias. “Cuando estamos juntas, olvidamos las dificultades que afrontamos en nuestros hogares. Nos recuperamos de los traumas sufridos”.

Mahoro ha mejorado radicalmente su vida desde que llegó a Uganda y ha aprovechado todas las oportunidades que se le han presentado. Además de la granja colectiva de arroz, cría pollos para vender en el mercado local y ha invertido en una mototaxi.

Ahora sus sueños van más allá de la supervivencia. “Mi fuerza y fuente de inspiración son mis hijos. Quiero que tengan una educación de calidad y un trabajo decente”, asegura. “He sufrido mucho, pero no quiero que mis hijos pasen por el mismo sufrimiento. Quiero que tengan un futuro brillante”.