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Refugiada ruandesa comienza una nueva vida cuidando personas mayores en Canadá

Historias

Refugiada ruandesa comienza una nueva vida cuidando personas mayores en Canadá

Un innovador programa está reclutando personas refugiadas con preparación para cubrir carencias de mano de obra en Canadá.
14 Abril 2022 Disponible también en:
Bahati Ernestine Hategekimana, una refugiada de Ruanda, fue reclutada desde Kenia para trabajar en una residencia de personas mayores en Nueva Escocia.

Lo primero que Bahati Ernestine Hategekimana recuerda sobre Nueva Escocia es lo verde que se veía esa provincia canadiense en comparación con el vecindario en Nairobi, Kenia, donde esta refugiada ruandesa de 28 años pasó la mayor parte de su vida.


“Pensé que era muy hermoso”, recuerda. “Siempre había vivido en una ciudad grande. El aire [aquí] huele distinto. Los árboles brillan y están llenos de vida. Simplemente sentí que me fusionaba con la naturaleza”.

Bahati llegó a Halifax en un día lluvioso en julio de 2021. No llegó sola, sino con otras tres refugiadas de Ruanda: Agnes Mude, Micheline Muhima e Iriza Eliyanah, la hija de tres años de Micheline. Su destino final era New Glasgow, una comunidad rural y tranquila en el condado de Pictou, 150 kilómetros al norte de Halifax. En aquella comunidad, estas tres mujeres estaban por comenzar a trabajar en Glen Haven Manor, una residencia de personas mayores.

El innovador programa que trajo a Bahati y a sus compañeras, todas ellas profesionales de la enfermería, al condado de Pictou se denomina Piloto de vías para la movilidad económica (EMPP, por sus siglas en inglés). Este programa ofrece oportunidades laborales en Canadá a personas refugiadas con preparación en distintas partes del mundo. 

Desde el arranque de la primera fase del proyecto en 2018, más de cincuenta personas han llegado a Canadá por medio del EMPP. En la segunda fase del piloto, que inició en diciembre de 2021, Canadá espera dar la bienvenida a 500 personas trabajadoras refugiadas, junto con sus familias. 

Sean Fraser, ministro canadiense de Inmigración, Refugiados y Ciudadanía, prevé ampliar el programa para recibir a 2.000 personas refugiadas con preparación para cubrir las carencias de mano de obra en sectores con alta demanda, como el sector de la salud.

Canadá preside el Grupo de Trabajo sobre Movilidad Laboral de Refugiados (Global Task Force on Refugee Labour Mobility), el cual busca crear vías para que personas refugiadas con formación puedan trasladarse a países donde se requiere mano de obra.

"Este programa nos ofrece la oportunidad de cambiar las ideas y percepciones que el mundo tiene sobre las personas refugiadas", comentó Fraser en el lanzamiento del Grupo de Trabajo en Ottawa, el pasado 6 de abril.

La iniciativa fue bien recibida por el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, Filippo Grandi, quien asistió al lanzamiento. "Con demasiada frecuencia me entrevisto con personas refugiadas que tienen mucho talento, pero pocas oportunidades", indicó. "El equipaje no es lo único que las personas refugiadas llevan consigo, sino que cuentan con habilidades, son innovadoras, se entusiasman, y esperan poder pertenecer y contribuir".

La Red Regional de Empresas en el Condado de Pictou (PCREN, por sus siglas en inglés), una organización local sin fines de lucro, hizo posible la contratación de personal de enfermería para Glen Haven Manor.

Scott Ferguson, director general de la organización, comenta que el programa ofrece a los negocios locales la posibilidad de solventar la falta de mano de obra.

“La población del condado de Pictou está envejeciendo, y hay empleadores que no han logrado llenar vacantes”, comentó. “La falta de mano de obra se observa en varios sectores. La educación temprana y el trabajo de cuidados son dos áreas donde la falta de mano de obra es crónica y muy alta, pero la vemos también en las fábricas, en el sector de la hostelería, y en otros”.

Bahati ayuda a una paciente de Glen Haven Manor a pintarse las uñas.

Bahati nació en marzo de 1994, apenas un par de meses antes de que el horror del genocidio de Ruanda obligara a su familia a huir en dirección a la República Democrática del Congo. 

“Vivimos en campamentos de refugiados durante dos años hasta que se volvieron inseguros y, entonces, tuvimos que huir nuevamente”, cuenta Bahati. “En ese momento huimos a Nairobi”.

En Kenia, sus padres rentaron una casa pequeña a las afueras de Nairobi. La educación siempre ha sido prioritaria para la familia Hategekimana, así que el padre de Bahati inscribió a sus hijos en una escuela hechiza para personas refugiadas que era dirigida por refugiados francófonos de Ruanda, Burundi y República Democrática del Congo.

Después de graduarse de la escuela preparatoria, Bahati se postuló para recibir una beca del gobierno alemán para personas refugiadas y comenzó a estudiar un grado en Ciencias de la Enfermería en la Universidad de Moi, en Eldoret, Kenia.

“No quiero estar indefensa”.

Como refugiada, Bahati dice que siempre le han preocupado la inestabilidad y la inseguridad. Escogió enfermería para asegurarse de contar con habilidades que le permitirían ayudar a su comunidad en caso de que se suscitara otro conflicto.

“No quiero estar indefensa. Supongo que me rodeaban sentimientos de indefensión porque, con la condición de refugiado, es difícil tener control sobre algo. Quería sentir que tenía un poco de control sobre un aspecto de mi vida”, comenta. El programa EMPP le ha dado esa sensación de control.

“Nos da la posibilidad de trabajar y de tener acceso a recursos financieros”, señala. “De esa forma, la etiqueta de refugiado deja de ser una restricción. Para mí, se traduce en recobrar mi poder”.

Trabajar como asistente de enfermería en la sala de demencia en Glen Haven Manor ofrece a Bahati la oportunidad de cuidar y salvaguardar la dignidad de algunos de los residentes en mayor situación de vulnerabilidad en la residencia.

“Son personas muy agradables”, cuenta Bahati. “Puedes interactuar con ellas y conocerlas”.

Bahati y Agnes Mude, otra refugiada ruandesa que trabaja en Glen Haven Manor, ayudan a una de las residentes.

Una de las cosas a las que Bahati se ha tenido que adaptar en Canadá es la comida.

“La comida y el hogar tienen una relación especial”, comenta Bahati. “La comida aquí fue todo un reto”.

El vecindario les ofreció ayuda, les mostraba dónde se encuentran las tiendas africanas en las que pueden adquirir alimentos de ese continente. De igual forma, una voluntaria en RefugePoint, una ONG que colabora con ACNUR en el reasentamiento en Canadá de personas refugiadas, les envió desde Toronto un paquete con especias africanas.

“Pienso en ella cada vez que cocino porque, con la comida, recordamos nuestro hogar y cosas que nos son familiares”, indicó Bahati. 

Bahati espera con ansias obtener la ciudadanía canadiense en un par de años.

“Ese día será muy importante”, dice. “Empiezo a sentirme como en casa estando en Canadá, pero supongo que obtener la ciudadanía me hará sentir totalmente aceptada”.