Personas desplazadas por Boko Haram en Nigeria luchan contra el hambre tras las devastadoras inundaciones
Personas desplazadas por Boko Haram en Nigeria luchan contra el hambre tras las devastadoras inundaciones
n el distrito de Biafra, cerca del mercado principal de la ciudad, Sali Umar nos enseña su vecindario y su casa, de la que solo queda en pie la fachada. La puerta de su casa se abre a una escena de desolación. Las ruinas de su antiguo hogar se mezclan con las de las casas vecinas.
“El agua se lo llevó todo. Lo he perdido todo”, cuenta. “Toda mi familia y yo estamos viviendo con vecinos”.
En esta región del Sahel, árida durante gran parte del año, las lluvias torrenciales no son inusuales entre julio y septiembre, pero los efectos del cambio climático han avivado su intensidad y frecuencia. La crecida de las aguas, provocada por las incesantes precipitaciones, se convirtió en catástrofe el 9 de septiembre, cuando la presa de Alau se rompió, liberando aguas que arrasaron todo a su paso. Las inundaciones afectaron a casi 420.000 personas solo en el estado de Borno y dejaron cerca de 1.000 personas fallecidas, de acuerdo con la Autoridad Nacional de Gestión de Emergencias.
Alojamientos destruidos
La inundación de la noche en que se rompió la presa tomó a todos por sorpresa, incluidas a las personas desplazadas que vivían en el campamento de El Miskin, al norte de Maiduguri.
Fanne Mohamed, de 40 años, dormía en su alojamiento con sus ocho hijos cuando llegaron las aguas. “Cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, el agua me llegaba al pecho”, cuenta. “La corriente era tan rápida que no me habría dado tiempo a gritar si me arrastraba. Pero sobre todo me daba pánico pensar que la corriente se llevara a los niños. Abandonamos el campamento lo más rápido posible, los mayores cargando a los pequeños”.
Fanne y sus hijos se resguardaron en un lugar elevado cerca de la carretera que rodea al campamento, donde esperaron una semana antes de que les permitieran volver a entrar en él. Sobrevivieron siete días con comida y agua potable que les traían los vecinos. Su esposo Zakariyya, quien estaba fuera del campamento buscando trabajo cuando llegaron las inundaciones, se unió a ellos una semana después.
Fanne y Zakariyya llegaron al campamento de El Miskin en 2014 tras huir de las masacres perpetradas por militantes de Boko Haram en la ciudad de Dikwa, cerca de las fronteras con Camerún y Níger. Viven junto a familias de todo el estado de Borno, donde el grupo armado sigue activo fuera de las ciudades, llevando a cabo ataques y secuestros que han llevado a casi 2 millones de personas nigerianas al exilio desde 2009.
“Lo he perdido todo”.
Gran parte de las personas desplazadas se han resguardado con sus familias en Maiduguri y en el campamento de El Miskin, donde están instaladas 6.900 personas. La mayoría son agricultores y ganaderos que no han podido regresar a sus regiones de origen.
Cuando el agua finalmente bajó a mediados de septiembre, Fanne y su familia regresaron al campamento y encontraron su alojamiento completamente destruido. Construido con paja, como la mayoría de las casas del campamento, había sido arrasado por las aguas. “Nos mudamos al alojamiento
Más tarde, ella y su familia formaron parte de los 21.000 hogares desplazados de la región de Borno que recibieron un kit de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, que incluía mantas, mosquiteras y colchonetas. También recibieron una lona para reconstruir su alojamiento.
Desde entonces, la familia intenta seguir con su vida lo mejor que puede. Como la mayoría de los niños del campamento, los de Fanne no han regresado a la escuela desde las inundaciones. “Todas las mañanas, los niños salen a buscar pequeños trabajos. Tardan dos o tres días en encontrar un trabajo que pague 2.000 nairas (1,22 dólares estadounidenses) al día”, explica.
Aumenta el hambre
Lo mismo le ocurre a Rukaiya Lawan, de 14 años, quien vive un poco más abajo en el campamento. Creció aquí con su abuela, que la trajo a ella y a sus dos hermanos después de que su padre y su madre fueran asesinados en Chibok, la ciudad tristemente conocida por el secuestro de 276 niñas adolescentes por Boko Haram.
La rutina diaria de Rukaiya consiste en tareas domésticas y pequeños trabajos, como vender cacahuates, además de cuidar de su abuela, quien enfermó después de la inundación. Sus dos hermanos, Moussa, de 20 años, y Garba, de 18, trabajan en los campos de los alrededores para ayudar a alimentar a la familia. “Después de las inundaciones, no teníamos nada que comer, lo perdimos todo. No nos quedaba dinero para pagar la escuela; sobrevivimos gracias a la ayuda de otras personas”, cuenta Rukaiya.
“Cuando me di cuenta de lo que pasaba, el agua me llegaba al torso”.
Dos meses después de que las inundaciones destruyeran la mayoría de las cosechas, las familias más pobres han sufrido fuertes subidas de los precios de los alimentos y el hambre va en aumento. Esta región, que solía ser el granero del país, asiste ahora a una explosión de las tasas de desnutrición infantil. Tan solo en Maiduguri, más de 18.000 niñas y niños han recibido tratamiento por desnutrición aguda tras las inundaciones, de acuerdo con la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA). Entre mayo y septiembre de 2024, más de medio millón de niñas y niños menores de cinco años recibieron tratamiento por desnutrición aguda en los estados de Borno, Adamawa y Yobe. El Programa Mundial de Alimentos de la ONU, junto con otras agencias del sistema, ha advertido de un posible desastre alimentario y nutricional si no se presta ayuda inmediata.
La población desplazada del norte de Nigeria, antiguos agricultores y ganaderos que alimentaron la región durante décadas, se enfrenta ahora a una crisis alimentaria sin precedentes.
"Después de las inundaciones, no teníamos nada que comer".