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Supervivientes de violencia sexual al norte de Mozambique se apoyan mutuamente para sanar

Una mujer vestida de rosa vista desde atrás, con un fondo negro
Historias

Supervivientes de violencia sexual al norte de Mozambique se apoyan mutuamente para sanar

Después de sufrir terribles abusos, supervivientes de violencia de género y desplazamientos en la provincia mozambiqueña de Cabo Delgado se están uniendo para reconstruir sus vidas destrozadas.
29 Noviembre 2024 Disponible también en:

Rose sufrió violencia de género por parte de hombres armados cuando huía de los ataques con su hija menor.

Las mujeres y niñas desplazadas que han sufrido violencia de género se reúnen regularmente en una red de centros comunitarios y de protección de la provincia del norte de Cabo Delgado, en Mozambique, donde encuentran un espacio seguro para compartir sus historias, apoyarse mutuamente, reír y cantar juntas, y aprender nuevas habilidades.

“Es muy alentador y edificante ver que la capacidad de recuperación de las mujeres proviene de la solidaridad entre ellas”, afirma Josefina Cheia, Oficial de Violencia de Género de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, quien también fue desplazada durante un ataque en su ciudad natal hace cuatro años.

Una mujer con una camiseta de ACNUR sentada en el suelo dirige a un grupo de mujeres que aplauden

Josefina Cheia, Oficial de Violencia de Género de ACNUR, dirige una sesión de grupo con mujeres desplazadas en un centro comunitario y de protección de la provincia de Cabo Delgado.

Desde 2017, los grupos armados no estatales en Cabo Delgado han asaltado e incendiado aldeas e invadido ciudades, han robado propiedades y ganado, han asesinado a civiles, han reclutado por la fuerza a niños y jóvenes, y han secuestrado y violado a mujeres y niñas.

De acuerdo con la ONU, una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia de género, pero en situaciones de conflicto como la de Cabo Delgado, se estima que la cifra es mucho mayor. “Esta crisis ha afectado mucho a las mujeres”, señala Josefina, y añade que lo más duro de su trabajo es escuchar las historias de las supervivientes.

“Quiero vivir una vida segura”

Maria tenía 27 años cuando grupos armados no estatales la secuestraron a ella y a otras mujeres de su aldea y las llevaron a un campamento militar donde las obligaron a convertirse en “esposas”. Incluso niñas de tan solo 10 años fueron forzadas a casarse, comenta.

Maria fue sometida a violencia sexual y brutales palizas, y obligada a realizar tareas domésticas durante meses hasta que su “esposo” insurgente se cansó de ella y la vendió a otro combatiente por 50 meticales (menos de 1 dólar estadounidense). “Más tarde me vendieron por segunda vez a otro hombre”, explica. 

Una mujer se ajusta su falda envolvente mientras un bebé sentado en el suelo la observa

María se ajusta su capulana – una pieza de tela tradicional que se suele llevar como falda – mientras su bebé de seis meses la observa.

En un centro comunitario y de protección, se reúne periódicamente con otras mujeres y ha seguido un curso de formación sobre medios de vida y negocios, impartido por Médicos con África CUAMM, socio de ACNUR, que le ha permitido emprender negocios de venta de pescado seco y pasteles caseros.

Reunida con su esposo, Maria acaba de tener a su segundo hijo y la familia sueña con regresar a su aldea cuando termine el conflicto. “Mi hogar es mi hogar”, afirma. “Quiero vivir una vida segura con mi familia”.

“Sé que soy muy afortunada”

Tausi, de 33 años, fue despertada a las 5 de la mañana por gritos, luego pasos, voces y golpes en su puerta. Tomó a su hija de 9 años, salió y se escondió bajo una palmera, desde donde podía ver espesas columnas de humo que se elevaban sobre el vecindario, mientras los grupos armados lanzaban una ofensiva mortal para tomar el control de su ciudad.

Cinco miembros de un grupo armado no estatal no tardaron en encontrar a Tausi y a su hija y las acorralaron junto a otras mujeres y niños. “Sentí pánico, tristeza y dolor cuando nos secuestraron. No dejaba de pensar en formas de asegurarnos de que las dos sobreviviéramos”, comenta Tausi.

Los cautivos fueron llevados a una pequeña base a las afueras de la ciudad, donde Tausi pasaría dos años. “Durante ese tiempo, me violaron repetidamente”, relata.

Una mujer de espaldas a la cámara mira por una ventana con las manos en los barrotes de seguridad

Tausi en su casa del norte de Mozambique.

Al igual que Maria, Tausi se vio obligada a convertirse en “esposa”: “Me convertí en su empleada doméstica, en su esclava sexual”. Las mujeres que se negaban pasaban hambre, eran torturadas o asesinadas. “Sufrimos cosas que ningún ser humano debería tener que soportar jamás”, comenta Tausi.

No dejaba de planear una huida para ella y su hija, y cuando llegó la oportunidad, la aprovechó.

Tausi regresó a casa y se reunió con su esposo, pero el trauma de sus años de cautiverio permanece, aún más agudo porque los perpetradores no han rendido cuentas.

Muchos de ellos simplemente han vuelto a sus antiguas vidas y a veces Tausi se los encuentra en la ciudad. “Los vemos en el mercado, comprando pescado”, cuenta. “Es muy difícil de aceptar”.

“Sufrimos cosas que ningún ser humano debería tener que soportar”.

Tausi

 

Una mujer de espaldas a la cámara sostiene a un niño pequeño en brazos

Tausi con su segundo hijo.

A pesar de todo, Tausi ha logrado rehacer su vida con su esposo. Se siente contenta porque muchas de las supervivientes de la comunidad han sido rechazadas por sus esposos, mientras que Tausi ha superado el estigma que rodea a la violencia contra las mujeres, y su terrible experiencia ha fortalecido la relación con su esposo: hace poco decidieron tener un segundo hijo. “Sé que soy muy afortunada”, afirma.

“Mis hijos me dan fuerzas”

Cuando grupos armados no estatales comenzaron a atacar las aldeas cercanas, Rose, de 45 años, y sus vecinos huyeron, temiendo ser los siguientes. Escapó con sus seis hijos pero, en medio del caos, se separó de todos menos de su hija menor, cuya mano agarraba con fuerza. “Corrimos durante kilómetros. Pero ni siquiera el monte era seguro”, recuerda.

Pronto se encontraron con un grupo de hombres armados que patrullaban la zona, pero en lugar de ayudar a las mujeres, las violaron.

“Nos dijeron que necesitaban comprobar que no estábamos implicadas con los insurgentes”, relata Rose. “Nos rasgaron la ropa. Nos desnudaron y nos golpearon físicamente, sin piedad. Nos violaron. Todo delante de mi hija. Cuando acabaron con nosotras, huimos desnudas y expuestas”.

Una mujer de espaldas a la cámara en un campo de maíz

Rose cerca de su casa en un asentamiento para personas desplazadas internas.

Rose encontró a sus hijos y a su esposo, y se refugió en un asentamiento para desplazados internos. Pero cuando el esposo de Rose se enteró de lo sucedido, se puso furioso y la culpó de lo que había sufrido. Finalmente abandonó a su familia, dejando a Rose sola al cuidado de sus hijos.

Con el apoyo de Helpcode, socio de ACNUR, Rose ha aprendido nuevos medios de vida en uno de los centros de protección y comunitarios, y se está independizando económicamente. #Voy todos los días a mi pequeña parcela cerca del asentamiento. Cultivo cacahuates que vendo. También tengo mi pequeño negocio de jabón”, comenta.

“Intento seguir adelante por mis hijos; ellos son quienes me dan fuerzas. Son la razón por la que sigo viviendo”.

Sanidad y empoderamiento

“Mi trabajo está inspirado en mis experiencias”, afirma Josefina, de ACNUR, quien dirige las reuniones de mujeres en los centros de protección y comunitarios de todo Cabo Delgado, donde comparten sus experiencias – así como sus planes para el futuro –, ayudando a crear un entorno en el que puedan sanar y empoderarse unas a otras.

“Siempre ha sido mi sueño, mi objetivo, ayudar a las mujeres que han sufrido desplazamientos y violencia sexual”, asegura Josefina. “Les enseño dónde pueden encontrar apoyo, les enseño que aún pueden tener esperanza en sus vidas”.

“Intento seguir adelante por mis hijos”.

Rose

 

Una joven con un cartel sobre la violencia de género sonríe a una niña con una camiseta amarilla

Una voluntaria de la comunidad sensibiliza sobre la violencia doméstica y de género en un asentamiento para desplazados internos.

Los centros son espacios seguros donde ACNUR y sus socios brindan a mujeres desplazadas como Maria, Tausi y Rose apoyo psicosocial, asesoramiento jurídico y formación empresarial y sobre medios de vida.

Las voluntarias de la comunidad también desempeñan un papel crucial en el apoyo a mujeres y niñas, yendo de puerta en puerta para establecer relaciones, concienciar sobre los riesgos de la violencia de género y dónde acceder a los servicios. “Nuestro trabajo marca una gran diferencia”, afirma la voluntaria comunitaria Anastacia, de 29 años. “Algunas personas nunca han oído hablar de la violencia de género. Estamos aquí para enseñarles. Les decimos que no es normal”.

“Ya basta”

En el punto álgido del conflicto en Cabo Delgado, en 2021 y 2022, más de un millón de personas se vieron forzadas a huir de sus hogares; hoy, alrededor de 580.000 siguen desplazadas en la provincia, la mayoría mujeres, niñas y niños, y persisten los ataques, dirigidos principalmente contra la población civil.

Para las supervivientes de la violencia de género, la seguridad y la justicia siguen siendo difíciles de alcanzar, pero las mujeres y las niñas encuentran fuerza en la solidaridad con otras mujeres. Con el apoyo de ACNUR, voluntarios de la comunidad y socios de ACNUR, están luchando contra el estigma y la discriminación, ampliando sus habilidades y el acceso a oportunidades, y reconstruyendo sus vidas.

Tres mujeres caminan por un edificio abandonado de espaldas a la cámara

Tres mujeres caminan por un edificio abandonado en el norte de Mozambique. Fueron secuestradas por grupos armados no estatales en 2020 y permanecieron cautivas en sus bases militares durante varios años.

“Durante mi desplazamiento, recibí mucho apoyo de muchas de las mujeres, así que mi objetivo era hacer lo mismo”, afirma Josefina. “Es un rayo de esperanza [para otras mujeres] ver a una persona como yo, que es de Cabo Delgado, una mujer, una madre, que también fue desplazada, y fue capaz de sobresalir y ser cada vez más fuerte, de poder luchar por ellas”.

Ayudar a las supervivientes a recuperar “su poder, su dignidad y la esperanza en su futuro” es su mayor logro, afirma Josefina. “La violencia contra las mujeres tiene que acabar. Ya basta”.

Una mujer con pañuelo rojo en la cabeza y vestido rojo con círculos blancos extiende la mano en señal de “alto”

Josefina Cheia realiza con su mano una señal que significa “basta de violencia contra las mujeres y las niñas”.

Para contar esta historia, se informó a los grupos de empoderamiento de mujeres de Cabo Delgado y las voluntarias se ofrecieron a compartir sus historias. Se cambiaron los nombres de las supervivientes de violencia de género para proteger su identidad y se les consultó y se les hizo partícipes de todo el proceso de producción.

"La violencia contra las mujeres tiene que acabar".

Josefina Cheia, ACNUR