"No todo el mundo tiene la oportunidad de empezar su vida de nuevo"
"No todo el mundo tiene la oportunidad de empezar su vida de nuevo"
Carlos, de 35 años, tenía una vida cómoda en Venezuela. Estudió periodismo y se desempeñaba como jefe de producción en un canal de televisión estatal; él y Marifer, su pareja desde hace 8 años, llevaban una vida tranquila en la ciudad de Maracay.
“Mi vida era normal, tranquila. Lo tenía todo, familia, amigos. Estábamos todos muy unidos, vivíamos bien”, recuerda.
Con la crisis que afectó a Venezuela a partir de 2014, las cosas empezaron a cambiar. “Solo podía comprar comida los lunes porque las medicinas y los alimentos empezaron a estar racionados. Así, los lunes tenía que ir al supermercado y me pasaba de cuatro a seis horas en la cola, esperando para entrar y ver si los productos habían llegado o no. En caso de que hubieran llegado, solo podíamos comprarlos en pequeñas cantidades”.
A pesar de la situación Carlos se quedó en Maracay hasta 2016. Se vio obligado a huir porque lo secuestraron. Una noche, mientras volvía a casa, su automóvil fue interceptado por un grupo de hombres armados y Carlos fue conducido hasta un lugar desierto. Allí, estos hombres lo golpearon mientras hablaban de su trabajo y su familia. Después de esto, quedó traumatizado y con miedo de que le pasara algo a su familia.
“Quedé muy asustado y decidí ir a casa de mis padres. Después empezaron las llamadas amenazantes: amenazaban con matar a mi padre, a mi madre, hablaban de ellos con detalles de su vida cotidiana. Tenía mucho miedo”, cuenta Carlos.
Con ayuda de su hermano, que ya residía en otro país, Carlos consiguió enviar a sus padres a Ecuador. Él, por su parte, viajó solo a Brasil ya que Marifer se tuvo que quedar con su madre y con su hija Miranda, que entonces tenía 11 años.
A pesar de estar familiarizado con el portugués, Carlos tuvo problemas para encontrar trabajo. Fue así como el venezolano terminó cantando en el autobús en compañía de otras personas refugiadas con las que vivía en un albergue de São Paulo apoyado por ACNUR.
Mientras tanto, Marifer y su familia seguían en Venezuela, donde la situación no hacía más que empeorar. Esta profesora de geografía e historia llegó a perder quince kilos a causa de la falta de alimentos. “Llegó al punto de que si las tres tomábamos café por la mañana, solo una podía comer a mediodía. Me pasaba todo el día en la escuela en la que trabajaba: no comía y volvía a casa para cenar. Teníamos dinero para comprar comida, pero el Gobierno estaba racionando los alimentos”, cuenta Marifer.
Fue la madre de Marifer la que convenció ya en 2017 a su hija y a su nieta de que tenían que salir del país. Con el dinero que Carlos ganaba cantando en los autobuses, pudo ayudarlas a hacer el trayecto hasta Brasil. Fue de este modo que Marifer y Miranda acabaron viviendo en el mismo albergue que Carlos en São Paulo.
“Te golpea la realidad cuando, en el albergue, te preguntas por qué tienes que pedir jabón o papel higiénico. ¿Por qué pasé de dormir en mi cómoda habitación a dormir en un cuarto con otras veinte mujeres en literas y compartiendo un baño? De repente tienes un horario para todo, parece que ya no controlas tu propia vida”, cuenta Marifer.
Adaptarse a la nueva realidad no fue fácil para esta pareja venezolana. Pero con el tiempo se acostumbraron a Brasil y formaron una nueva familia con amigos y compañeros de trabajo.
“Gracias a Dios nos dieron una acogida excelente aquí en Brasil, nunca sentí prejuicios por ser extranjero. Muchas personas nos han ayudado y ahora hasta formamos parte de una escuela de samba. Este es el segundo año que desfilamos en el Carnaval”, cuenta Carlos.
Ahora, Miranda estudia en una escuela privada gracias a una beca y Carlos y Marifer han abierto Nossa Janela, un negocio propio en el que preparan comida típica venezolana para eventos.
“Cocinamos con cariño, con recuerdos. Desde un primer momento pensamos en preparar tentempiés que mostraran nuestra historia. Nuestra comida tiene que tener un porqué. Así, tenemos un aperitivo que se llama Canaima, que es el Parque Nacional de Venezuela que linda con Brasil. Y para llegar hasta Brasil tuvimos que atravesar ese parque. Mezclamos muchos ingredientes para hacer referencia a nuestra historia y a la historia de nuestros países. No comemos por comer: forma parte de nosotros”, explica Mari.
Además, para Carlos esta es también una oportunidad de corresponder al modo en que fueron recibidos. “Nosotros no vinimos aquí para quitarle a nadie su puesto de trabajo. Estoy muy agradecido con Brasil por habernos abierto las puertas. Y no queremos ser una carga. Al contrario: también queremos ayudar y contribuir al país”.
ACNUR actúa en la emergencia de Venezuela ofreciendo servicios de registro e información, acogida y protección para familias venezolanas en situación de vulnerabilidad en toda la región de América Latina. A menudo la ayuda que se presta salva vidas. En Brasil, ACNUR está presente en la región norte, donde ofrece albergues, alimentación, agua potable, atención psicosocial y espacios seguros para niños, niñas y adolescentes.