Personas refugiadas en Zimbabue descubren los beneficios de criar insectos
Personas refugiadas en Zimbabue descubren los beneficios de criar insectos
Ahora, todos los días, Francine, de 49 años, camina 15 minutos desde su casa en el asentamiento de refugiados de Tongogara, al sureste de Zimbabue, hasta un centro de cría de insectos que alberga moscas soldado negras en jaulas hechas con palos de madera y mosquiteras. Controla la temperatura, limpia las jaulas y alimenta a las larvas con residuos orgánicos, como restos de verduras.
Los gusanos se utilizan para fabricar una alternativa más barata y rica en proteínas a los alimentos tradicionales para animales con los que Francine alimenta a sus gallinas. Los beneficios, tanto para ellas como para su familia, han sido transformadores.
“Los pollos engordan más rápido cuando comen gusanos, ya que contienen muchas proteínas”, explica. “Así puedo criar más pollos y vender más, y con el dinero puedo comprar ropa y zapatos para mis hijos”.
Francine tenía unos 50 pollos, pero le quedan 24 después de que vendiera la mitad a otras personas refugiadas y familias locales hace unas semanas. “Estoy feliz de ser autosuficiente”, comenta orgullosa. “Cuando participas en un proyecto como éste, realmente te anima a trabajar más duro porque no quieres depender de la asistencia y sabes qué hacer durante el día, tienes un propósito”.
Un medio de vida sostenible
A principios de 2022, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, se asoció con el Banco Mundial y la Universidad Tecnológica de Chinhoyi, a unos 120 kilómetros de Harare, la capital de Zimbabue, para promover la cría de insectos en Tongogara como una actividad de medios de vida innovadora y sostenible. El asentamiento acoge a cerca de 16.000 personas refugiadas, principalmente de Burundi, la República Democrática del Congo, Mozambique y Ruanda, y está cada vez más expuesto a condiciones meteorológicas extremas relacionadas con el cambio climático, como ciclones y temperaturas abrasadoras.
Se eligió la cría de insectos porque requiere poca tierra, agua, maquinaria o productos agroquímicos. Los gusanos de la mosca soldado negra se utilizan como sustituto de la soya en la alimentación animal, en combinación con cultivos locales como el maíz, el salvado de trigo y la lenteja de agua.
El Banco Mundial estima que el mercado global de insectos como alimento, tanto para animales como para humanos, tendrá un valor de hasta 8.000 millones de dólares estadounidenses en 2030 y que la cría de insectos puede crear empleos verdes, diversificar los medios de vida, mejorar la seguridad alimentaria y reforzar las economías locales. Los beneficios medioambientales también podrían ser significativos, ya que los insectos se alimentan de residuos orgánicos y requieren pocos recursos naturales en comparación con la agricultura convencional, lo que se traduce en unas emisiones de carbono mucho menores.
Además del proyecto de Tongogara, ACNUR y el Banco Mundial están llevando a cabo proyectos de cría de insectos con personas refugiadas en otros entornos vulnerables al clima en Malawi, Kenia y Sudán del Sur, y tienen previsto lanzar iniciativas similares en Chad, Etiopía, Uganda y México.
Francine es una de los 17 personas refugiadas – siete de ellas mujeres – y 30 habitantes de la comunidad de acogida que han recibido formación para criar moscas y gusanos. El mozambiqueño Peter Chakamba, líder de los refugiados en el proyecto de cría de insectos, afirma que la colaboración en el proyecto ha reforzado los lazos entre la comunidad de acogida y las personas refugiadas. “Hemos recibido formación juntos y trabajamos en grupo. Ninguno de nosotros está sentado sin hacer nada, todos contribuimos al proyecto”.
Francine reconoce que sufría ansiedad y depresión antes de dedicarse a la cría de insectos. “Tenía demasiado tiempo libre para pensar en mi esposo. Unos hombres armados lo secuestraron en el este de la RDC. Fue entonces cuando decidí huir con los niños porque pensé que regresarían para llevarnos. No he vuelto a saber de mi esposo, no sé si sigue vivo”.
Expansión
Las limitaciones de financiación hacen que el proyecto de cría de insectos en Tongogara siga funcionando a pequeña escala, y que las larvas de mosca se utilicen principalmente para alimentar a los pollos. Pero en los próximos tres años, el objetivo es capacitar a 1.000 personas refugiadas de Tongogara y a otras 300 de la comunidad local para producir suficientes moscas y gusanos que sustituyan a la soya en la alimentación de otro tipo de ganado, como cerdos y cabras, así como biofertilizante para mercados más amplios.
Mientras tanto, el proyecto se ha enfrentado a algunos retos, como mantener vivas a las moscas soldado negras en un entorno donde las temperaturas suelen alcanzar los 45°C en verano. Las personas refugiadas reciben entrenamiento sobre cómo esparcir arena y agua en el espacio donde se crían las moscas para bajar la temperatura y mantener los niveles de humedad, pero esto no siempre es suficiente para combatir el calor, explica Lovemore Dumba, Oficial de Medios de Vida de ACNUR. “El año pasado, una mañana nos despertamos y fuimos a ver cómo estaban las moscas y la mayoría habían muerto a causa de la elevada temperatura, de unos 46°C”, explica.
Los fondos adicionales de los donantes permitirían instalar en el centro de cría de insectos un sistema híbrido de control de la temperatura que utilizaría biogás en invierno y un contenedor con aire acondicionado para las estaciones más cálidas. También se necesita con urgencia la construcción de un almacén para mantener en buenas condiciones el material de cría y cajas de cría para las moscas.
“A pesar de los retos, veo mucho potencial en este proyecto”, afirma Dumba. “Ya tenemos grandes empresas en Harare que compran gusanos a agricultores establecidos. Por una tonelada de gusanos pagan entre 800 y 1.000 dólares estadounidenses. Si los agricultores refugiados llegan a ese nivel, sabemos que les estaremos proporcionando más autosuficiencia e inclusión económica sin grandes costes adicionales”.
Francine y sus compañeros refugiados comparten la ambición de Dumba y esperan vender algún día sus gusanos a los agricultores de la región. “Hay que soñar en grande”, comenta. “Podemos hacerlo juntos”.
"Estoy feliz de ser autosuficiente".