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La recolección de miel en Afganistán despierta esperanzas de un futuro más dulce

Historias

La recolección de miel en Afganistán despierta esperanzas de un futuro más dulce

Un proyecto de apicultura está creando medios de vida para mujeres y hombres afganos y ayudando al medio ambiente.
20 Agosto 2024 Disponible también en:
Una mujer con traje de protección blanco y sombrero raspa las abejas de un marco de colmena

Hadia, de 25 años, refugiada retornada de Irán, extrae su primera cosecha de miel tras recibir formación en apicultura.

Vestida con un traje protector blanco, guantes y un sombrero con malla que le cubre la cara, Hadia, una joven madre de tres hijos, levanta con cuidado un marco de madera de una colmena. Cientos de abejas revolotean a su alrededor mientras aparta suavemente otras del panal que se ha formado en su interior y coloca el marco en una caja, que se llevará a casa para extraer su primera cosecha de miel. Se permite una sonrisa nerviosa.

Hadia y su esposo eran refugiados en Irán, y desde que regresaron a Afganistán hace varios años luchan por mantener a su familia en el pueblo de Dehzaq, en la provincia occidental de Herat. Es una zona rural empobrecida y, como la mayoría de las familias de aquí, no tienen trabajo fijo pero sí muchas deudas.

“Nos enfrentamos a muchos problemas”, comenta esta joven de 25 años. “Cuando tu situación económica no es buena, no puedes mejorar tu vida ni asegurar el futuro de tus hijos. No puedes comprarles cosas como ropa y comida, ni apoyar su educación”.

Por eso, cuando surgió la oportunidad de participar en un programa de formación de apicultura, y se animó a las mujeres a presentarse, Hadia aprovechó la ocasión. Desde que las autoridades de facto tomaron el poder hace tres años, las mujeres afganas se enfrentan a crecientes restricciones de su derecho a trabajar, viajar y estudiar, lo que limita gravemente su participación en la vida pública y su capacidad para ganarse la vida.

“Llevo mucho tiempo soñando con mantenerme en pie y tener un trabajo”, asegura Hadia. “Estamos muy contentos de tener esta oportunidad, y estamos decididos a aprovecharla”.

Vive en uno de los cinco pueblos del distrito de Guzara donde 50 participantes – de los cuales 38 son mujeres – están aprendiendo a criar abejas. El proyecto está dirigido por la Asociación de Actividades y Servicios Sociales para la Mujer (WASSA, por sus siglas en inglés), un socio de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, que trajo a expertos locales en apicultura como instructores. Cada participante recibió ropa protectora y kits para comenzar, que incluían marcos, un extractor de miel y cinco colmenas, cada una con unas 70.000 abejas.

Además de aprender a cuidar de las abejas, los participantes reciben conocimientos y técnicas para crear sus propios negocios de venta de miel y subproductos como cera, jalea real y propóleo (un producto semejante a la resina que producen las abejas y que suele utilizarse para combatir bacterias y virus). También se les apoya a encontrar mercados para sus productos.

El proyecto también se lleva a cabo en las regiones central y oriental de Afganistán, donde un total de 200 personas reciben formación en el marco del programa, con el apoyo del Fondo Fiduciario Humanitario para Afganistán, el Banco Islámico de Desarrollo y el Fondo Saudí para el Desarrollo.

Aunque las aldeas rurales suelen considerarse conservadoras, la participación de las mujeres ha sido bien acogida por las comunidades, ya que el trabajo puede realizarse cerca de casa, suele implicar a otros miembros de la familia y tiene claros beneficios económicos.

En la aldea de Kala Gerd, Halima, de 54 años y madre de siete hijos, otra exrefugiada en Irán, ha pasado apuros desde que su esposo se enfermó de gravedad y no pudo trabajar, y una serie de devastadores terremotos que asolaron la provincia de Herat en octubre pasado dañaron su casa y sus cultivos. Pero después de participar en el curso de apicultura, su primera cosecha ha producido 26 kilos de miel, y está deseando convertirse en el principal sostén de su familia. “Mi familia está muy orgullosa y feliz de que su madre tenga un trabajo y, pronto, ingresos”, sonríe.

Utilizará sus beneficios para comprar comida y ropa para la familia, pero también planea invertir en más colmenas. Su mayor preocupación ahora es proteger a sus abejas de las plagas, especialmente de los avispones gigantes. Con una escoba en la mano, muestra cómo se enfrenta a los avispones: golpeándolos sin miedo con las ramas. “Tengo que aplastarlos, si no matarán a mis abejas”, explica. “Nuestras abejas serán nuestra principal fuente de ingresos, y estoy decidida a cuidarlas”.

Más allá de ayudar a mantener a familias individuales, el proyecto tiene beneficios más amplios para estas comunidades rurales donde la mayoría de la población vive de la agricultura. Las abejas contribuyen a la biodiversidad local y son importantes polinizadores, señala el supervisor del proyecto de apicultura de WASSA, Jalil Ahmad Frotan, quien lleva 13 años criando abejas y tiene unas 100 colmenas propias.  

“Las investigaciones han demostrado que si colocamos colmenas, por ejemplo, en un manzanar, podemos quintuplicar nuestra producción. Por eso es muy importante que ampliemos este tipo de proyectos y compartamos los beneficios de la polinización con nuestros agricultores”.

“No hay alimentos sin abejas”, añade.

En el mismo pueblo que Halima, Hafizulla, padre de diez hijos y también refugiado retornado, afirma que el proyecto le ha dado un nuevo propósito y motivación. “Estaba desempleado y deprimido. La apicultura me mantiene muy ocupado; pienso continuar con ella y multiplicar mis abejas”.

“Espero que pueda ayudar a construir una vida mejor para mi familia: nuestra vida puede volverse más dulce, como la miel”.