Escapando de la violación en Burundi
Escapando de la violación en Burundi
Incluso antes de que comience a hablar, la violencia que ha desgarrado Burundi se puede leer a través de la piel de Nicole: la señal de una puñalada en su vientre; el tajo de una pulgada de largo en su cuello y la cicatriz en forma de uva pasa en su cuero cabelludo, fruto de otra cuchillada. Quemaduras indelebles marcan sus brazos y piernas, y algunos de sus dientes han desaparecido arrancados a puñetazos.
Su viaje a través del infierno comenzó con la ronda diaria puerta a puerta de la milicia de matones del partido en el poder, los imbonerakure. Presenció lo que ocurrió cuando su casero fue incapaz de pagar los 10.000 francos burundeses (unos 6,50 dólares) que los miembros de la milicia, cargados con armas y machetes, le reclamaban. Fue un error fatal.
"Nos condujeron al río al día siguiente para verlo", dice, deteniéndose para beber un vaso de agua. "Le habían rajado en la cabeza, y apuñalado en los costados y en el vientre. A su mujer le habían cortado los pechos, y tenía un tajo que iba de los genitales a la cabeza", añade, con la respiración entrecortada. "A los niños solo los habían degollado".
En aquel momento, Nicole supo que tenía que reunir a sus tres hijos pequeños y huir. Casi había conseguido llegar a la frontera con Tanzania cuando una banda compuesta por policías, imbonerakure y oficiales locales los detuvieron. Tenían la orden de "asesinar o apalear a cualquiera que intentase cruzar", dice.
Con la cárcel local llena, ella y otras 60 personas fueron trasladadas a un centro de detención cercano. Allí, "el procedimiento consistía en que tenías que recibir una paliza brutal" por intentar abandonar Burundi, relata. "Había incluso una mujer que llevaba un bebé a su espalda y la golpearon hasta que el bebé murió", recuerda, con la mirada distante puesta en el suelo.
Los oficiales de policía separaron a la gente por sexos, y los pusieron en grupos de ocho, atándolos de brazos y piernas, y haciéndolos tumbarse en el suelo, rememora. Cinco agentes atravesaron la línea, golpeándolos con porras y pateándolos.
Nicole fue liberada pronto de este tormento, y trasladada a una celda para ella sola. Perdió el conocimiento, y se despertó más tarde mientras un policía la violaba.
"Gritaba y forcejeaba, pero él hizo lo que quiso", cuenta, mientras sus dedos temblorosos pelean por atrapar las lágrimas que se deslizan por sus mejillas. Recuerda cómo otros agentes pasaban por delante y se alejaban.
"Solo me violó una vez porque tenía sangre y orina brotando de mí, y no ha parado desde entonces", dice. Destrozada, Nicole fue expulsada de la comisaría. No ha visto a sus hijos desde entonces.
"Gritaba y forcejeaba, pero él hizo lo que quiso."
Nicole es una de los más de 137.000 burundeses que han huido a la vecina Tanzania desde que el presidente Pierre Nkurunziza declaró, justo hace un año, que se presentaría a un tercer mandato. El anuncio desató una ola de protestas, represión policial y violencia por parte de las milicias.
De los desgarradores testimonios de masacres, torturas y encarcelamientos relatados por aquellos que han huido, emerge un alarmante patrón de violaciones y violencia sexual.
Los supervivientes, entre ellos Nicole, describen el uso de la violación como castigo en los puestos de control en Burundi y sus fronteras. Algunos de los testimonios que ha podido recoger ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, apuntan a que sus violadores los habían acusado de tener relación con el partido político equivocado, o les habían señalado por su origen o el lugar del que venían.
Otra mujer, una de las nueve entrevistadas para este reportaje, recibió un ultimátum en un control fronterizo junto a una ladera donde yacían muchos cuerpos: "ser violada o morir". Tuvo la suerte de 'solamente' ser despojada de sus pertenencias. Tres declararon haber sido violadas en grupo tras presenciar el asesinato de sus maridos o padre, todos coroneles del ejército.
Las mujeres no son el único objetivo de los violadores. Davide*, un hombre delgado de ojos grandes y pómulos marcados, es uno de los dos refugiados que han accedido a compartir su historia. Este estudiante, declaró haber sido acosado por algunos de sus compañeros de estudios por negarse a formar parte de los imbonerakure.
Cuando los intentos de persuasión de algunos compañeros se volvieron más amenazantes, como él "sabía muchos secretos" sobre sus matanzas nocturnas en la provincia de Makamba, los ignoró. Pensó que no iban en serio. Eran sus amigos.
Un día, le atraparon en la calle y le condujeron a una casa grande, donde dijeron que muchos otros estaban retenidos. Estuvo esposado en todo momento, y tres hombres llegaron y lo violaron, mientras los otros miraban.
Ellos decían: "No te unirás a nosotros, así que no mostraremos compasión", contó.
Tres semanas después, otros amigos que pertenecían a los imbonerakure supieron de su castigo. Se compadecieron de él y organizaron su huida.
"Las mujeres no son el único objetivo de los violadores."
Davide teme que la gente descubra su terrible calvario, aunque considera que sus agresores "ni siquiera son seres humanos". Mientras espera a reunirse con su novia en Tanzania, tiene la esperanza de que ella será comprensiva. "La quiero, así que puedo contarle cualquier cosa", dice, con una sonrisa tímida.
Renate Frech, responsable de protección de ACNUR que trabaja en los campamentos de refugiados de Tanzania, declaró que los casos de violencia sexual de los que se tiene constancia serían "solo una pequeña porción de la realidad", especialmente en el caso de los hombres.
"Tenemos que derribar el muro de silencio con respecto a los hombres supervivientes de violencia sexual", manifestó Frech. "Si bien apenas tenemos informes, nos preocupa que los hombres puedan ser también objetivos, especialmente cuando están detenidos", añadió, enfatizando la necesidad de disponer de más recursos para proporcionar servicio a todo aquel que lo necesite.
Algunos supervivientes en Tanzania lidian aún con las graves secuelas derivadas de los asaltos. Varias mujeres en el campamento están dando a luz a bebés que son fruto de las violaciones. Otras han sido rechazadas por sus maridos, que se escudan en la infidelidad o el temor a ser infectados de VIH.
Una madre, violada por dos hombres, relató cómo cortaron el cuello de su hijo de cinco años, pero dejaron a su marido vivo. Ahora, de nuevo embarazada, quiere creer que el niño que crece en su interior es de su marido.
ACNUR y sus socios tratan de que las nuevas llegadas que han sido víctimas de la violencia sexual reciban tratamiento médico inmediato, así como asistencia legal y psicológica.
El servicio se extiende también a aquellas personas atacadas después de huir. El Comité Internacional de Rescate ha provisto del mismo a 1.759 supervivientes de violencia sexual y de género desde abril de 2015.
Conectar con los supervivientes es todo un reto, porque el miedo al estigma detiene a muchos de ellos a la hora de dar un paso adelante para acceder a atención especializada. Con tan sólo el 30% del presupuesto necesario para ayudar a los desplazados por la crisis de Burundi, ACNUR y sus socios luchan por proveer a todos ellos de algo más que asistencia básica y vital, como comida, agua y refugio.
"Es difícil superar los recuerdos."
Los programas a largo plazo, como la asistencia psicológica especializada, o los de formación y capacitación, cruciales para prevenir y tratar la violencia sexual, se han caído por la falta de fondos.
"Allá donde mires, sufres el impacto de la falta de fondos", afirma Frech.
ACNUR y sus socios están proporcionando a las mujeres linternas solares, pero el campamento necesita aún de más iluminación y de letrinas más próximas a los hogares para reducir la distancia que las mujeres han de recorrer hasta ellas, especialmente de noche, y aumentar así la seguridad. Para reducir los ataques sobre mujeres y niñas cuando van a por leña –caminando hasta 15 kilómetros desde el campamento – los trabajadores humanitarios están ayudando a construir cocinas de bajo consumo energético, y proporcionan también leña y herramientas para cortarla.
Una mujer de 19 años, cuyos violadores fueron a su casa y mataron a sus padres, trata de reconstruir su vida como refugiada en Tanzania.
"Es difícil superar los recuerdos", contó. La joven vive torturada por lo sucedido. "Este lugar no te deja olvidar".
*Nombres alterados por razones de protección.
Texto de Hannah McNeish. Fotografías de Benjamin Loyseau