Perdidos y encontrados
Perdidos y encontrados
Akis y Sia Armpatzianis acababan de sentarse a cenar en un restaurante cercano a su pueblo, en el noreste de Grecia, en una fría y brumosa tarde de noviembre cuando una familia siria irrumpió pidiendo ayuda. La familia Al-Hayek huyó de su hogar en Siria para escapar de la guerra. En Europa, han encontrado tanto esperanza como dolor.
"¡Nuestra hija, nuestra hija!", era todo lo que Mahmoud Al-Hayek podía gritar en árabe, entre lágrimas.
Su mujer, Reem, se aferraba fuertemente sus tres hijos pequeños, que portaban mochilas a la espalda. Su cuarta hija, Rand – una hermosa niña de apenas 6 años y mirada despierta – había sido arrollada fatalmente por un tren justo una hora antes.
Esta familia siria de refugiados procedentes de Alepo, había entrado en Grecia aquella tarde atravesando el río Evros, que fluye a lo largo de la frontera con Turquía. Una vez lo hubieron cruzado, los traficantes los obligaron a caminar durante horas siguiendo las vías del tren.
Habían pasado dos días desde la última vez que habían podido dormir, e incluso más días desde su última comida. No oyeron el tren que avanzaba hacia ellos en medio de la oscuridad, circulando con las luces apagadas, y que al pasar arrancó a la pequeña Rand de la mano de su padre.
Tras haber logrado sobrevivir a más de cuatro años de guerra en Siria, la muerte de la niña en Grecia trajo a esta familia una angustia inimaginable. Sus otros tres hijos – Assad, de 11 años, Shahd, de 8, y la pequeña Souhad de 2 – lograron evitar, por poco, ser arrollados.
La familia estaba perdida, sin idea alguna de dónde encontrar ayuda. Besaron el rostro de Rand, y dejaron su cuerpo atrás – por el momento – para seguir el sonido de los ladridos de perros, hasta que vislumbraron las luces del pueblo donde Akis y Sia estaban cenando.
¿Cómo explicas a extraños, en un idioma y en una tierra que no es la tuya, que tu hija acaba de morir? ¿Y qué puedes pedirles cuando temes a las autoridades, porque has entrado en el país de manera irregular?
"Al principio no podíamos entender lo que pasaba", recuerda Sia. Nadie en el restaurante hablaba árabe, ni demasiado inglés. "Pero en cuanto nos dimos cuenta, llamamos a una ambulancia . . . e intentamos consolarlos".
"¿Puedes imaginarlo? Perder a tu hijo en un país extranjero, cuando estás huyendo de la guerra. Estábamos llorando todos juntos", añade.
Al día siguiente, Akis contactó con el imán de una mezquita cercana, para solicitar un entierro musulmán para la niña. La zona es el hogar de una pequeña comunidad musulmana de lengua turca, una de las pocas en el norte de Grecia. A lo largo de los años, el imán ha enterrado a decenas de refugiados e inmigrantes que murieron ahogados tratando de cruzar el río Evros.
Las dos familias se reunieron en la aldea musulmana para la ceremonia. Margaritis Petritzikis, un asistente de protección de ACNUR en la región de Evros, ayudó con los trámites. Como muestra de apoyo adicional, los Armpatzianises pagaron el funeral.
"No somos ricos", cuenta Akis, un granjero padre de dos niños, de 12 y 15 años. "Pero cuando ves a alguien que lo necesita, tienes que hacer lo correcto".
El vuelo desde Alepo
La familia Al-Hayek salió de Siria solo unos días antes del accidente en Evros. Antes de la guerra, tenían una vida acomodada en el norte de Alepo. Mahmoud tenía tres tiendas de material informático. Reem trabajaba como profesora hasta que nació su primer hijo. Entonces, en la primavera de 2011, todo cambió con la llegada de algo llamado "la Revolución".
"Al principio, todos nosotros queríamos libertad", declara Mahmoud, explicando que explica que, en su lugar, llegó la muerte. "Estábamos asustados, pero aún teníamos esperanzas de que algo cambiase. Pero eso no ocurrió".
Durante el primer año de conflicto, hombres armados saquearon las tiendas de Mahmoud, acabando con la fuente de sustento de la familia. Los bombardeos se convirtieron en algo cotidiano.
"No podías entender quién era bueno o quién era malo", dice Reem. "Podías caminar por la calle y ser asesinado. Vivíamos solo para tratar de alimentar a nuestras familias".
Querían aguantar y tratar de sobrevivir a la guerra. Amaban demasiado su país para marcharse. Se vieron forzados a trasladarse y mudarse de casa en dos ocasiones, cada vez que grupos armados rivales tomaban el control del vecindario. Gradualmente, la situación se fue deteriorando. La escuela de Shahd y Assad fue bombardeada en tres ocasiones mientras los niños estaban dentro. Algunos de sus amigos y compañeros fueron asesinados.
Finalmente, los terroristas cortaron las líneas de abastecimiento al suburbio de Alepo en donde se habían refugiado. Los alimentos se volvieron escasos y caros. Una hogaza de pan, que antes costaba 10 libras sirias, se disparó a 50, cuentan los Al-Hayek. Un tomate pasó de costar 25 libras a 1.200.
"Fue entonces cuando supimos que no había esperanza", dice Mahmoud. "No dejaríamos que nuestros hijos muriesen de hambre".
Partieron a Europa vía Turquía diez días después. En Estambul, encontraron un traficante que les prometió llevarlos por una ruta más segura, una que cruzaría el río Evros en lugar del Egeo. El precio era de 2.500 € cada uno –más del doble del coste de cruzar por mar – o 15.000 € por la familia de seis miembros.
Más de 3.000 refugiados e inmigrantes entraron en Grecia a través de la frontera terrestre o fluvial con Turquía el año pasado, según la policía griega, un número muy inferior a los 55.000 en 2011. El descenso vino después de que Grecia construyese en 2012 en Evros una valla de 12,5 kilómetros. Las rutas de migración irregular rápidamente se trasladaron al mar Egeo.
Los Al-Hayek tomaron un autobús a Edirne, en el noroeste de Turquía, y caminaron durante varias horas hasta llegar a la ribera del Evros junto con los traficantes. Cuando lo alcanzaron, se quedaron estupefactos: "Se parecía más a un lago", dice Reem, llorando al recordar cómo colocó a sus hijos en una lancha neumática de pesca.
Alcanzaron Grecia en 15 minutos. No podían haber imaginado que su hija perdería la vida tras haber logrado llegar al otro lado.
Hogar provisional en Atenas
Después del accidente, los Al-Hayek pasaron dos meses y medio en un hotel de Atenas, como parte de un programa de alojamiento gestionado por la Comisión Europea y ACNUR para solicitantes de asilo como ellos, que habían solicitado la reubicación. La Comisión está aportando 80 millones de euros para habilitar plazas de acogida en Grecia para 20.000 solicitantes de asilo y candidatos al programa de reubicación.
Los primeros días fueron difíciles. Pegaron en la pared de su habitación la foto escolar de Rand, colocando también un Corán verde y dorado en la mesa, bajo su retrato. Praksis, una ONG griega socia de ACNUR, les proporcionó regularmente apoyo psicosocial y asesoramiento legal.
Los Armpatzianises les llamaban casi a diario."Akis y Sia, son parte de nuestra familia", declaraba Mahmoud desde su habitación de hotel una tarde de diciembre.
"No habéis dejado atrás a vuestra hija", le dijo Akis por teléfono, después de llevar flores frescas a la tumba de Rand. "Nosotros la protegeremos. Ahora es como nuestra hija".
En lugar de continuar su viaje al norte de Europa a pie, como otros cientos de miles, los Al-Hayek eligieron participar en el plan de reubicación de la Unión Europea. La UE se ha comprometido a reubicar a 160.000 solicitantes de asilo desde Grecia e Italia, países que se encuentran en la primera línea de la crisis de refugiados en Europa.
El proceso ha sido lento. Hasta el momento, solo 642 refugiados han sido reubicados. (Mientras tanto, desde el 1 de enero más de 137.000 refugiados e inmigrantes han llegado a las costas griegas procedentes de Turquía, según datos de ACNUR). Los refugiados no pueden elegir su país de reubicación, lo que 'hace difícil de vender' este programa a personas que se han visto forzadas a dejar atrás sus hogares y países para tener un mayor control sobre su destino.
La principal preocupación de los Al-Hayek era que sus hijos pudieran volver al colegio. En varias ocasiones consideraron abandonar Grecia por su cuenta cruzando la frontera con la Antigua República Yugoslava de Macedonia para continuar hacia Suecia.
"Yo les decía, "ipomoni, ipomoni!", explica Petritzikis, usando la palabra griega para paciencia. "Vais a llegar allí".
A pesar de sentirse bloqueados, los Al-Hayek llevaban lo mejor posible su vida en Atenas. Assad y Shahd aprendieron nociones de griego viendo dibujos animados en la televisión. "Kalimera! Ti kaneis?", gritaban alegremente al recepcionista cada vez que pasaban por su lado. "¡Hola! ¿Qué tal?"
Reem tomó prestadas tazas y platos de la cafetería del hotel y servía café y pastas a cualquiera que llamase a su puerta. "El café griego está bien, pero no tiene nada que ver con el nuestro en Siria", decía, disculpándose.
Finalmente, a mediados de enero, los Al-Hayek recibieron la llamada que habían estado esperando. Serían reubicados en Francia, en la ciudad de Saint-Nazaire, en el oeste, en la desembocadura del río Loira.
Mahmoud y Reem se abrazaron y lloraron de felicidad. Estaban aliviados de saber que un hogar les esperaba.
"Todo está en manos de Dios", dice Reem. Partirían el 25 de enero.
El fin de semana antes de dejar Grecia, los Al-Hayek visitaron a los Armpatzianises y la tumba de Rand por última vez. ACNUR organizó la visita y los Al-Hayek se quedaron en la casa de los Armpatzianises.
La noche antes de que su avión despegara hacia Francia, Mahmoud y Reem llamaron a Akis y Sia desde Atenas para despedirse.
"Gracias por todo", dijeron los Al-Hayek. "Volveremos a visitaros pronto, en cuanto estemos en nuestro nuevo hogar y comencemos a trabajar. Os queremos".
Ahora, al menos, están empezando sus vidas de nuevo.
Escrito por Tania Karas
Fotos de Achilleas Zavallis