La educación ayuda a una exrefugiada a establecer una conexión más fuerte con su hogar
La educación ayuda a una exrefugiada a establecer una conexión más fuerte con su hogar
Desde niña, Suhaila siempre ha encontrado consuelo en los números. “No me gustan las cosas vagas”, asegura esta exrefugiada afgana de 24 años que ahora trabaja en administración financiera. “Los números siempre son seguros, estables”.
Para alguien que se vio forzada a huir de su hogar a los cuatro años, este deseo de estabilidad es comprensible. En el año 2000, en medio del aumento de la inseguridad y la violencia en Afganistán, los padres de Suhaila decidieron que ya no era un lugar seguro para criar a sus hijos, y la familia huyó a la República Kirguisa.
“Al principio fue difícil”, recuerda Suhaila, y añade que hasta que la familia no se matriculó en las clases que ofrecía ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, entre ellas clases de ruso, no empezaron a integrarse y a hacer amistades con otros miembros de la comunidad afgana en Biskek, la capital.
Como refugiados reconocidos, Suhaila y su familia recibieron documentos de refugiado y tuvieron acceso a algunos derechos básicos, incluida la educación. Ella y sus hermanos se adaptaron pronto a su nueva escuela, pero Suhaila recuerda que fue mucho más difícil para su madre, quien se dedicaba al hogar, adaptarse a su nueva vida en Biskek.
“Fue entonces cuando decidí que quería ser independiente”, recuerda Suhaila, y añade que recibir educación era el paso más importante para conseguirlo.
Después de terminar la educación media, Suhaila quería seguir estudiando. Sus padres la apoyaban, pero ella sabía que era una enorme carga económica. Cuando oyó hablar del programa de becas DAFI, gestionado por ACNUR con el apoyo del Gobierno alemán y otros donantes, decidió solicitarlas. Un año después, recibió una beca para cursar una licenciatura en administración de empresas, especializada en contabilidad financiera, en la Universidad Americana de Asia Central.
“Cuando conseguí la beca, sentí que me quitaban un gran peso de encima”, comenta.
La juventud refugiada se enfrenta a enormes barreras a la hora de acceder a la educación superior. Además del elevado coste de las matrículas, muchos carecen de electricidad o conectividad en casa. Las barreras para las jóvenes refugiadas son aún mayores, ya que hay más chicos refugiados que se gradúan en secundaria que chicas. Aunque se ha avanzado en el aumento del número de refugiados matriculados en la educación superior del 1 por ciento en 2019 al 7 por ciento en 2023, en parte como resultado del programa DAFI, las tasas de matriculación siguen estando muy por debajo de las de las personas que no son refugiadas.
Desde que se lanzó el programa DAFI en la República Kirguisa en 1997, más de 100 jóvenes refugiados han podido cursar estudios superiores.
Para Suhaila, asistir a la universidad le cambió la vida en más de un sentido. Se encontró rodeada de jóvenes brillantes y ambiciosas, muchas de ellas procedentes de Afganistán.
“Yo no crecí en un conflicto, pero ellas sí. A pesar de ello, tenían tanta energía y pasión por cambiar sus vidas”, cuenta.
Lo que aprendió de sus nuevas amigas, junto con la libertad de estudiar en una universidad de artes liberales, la inspiró a interesarse más por lo que ocurría en Afganistán y por los esfuerzos para poner fin al conflicto en ese país.
“Como vengo de Afganistán, donde siempre hay conflicto, siempre hay guerra, sentía curiosidad por las organizaciones de consolidación de la paz, por cómo trabajan en estos temas”, explica. “Este trabajo es realmente valioso, y a veces peligroso, pero vale la pena”.
Hoy, Suhaila trabaja en la oficina administrativa y financiera de Search for Common Ground (Búsqueda de puntos en común), una organización no gubernamental internacional centrada en la cohesión social, la resolución de conflictos y su prevención. Y aunque lleva más de 20 años fuera, Afganistán y sus mujeres están siempre en sus pensamientos.
“En el futuro, si la seguridad me permite volver y trabajar en Afganistán, realmente quiero ayudar a las mujeres que están ahí... Se me rompió el corazón cuando me enteré de las prohibiciones talibanes sobre la educación superior de las mujeres”, señala.
Desde 2021, mujeres y niñas de Afganistán sufren una discriminación sistemática en todos los ámbitos de la vida pública y no pueden ejercer sus derechos humanos básicos.
ACNUR, junto con el resto del sistema de la ONU, sigue instando a las autoridades de facto del país a que pongan fin a las restricciones impuestas a mujeres y niñas.
Suhaila dio un paso más hacia la realización de su sueño de viajar y trabajar en 2023 cuando obtuvo la ciudadanía en la República Kirguisa, con ayuda de los servicios de apoyo y asesoramiento jurídico de ACNUR.
“Aunque tenía la tarjeta de refugiada y es legal que trabaje en la República Kirguisa, era difícil encontrar trabajo”, cuenta Suhaila, y añade que algunas organizaciones desconfían de los procesos que conlleva la contratación de personas refugiadas.
“Fue algo irreal”, asegura, al recordar el momento en que recibió la nacionalidad. “Ahora que tengo la ciudadanía, tengo el control”.
"Cuando conseguí la beca, sentí que me quitaban un gran peso de encima".