Los sobrevivientes del ciclón Idai luchan por reconstruir sus devastadas comunidades
Los sobrevivientes del ciclón Idai luchan por reconstruir sus devastadas comunidades
A lo largo de una carretera principal en Buzi, Mozambique, los árboles de mango caídos, que una vez se extendieron hasta el cielo, cubren las aceras. Muchos edificios son ahora escombros, mientras que los que aún quedan en pie no tienen ya ni techos ni ventanas. A las afueras de lo que solía ser una tienda de comestibles se encuentra la parte frontal de un auto completamente destruida. Su parte trasera fue arrastrada por las inundaciones.
Mirando con tristeza a través de una ventana con rejas, Jacob, de 64 años y dueño de la tienda, aún lucha para asimilar todo.
“Todos mis suministros quedaron destrozados”, dijo él. “El arroz, la pasta, todo. No sé cómo voy a sobrevivir ahora”.
Varios kilómetros alrededor, las ciudades y las aldeas han quedado destrozadas después de que el ciclón Idai causara que el Río Buzi se saliera de su cauce, provocando inundaciones sin precedentes. Los residentes vuelven poco a poco, solamente para encontrar lo poco que queda de sus hogares y sus pertenencias.
“Todos mis suministros quedaron destrozados. El arroz, la pasta, todo. No sé cómo voy a sobrevivir ahora”.
Las escuelas están cerradas hasta nuevo aviso. Los hospitales y las clínicas apenas funcionan. Los cables eléctricos yacen en el lodo, al lado de sandalias desechadas y desechos plásticos.
“Solo se puede ver una ciudad oscura”, dice Antonio, el dueño de un supermercado local. “Me pregunto que vendrá ahora. Estamos necesitando ayuda”.
Cuando el ciclón tocó tierra en la noche del 14 al 15 de marzo, Antonio y su esposa intentaron con todas sus fuerzas mantener intacto el techo del hogar de la familia, a medida que los vientos huracanados arrancaban placa por placa.
“Era increíble”, dice Chillo, el sobrino de Antonio. “Podía ver cosas volando por el aire, cosas que jamás pensé que podrían ser levantadas, latas de metal de los techos, ramas de árboles torcidas y artículos del hogar de todos los tamaños”.
Manuel, el vecino de Antonio no tuvo tanta suerte. Un marco de puerta de madera es todo lo que queda de su hogar. Cuando las aguas crecieron, se derritieron los ladrillos. Su familia se vio obligada a refugiarse en el techo de un bar cercano durante siete días antes de poder regresar.
Casi tres semanas después del alboroto de Idai, Buzi permanece aislada de la ciudad principal más cercana, Beira, ya que las carreteras han sido arrasadas o están cubiertas de escombros. Los helicópteros llevan ayuda para salvar vidas, pero solo pueden llevar cierta cantidad, y las necesidades superan ampliamente lo que las organizaciones humanitarias pueden ofrecer.
La semana pasada, ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, transportó por vía aérea unas 80 toneladas de ayuda para salvar vidas a Mozambique, incluyendo albergues, frazadas, mosquiteras, lámparas solares y lonas de plástico para ayudar a los 10.000 sobrevivientes más vulnerables a recuperarse. Las distribuciones son continuas y el personal está consiguiendo que los sobrevivientes más vulnerables vivan en condiciones de seguridad.
Mientras tanto, en medio de una escasez generalizada, el precio de los alimentos se ha disparado. Pasará algún tiempo antes de que las cadenas comerciales de suministro puedan restaurarse y las tiendas puedan reabastecerse adecuadamente. El arroz ahora se vende en Buzi hasta cinco veces más caro que hace tres semanas. El ciclón golpeó al final de la temporada de crecimiento, destruyendo unas 711.000 hectáreas de cultivos y dejando a los agricultores sin dinero para comprar nuevas semillas. Ahora existe un riesgo real de hambruna en un país que ya tenía una de las peores tasas de malnutrición infantil en el mundo.
“Lo que necesitamos ahora es comida”, dice Antonio. “No tenemos comida aquí. Mis hijos suben y bajan árboles buscando cocos, pero eso no es suficiente. Recibí media taza de frijoles, pero tengo muchos familiares aquí. Todos me miran y me dicen “haz algo”. Es muy difícil, es como si no estuviera siendo un buen padre”.
“Muchas personas se están enfermando aquí. No hay agua para beber”.
Con los pozos que suministran agua potable sucios y las letrinas llenas de lodo, un brote de cólera presenta una nueva amenaza en las zonas afectadas por el ciclón. Según informes del gobierno, más de 1.000 personas han sido diagnosticadas con la enfermedad potencialmente mortal. Las vacunas han sido enviadas al país, pero hasta que se administren, a algunas personas no les queda más remedio que consumir alimentos y agua contaminados.
“Muchas personas se están enfermando aquí”, dice Antonio. “No hay agua para beber. Me pregunto qué vendrá para nosotros porque esta agua viene con diferentes enfermedades. Al consumir este tipo de agua, las personas están vomitando, tienen problemas con el estómago. No es broma las cosas que están sucediendo aquí”.
La gente está ansiosa por lo que depara el futuro. Algunos han decidido dejar Buzi, temerosos de que esta no sea la última vez que la ciudad vea un clima extremo. En total, alrededor de 150.000 personas viven en sitios de desplazamiento en Mozambique, ya sea porque no quieren o porque no pueden regresar a sus hogares.
“Cada año se pone peor”, dice Vito, un maestro de escuela primaria. “Cada año hace más calor y es más mojado. No queda nada en Buzi. No puedo criar una familia aquí”.