Los problemas de salud mental como causa y consecuencia del desplazamiento
Los problemas de salud mental como causa y consecuencia del desplazamiento
Leo Medina era un adolescente cuando recibió un diagnóstico escalofriante: esquizofrenia. Eso fue en Venezuela, a finales de la década de 1990, cuando la nación sudamericana era un centro neurálgico en la industria del gas y del petróleo, y había amplia disponibilidad de productos importados (entre ellos, los medicamentos que Leo necesita para controlar su trastorno mental).
Sin embargo, en la última década, mientras Venezuela entraba en una profunda crisis económica y política, para Leo fue cada vez más difícil adquirir sus medicamentos. Como ocurrió con los alimentos en los supermercados venezolanos, los estantes de las farmacias se fueron quedando vacíos a medida que aumentaba la escasez de medicamentos.
Con un suministro decreciente, Yesmaira y Héctor, madre y padre de Leo, no tuvieron más remedio que reducir la dosis diaria. Leo había estado tomando cuatro píldoras al día, “pero, a medida que disminuía nuestro inventario, redujimos el número a tres píldoras; luego, dos; y, finalmente, solo una”, recuerda Héctor.
La salud de Leo se deterioró por una serie de aterradoras crisis de salud mental.
“Perdí interés en todo”, comentó Leo, quien ahora tiene 36 años. “Pasé un año y medio en muy mal estado: me sentía deprimido y no podía trabajar. Solo lloraba y gritaba. No quería seguir viviendo”.
La situación se agravó tanto que los padres de Leo se unieron a las más de 6 millones de personas que han huido de Venezuela en años recientes. Esta familia dejó todo atrás – un hogar cómodo, varios vehículos y un exitoso negocio de postres – con la esperanza de garantizar que Leo recibiera la ayuda que necesitaba para salvar su vida. La familia se dirigió a Guatemala, donde la hermana de Leo ha estado viviendo desde que contrajo matrimonio con un ciudadano del pequeño país centroamericano.
“Pasé un año y medio en muy mal estado”.
En Guatemala, el cuerpo médico de un hospital público trató a Leo inmediatamente. El diagnóstico cambió (de esquizofrenia a trastorno bipolar), y Leo recibió el tratamiento y la medicación que necesita. Ha pasado más de un año y, aunque ha habido altibajos, el cambio en Leo ha sido notorio.
“En Guatemala fuimos testigos de un milagro”, contó Héctor, quien añadió que Leo, que apenas podía salir de la cama cuando recién llegaron al país, ha asumido la mayor parte de las tareas del incipiente negocio familiar que consiste en preparar dulces venezolanos tradicionales y que la familia Medina inició de cero en la modesta casa que rentan en las afueras de Ciudad de Guatemala.
Dada la magnitud de las necesidades humanitarias de las personas obligadas a huir de sus hogares, sus problemas de salud mental tienden a quedar en segundo plano. Sin embargo, hay estudios que demuestran que las personas desplazadas son más propensas a padecer trastornos mentales que el resto de la población. Por ejemplo, un estudio publicado en 2019 en The Lancet muestra que “la carga de las trastornos mentales es elevada en poblaciones afectadas por conflictos”; de manera similar, un estudio publicado en 2020 en Plos Medicine sugiere que “son altos y persistentes los índices de depresión y estrés postraumático en personas adultas refugiadas y solicitantes de asilo”.
ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, se esfuerza por incorporar la salud mental y el apoyo psicosocial a su labor, sobre todo en el contexto de la pandemia de COVID-19, y considerando el creciente aislamiento, la pérdida de medios de vida y la incertidumbre que la acompañan.
“En Guatemala fuimos testigos de un milagro”.
Aunque hay casos, como ocurrió con la familia Medina, en que los problemas de salud mental son la causa detrás del desplazamiento, el estrés provocado por abandonar el hogar puede causar crisis de salud mental en personas que nunca las han padecido.
Eso fue lo que pasó con Óscar*, un decorador de eventos y activista por los derechos de las personas LGBTIQ+ que se vio obligado a salir de Nicaragua, su país de origen, a raíz de las protestas contra el gobierno que se apoderaron del país en 2018. Óscar participó en las marchas. En consecuencia, se convirtió en blanco de amenazas de muerte.
Lo que sobrevino fue un calvario espeluznante: abandonó su casa y, luego de escapar de la detención en numerosas ocasiones, terminó por escabullirse por la frontera para adentrarse en la vecina Costa Rica. Sin embargo, como hay decenas de miles de nicaragüenses que huyen de la persecución política y solicitan asilo en Costa Rica, para Óscar fue difícil sufragar sus gastos y, luego de poco, decidió dirigirse al norte, hacia Guatemala.
“Mis emociones parecen ser una montaña rusa”.
Óscar encontró protección en el país centroamericano, pero no encontró paz. Ha sido alto el costo de ser buscado en su país de origen, de ver cómo su vida ha cambiado rápidamente, y de encontrarse lejos de familia y amigos.
“Mis emociones parecen ser una montaña rusa. He estado fuertemente deprimido”, contó sentado en una cama que ocupa la mayor parte de la pequeña habitación que renta en Ciudad de Guatemala. “Llegó a un punto en el que nunca pensé que estaría: tuve que ir a un hospital psiquiátrico... En alguna ocasión, no dormí por cinco días; pensé que me estaba volviendo loco”.
Óscar tomó antidepresivos por un periodo corto para salir de la peor etapa de la crisis, pero dice que las sesiones de terapia semanales que ACNUR ofrece han sido de gran ayuda. En este momento, Óscar puede sostenerse y nuevamente puede ver hacia el futuro con esperanza.
“Tengo altibajos, y aún hay momentos en que no quiero salir de la cama, pero sé que debo seguir luchando”, dijo Óscar, quien no parece tener 37 años por su aspecto juvenil y su baja estatura. “Quizás parezca débil físicamente, pero tengo un carácter muy fuerte”.
*Nombre cambiado por motivos de protección