El miedo y la pérdida acechan a las personas que huyen de la violencia insurgente en Mozambique
El miedo y la pérdida acechan a las personas que huyen de la violencia insurgente en Mozambique
Herculano e Isabella, su esposa, dejaron todo cuando abandonaron la aldea de Quissanga, un distrito al norte de la provincia de Cabo Delgado en Mozambique. Apenas lograron huir con sus diez hijos y sus ocho nietos mientras las casas vecinas eran destruidas.
“Perdimos todo lo que teníamos”.
“Huimos a causa de la violencia”, dijo Herculano. “Perdimos todo lo que teníamos. Las casas fueron quemadas y la gente, torturada. Vimos cómo los insurgentes perseguían a los niños para reclutarlos. Temíamos por la vida de nuestros hijos”.
Herculano y su familia se encuentran entre las 670.000 personas que han sido desplazadas por la insurgencia al norte de Mozambique. Más de 2.000 personas han sido asesinadas desde que empezaron los ataques en 2017; además, ha habido reportes de violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario.
Herculano (64 años) e Isabella (50 años) describen el momento de su huida – en febrero del año pasado – como un “episodio de terror”. La familia corrió durante horas por temor a que los insurgentes les atrapara. Cuando se detuvieron, se escondieron en la vegetación y permanecieron ahí durante casi una semana, sin agua, sin alimentos y sin albergue. Después de cierto tiempo, se dirigieron hacia uno de los caminos principales y rogaron para que un camión les llevara a Pemba, la capital de Cabo Delgado.
“Cuando llegamos a Pemba, nuestros pies estaban hinchados. Vimos a niñas y niños deambular sin compañía en los caminos”, dijo Isabella, quien se siente afortunada por haber escapado con toda su familia.
Muchas de las personas que huyen han sido acogidas por las comunidades locales donde encontraron protección. Durante diez meses, antes de su traslado a un asentamiento de personas desplazadas internas en el distrito de Ancuabe (alrededor de 110 kilómetros de Pemba), Herculano y su familia compartieron una casa pequeña con otras cuarenta personas.
Desde octubre del año pasado, el Gobierno de Mozambique ha estado reubicando a las personas desplazadas internas a asentamientos en nueve distritos en Cabo Delgado.
ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, colabora con las autoridades para dar seguimiento y respuesta a las necesidades de las personas desplazadas y de las comunidades de acogida. La crisis humanitaria en Cabo Delgado ha empeorado porque los ataques no han cesado y la economía enfrenta estragos a raíz de la pandemia de COVID-19. Además, la región sigue recuperándose de los daños provocados por fenómenos naturales, como ciclones e inundaciones, así como de la propagación de enfermedades causadas por el consumo de agua contaminada.
Las mujeres y las niñas han sido secuestradas; se les ha forzado a contraer matrimonio; han sido violadas o se les ha sometido a otras formas de violencia sexual. La población desplazada sigue siendo propensa a la violencia de género cuando se ve obligada a huir y cuando se le desplaza. Las mujeres han comentado que les preocupa la falta de alumbrado en los asentamientos; además, mencionan que no se sienten seguras por las tardes.
- Ver también: Miles de personas forzadas a huir por un nuevo estallido de violencia en el norte de Mozambique
ACNUR está encabezando la respuesta de protección; para ello, está brindando apoyo a los equipos que se encargan de prevenir la violencia de género, de proteger a la infancia y de sensibilizar a la población sobre la lucha contra la explotación sexual. Además, ACNUR ha estado brindando asistencia humanitaria mediante la distribución de materiales para los albergues y artículos de auxilio primario, como lonas impermeables, colchonetas, cobijas, juegos de cocina, baldes, bidones y lámparas solares.
“Se trata de una verdadera tragedia humanitaria”.
Gillian Triggs, Alta Comisionada Auxiliar para la Protección de ACNUR, y Raouf Mazou, Alto Comisionado Auxiliar para las Operaciones de ACNUR, visitaron la zona esta semana y se encontraron con personas desplazadas, quienes les hicieron saber sus inquietudes y experiencias. Viajaron a Pemba, la capital, y a Nanjua B, el sitio de reubicación en Ancuabe, donde se encuentran alojadas 951 familias (entre ellas, la familia de Isabella y Herculano).
“Se trata de una verdadera tragedia humanitaria. A raíz de este desastre debemos atender distintos tipos de necesidades de protección”, señaló Triggs.
“Hablé con una abuela: ella es quien se hace cargo de su nieto porque su hija fue asesinada durante el conflicto y el padre fue decapitado. Conocí a otra mujer que está cuidado al hijo de una persona que no conoce, pero ese niño es huérfano. Es el pan de cada día aquí: las mujeres se hacen cargo de la niñez que ha perdido a su madre y/o padre”.
“Se necesitan recursos adicionales. ACNUR está colaborando con el gobierno y con otros organismos internacionales para brindar asistencia y apoyo. Sin embargo, se necesitan recursos, muchos recursos”, señaló Mazou.
Con frecuencia, Herculano añora su vida en Quissanga, donde trabajaba como carpintero y granjero. Tenía dos casas y podía sostener a su familia extendida.
Justo a lado de su albergue en Nanjua B, Herculano plantó maíz y ajonjolí para poder alimentar a su familia.
“Me resulta muy difícil porque, desde que estoy aquí, no he podido ganar ni un centavo. Queremos vivir en paz, sin perturbaciones ni restricciones”.