Mujeres de Costa Rica y solicitantes de asilo se unen para salvar una plantación de cacao
Mujeres de Costa Rica y solicitantes de asilo se unen para salvar una plantación de cacao
Las cosas se veían mal para Vicenta González, de 73 años, propietaria de una plantación de cacao al norte de Costa Rica, cerca de la frontera con Nicaragua.
Hace varios años, las aguas de un río cercano se desbordaron e inundaron su propiedad. Y para empeorar las cosas, muchos de los más de 1.000 árboles de cacao que salpican sus densas tierras se vieron afectados por una plaga que estropea sus valiosas vainas, el ingrediente principal del chocolate.
Vicenta, su esposo, sus dos hijos biológicos y cinco adoptados habían administrado durante décadas la plantación de 18 hectáreas en el distrito norteño de Upala, en Costa Rica. Pero la familia de la pareja hacía tiempo que había crecido y se había dispersado, y el esposo de Vicenta había sufrido una enfermedad devastadora poco antes del doble golpe de la inundación y la plaga.
Sola en la plantación, con una rodilla mala, Vicenta no veía el camino a seguir hasta que un día de 2015 asistió a un curso de capacitación, impartido por una ONG local, sobre la prevención de la violencia doméstica.
Ahí, ella y varias de las otras participantes tuvieron una idea: Se unirían para cuidar la plantación, fabricar y vender chocolate y otros productos derivados del cacao. Los beneficios se repartirían entre ellas, lo que les permitiría ayudar a mantener a sus familias en una zona en la que gran parte de la tierra se ha convertido en vastas plantaciones de piñas y escasean los empleos estables.
Así nació una cooperativa de cacao formada exclusivamente por mujeres, a la que llamaron Cacaotica, una mezcla de las palabras cacao y “Tica”, la forma común de referirse a alguien o algo originario de Costa Rica. La mayoría de sus 10 integrantes son supervivientes de la violencia doméstica. Incluyen mujeres costarricenses locales y personas refugiadas de Nicaragua que huyeron de la persecución generalizada tras una ola de protestas antigubernamentales que comenzó en 2018.
“Estar en la cooperativa nos ha demostrado que tenemos las habilidades para triunfar”.
“Es desgarrador ver a las mujeres que llegan de Nicaragua”, compartió Vicenta. “Llegan sin nada y están sumamente traumatizadas y con miedo”.
Ella misma se trasladó a Costa Rica desde Nicaragua hace unos 50 años, después de que su marido costarricense le vendiera la idea de gestionar una granja juntos. Aunque su propio traslado se hizo por amor, Vicenta tiene una larga historia de ayuda a las personas refugiadas de su país. Durante la guerra civil de Nicaragua en la década de 1980, abrió su casa a quienes huían a Costa Rica. Y luego de las protestas de 2018, en las que más de 120.000 personas nicaragüenses buscaron seguridad en Costa Rica, volvió a hacerlo.
Trabajando juntas, las mujeres cuidan de los árboles, cortan las vainas que muestran las manchas distintivas de la plaga y cosechan las amarillas maduras. Evitan los fertilizantes y plaguicidas químicos en favor de alternativas naturales, como un abono rico en nutrientes elaborado con las heces del pequeño rebaño de vacas que deambula por la propiedad, así como con las cáscaras de los granos, y la corteza y hojas muertas que desprenden los propios árboles de cacao. Sus esfuerzos han hecho que la cooperativa obtenga la certificación ecológica, lo que permite que sus productos alcancen un mejor precio.
“Utilizamos absolutamente toda la vaina”, explicó Vicenta, y añadió que, además de las clásicas tabletas de chocolate, el colectivo elabora productos como toffee de chocolate, brillo para labios con manteca de cacao y crema para manos. Todos ellos se elaboran en la cocina de la granja de madera de Vicenta, a la espera de que se complete un espacio de trabajo adecuado que el grupo está construyendo actualmente.
Además de un mínimo de seguridad financiera, la cooperativa está dando a sus integrantes un nuevo sentido de empoderamiento. Dara Argüello, una costarricense de 35 años que se unió a la cooperativa hace unos años, señaló que estar en un grupo en el que las mujeres no solo hacen todo el trabajo, sino que toman todas las decisiones, ha mejorado drásticamente sus sentimientos de autoestima.
“Estar en la cooperativa realmente nos ha demostrado a muchas de nosotras que tenemos las habilidades para tener éxito y ser líderes”, compartió Dara, añadiendo que “también nos ha mostrado a muchas de nosotras, quienes hemos sido realmente afectadas por el machismo, que hay otras formas de vivir”.
“Nos hemos ayudado unas a otras”.
El grupo también ha aprendido que juntas son más fuertes. Han colaborado para ayudar con las tasas que las integrantes solicitantes de asilo deben pagar periódicamente para renovar sus documentos, comentó Dara. El grupo también se reúne para asistir a talleres sobre todo tipo de temas, desde la prevención de la violencia hasta el liderazgo.
Tras participar en un taller para emprendedores en desarrollo, dirigido por la Fundación Mujer, socia de ACNUR, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, las integrantes de Cacaotica empezaron a vender sus productos en mercados de toda Costa Rica.
Su duro trabajo comenzaba a dar frutos, y las mujeres empezaban a llevar a casa unos ingresos modestos pero regulares, cuando se produjo la pandemia de COVID-19. Los mercados cerraron en medio de confinamientos que también hicieron casi imposible que las integrantes del grupo llegaran a la plantación de Vicenta.
“La pandemia fue muy, muy dura”, recordó Vicenta. “Perdimos la mayor parte de nuestros productos e incluso perdimos a algunas integrantes que se fueron porque se desanimaron debido a la situación. Básicamente, tuvimos que volver a empezar desde cero”.
Al principio, respondieron modificando su modelo de negocio, vendiendo plantones de cacao en respuesta al aumento de la demanda de plantas de interior provocado por el confinamiento. Pero desde que se relajaron las restricciones, han ido reconstruyendo poco a poco sus existencias de tabletas de chocolate y productos de belleza, que ahora pretenden colocar en hoteles de alta gama de toda Costa Rica y más allá.
“Me han ayudado mucho”, comentó Vicenta sobre sus compañeras de trabajo en el colectivo antes de sacudir la cabeza y añadir: “En realidad, supongo que todas nos hemos ayudado unas a otras”.