El alcalde de una ciudad fronteriza húngara se prepara para acoger a personas refugiadas ucranianas
El alcalde de una ciudad fronteriza húngara se prepara para acoger a personas refugiadas ucranianas
Actualmente, el teléfono de Helmeczi suena cada dos minutos. Muchas de las llamadas están relacionadas con personas refugiadas ucranianas.
“Esta es importante”, asegura, echando un vistazo a su teléfono antes de contestar. Se trata de una pareja de unos sesenta años que acaba de huir de su casa en la provincia de Kherson Oblast, en el sur de Ucrania, y que vive hacinada en un dormitorio de 20 camas en un albergue temporal de Záhony.
Hay buenas noticias: el ayuntamiento ha encontrado una casa vacía para la pareja. Solo necesita una buena limpieza para que esté lista para ellos. El alcalde solo tiene que dar el visto bueno.
Los seis meses transcurridos desde el inicio de la guerra en Ucrania y la crisis de las personas refugiadas que desencadenó, han sido un torbellino ininterrumpido de rapidez y resolución de problemas para Zahony y su alcalde. “Todavía no hemos tenido la oportunidad de dar un paso atrás y reflexionar a fondo sobre lo que hemos vivido”, señala Helmeczi.
La lucha actual consiste en mantener la respuesta humanitaria a medida que el entusiasmo se desvanece y las donaciones se agotan tras las primeras muestras de apoyo. A medida que las primeras semanas de la emergencia se convierten en meses de desplazamiento, la necesidad de asistencia sigue siendo enorme. ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y sus socios ofrecen a las personas refugiadas ucranianas ayuda inmediata a su llegada a Zahony, como información, comida caliente y atención médica. La respuesta del gobierno – en estrecha colaboración con ACNUR y el municipio – toma el relevo, ofreciendo alojamiento, transporte y otras ayudas continuas.
“Desde la coordinación hasta las conexiones, pasando por las horas de trabajo extra, los trabajadores municipales desempeñan un papel esencial para que todo esto ocurra”, comenta el alcalde. “Y mientras tanto, también dirigimos una ciudad”.
Puede que el número de llegadas en los últimos meses haya descendido, pero las soluciones a largo plazo son muy demandadas. Más allá de la búsqueda de un alojamiento para pasar la noche, las personas refugiadas de Ucrania necesitan ahora puestos de trabajo, guarderías y un alojamiento asequible.
Záhony es la única ciudad fronteriza entre Ucrania y Hungría que cuenta con una estación de ferrocarril, y este legado del pasado soviético – que se remonta a cuando la compañía ferroviaria estatal empleaba aquí a 8.000 personas en la década de 1980 – la ha convertido en un inesperado imán en el presente. A principios de año, más de la mitad de los 4.500 habitantes de la ciudad estaban jubilados y apenas había niños en edad escolar. Entonces, el trabajo de Helmeczi reflejaba los intereses de sus envejecidos electores. “Las prioridades de nuestros ciudadanos estaban claras”, explica el alcalde. “Teníamos que mantener las calles en silencio y los cementerios ordenados”.
Todo cambió el 24 de febrero de 2022. Helmeczi comenzó su jornada laboral como siempre, poniéndose al día con las noticias. Se sorprendió al saber que había comenzado una guerra en la vecina Ucrania, pero no se dio cuenta inmediatamente de que significaría el fin de su trabajo tal y como lo conocía.
“A la 1 de la tarde publiqué en Facebook las necesidades que teníamos, y a las 6 de la tarde ya estaba listo un albergue cercano”.
Por suerte, Helmeczi es un hombre de decisiones rápidas. “Era finales de febrero, con temperaturas bajo cero. No podíamos esperar que las personas pasaran la noche en la estación de tren. A la 1 de la tarde publiqué en Facebook las necesidades que teníamos, y a las 6 de la tarde ya estaba listo un albergue cercano para acoger a personas refugiadas”, explica.
Poco después de que llegaran las primeras personas refugiadas, empezaron a llegar las donaciones. Luego los voluntarios. Después llegaron las autoridades, las ONG y las organizaciones de ayuda. La vida en la antes tranquila ciudad se vio completamente alterada.
El alcalde no esperaba convertirse en un actor clave en la crisis de refugiados que más rápido ha aumentado en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, pero aceptó el reto. “Al principio, estábamos tan inmersos en los asuntos que nos ocupaban que no nos dimos cuenta de la cantidad de sufrimiento humano que estábamos tratando. Solo después de unas semanas tuvimos tiempo para sentarnos y hablar con las personas”, cuenta.
En un día festivo de julio, los concejales se reunieron para celebrar una fiesta informal en el jardín. “Aunque solo fuera por unas horas teníamos que estar fuera de servicio y ocuparnos de nosotros mismos”, comenta Helmeczi. “Hablamos, nos reímos, intentamos aliviar las tensiones. Cuando terminó la fiesta, había que volver directamente al trabajo”.
El caso de la pareja de Kherson Oblast que vive en el albergue es representativo de las nuevas responsabilidades de Helmeczi. Géza Vinda y su esposa tenían una casa y una granja y eran razonablemente acomodados. Ahora no tienen más que las pocas pertenencias con las que pudieron huir, entre ellas un puñado de fotos familiares.
Al principio, pensaron que podrían resistir la guerra resguardándose en el sótano de su casa, pero con el paso de los meses la situación se volvió más peligrosa.
“Fuimos los últimos de nuestra calle en quedarnos”, comenta Vinda. “Pero cuando el tejado de la casa de nuestro vecino voló por los aires mientras estábamos en el sótano dando de comer a los animales, decidimos que era el momento de irnos”. Él y su esposa huyeron a través de los cauces del río cercano mientras los disparos sonaban detrás de ellos y finalmente lograron ponerse a salvo en Záhony, y en el albergue.
Cuando Helmeczi da la noticia a la pareja de que han encontrado un hogar para ellos, Géza se muestra visiblemente emocionado. Luego, se recompone, decidido, como el alcalde, a desempeñar su papel. “Vamos, limpiaremos la casa nosotros mismos”, declara Géza. “No estamos aquí para quedarnos sentados y esperar”.