Refugiados sirios empiezan nueva vida en Brasil
Refugiados sirios empiezan nueva vida en Brasil
Hanan Dacka, de 12 años, escucha atentamente a su profesora en la escuela pública Duque de Caxias, en São Paulo, Brasil, asignar una tarea de grupo sobre el mosquito aedes aegypti y su papel en la transmisión del virus de Zika.
Al cabo de un momento, Hanan se desliza entre Maria Luiza y Andressa, dos nuevas amigas que ha hecho desde que empezó las clases en el grupo 5B, hace sólo cuatro días, y las tres se ponen a trabajar, charlando y riendo mientras rellenan la ficha.
"Me encanta estar en Brasil", dice más tarde Hanan, refugiada siria, dibujando una amplia sonrisa. "Estoy muy feliz de estar aquí. Tengo mis amigas aquí y mi profesora es la mejor".
Tras cuatro años de guerra y huida, Hanan, junto a su padre Khaled, su madre Yusra, su hermano Mustafá y su hermanita Yara, se reubicaron en esta enorme metrópolis hace algo más de un año, bajo el programa de visas humanitarias de Brasil, que ofrece a las personas que huyen del conflicto sirio la oportunidad de comenzar de nuevo.
Desde 2013, los consulados brasileños en Oriente Medio extienden estas visas especiales, utilizando un procedimiento simplificado, para permitir que los supervivientes de la guerra viajen al país más grande de Latinoamérica, donde pueden presentar una solicitud de asilo.
A pesar de la distancia geopolítica, Brasil ha ampliado recientemente su política de "puertas abiertas" por dos años más para dar a más gente la posibilidad de reconstruir su vida tras huir de una guerra que ha acabado ya con la vida de, al menos, 250.000 personas y ha forzado a casi 5 millones a tomar el camino del exilio.
Originario de Idlib, en el noroeste de Siria, el padre de Hanan, Khaled, de 40 años, fue el primero en llegar a Brasil, país en donde a él y al resto de su familia les han garantizado ya la condición de refugiados. Sentado en uno de los desaparejados sillones marrones de su sala de estar en el centro de São Paulo, Khaled describe, vacilante, cómo acabaron huyendo para salvar la vida.
Cuando la Primavera árabe barrió Siria en 2011, él trabajaba en una oficina de cambio de divisas en Idlib. Cuando las protestas inicialmente pacíficas derivaron en un conflicto, la histórica ciudad se convirtió rápidamente en una sangrienta línea del frente en la guerra que ya dura cinco años, cambiando de manos frecuentemente en la amarga lucha entre las fuerzas rebeldes y las gubernamentales.
Después de ayudar a amigos y vecinos a escapar de la violencia, Khaled fue arrestado y acusado por las autoridades sirias de trata de personas, pasando 11 meses en prisión, donde dice que fue torturado. Finalmente puesto en libertad sin cargos por un juez, recibió avisos de que tanto las autoridades como militantes de la oposición planeaban matarlo. Ahora tenía que huir.
Se puso en marcha hacia Jordania con la ayuda de un amigo de la infancia que cumplía el servicio militar obligatorio en el ejército sirio, metió a su familia – compuesta entonces por Yusra, que ahora tiene 35 años, Mustafá, de 16 años ahora y Hanan – en un coche que seguiría a otro con los dos hombres.
"Si me iban a matar, no quería que mi familia me viera morir", dice Khaled, atusándose su corta barba entrecana mientras habla.
Al llegar a Jordania tras un viaje plagado de peligros atravesando 16 puestos militares de control, la familia Dacka recaló en el campamento de refugiados de Za'atari. Los dos años y medio que pasaron allí, dice Yusra, fueron todo un reto. Tenían que hacer una larga caminata para ir a buscar agua, y las condiciones meteorológicas eran duras, con un calor abrasador durante el día y un frío extremo por la noche.
Khaled, hermano menor de Kamal, que ya había partido hacia Brasil, donde ahora tiene la residencia, hizo los trámites necesarios para que la familia recibiera las visas a través de la embajada brasileña en la capital jordana, Amman.
Según Beto Vasconcelos, Secretario Nacional de Justicia y Presidente del Comité Nacional para los Refugiados, el mecanismo especial de visas era necesario debido a las "graves violaciones de los derechos humanos" que se dan en Siria, devastada por la guerra. Dice que este mecanismo "responde a la lógica de protección por razones humanitarias y toma en consideración dificultades específicas en zonas de conflicto".
El año pasado, Khaled viajó solo a Brasil para hacer los preparativos necesarios para la familia, mientras Yusra – que entonces estaba en avanzado estado de gestación de Yara – y sus hijos le siguieron unos cuatro meses después. Fue entonces, con la llegada del resto de la familia a São Paulo, cuando Khaled conoció a su hija pequeña, que había nacido en el campamento de Za'atari y ahora tiene 16 meses.
Khaled, Yusra y sus hijos viven ahora en un apartamento de un dormitorio con el hermano menor de Yusra, Zaher, la esposa de este, Nesreen y los cuatro hijos de estos. La familia de Khaled tiene el estatus de refugiado, mientras la de Zaher acaba de iniciar el proceso para solicitar asilo.
Los 11 miembros de la familia se encuentran entre los aproximadamente 2.100 refugiados sirios que viven ahora en Brasil. La mayoría de ellos hacen de São Paulo su nuevo hogar. Esta es la ciudad más grande del país, con una población de 11,2 millones de personas, y ya tenía una comunidad siria considerable antes del inicio del conflicto.
Tras su experiencia profesional en el negocio de cambio de divisas, Khaled trabaja ahora en una fábrica que produce equipos de protección. Hace poco le ascendieron a supervisor y ahora opera un horno que produce escudos acrílicos utilizados por la policía antidisturbios. Él afirma que se está adaptando bien tras su calvario.
"Estoy feliz de estar trabajando otra vez", dice con una sonrisa. "Los hornos están calientes, pero vestimos ropa protectora. No está tan mal".
Su hijo Mustafá, aunque solo tiene 16 años, trabaja siete días a la semana en una tienda de accesorios para teléfonos móviles en el centro de São Paulo. Dice que no le importa no tener ningún día libre porque es mejor que su trabajo anterior en una pizzería.
Hanan se ha adaptado bien en una nueva clase, después de pasarlo mal en la primera a la que asistía porque aún no había aprendido el idioma. Se queja de que tanto su profesor como sus compañeros de clase de entonces no la trataban bien.
Después de solo cuatro días en su nueva escuela, ya tiene un grupo de amigas, y se ha adaptado perfectamente, hablando portugués sin parar en el patio. Su profesora, Regina Coeli do Couto, la apoya en su integración.
"Los niños de esta clase no aíslan a nadie que acabe de llegar", dice Coeli do Couto, que lleva 35 años de profesora. "Cualquiera que llegue a esta clase es aceptado. No la ven [a Hanan] diferente".
São Paulo es una ciudad con muchos retos, desde la gestión del congestionado tráfico de las horas pico, a los altos índices de delincuencia callejera. Brasil también es un lugar más liberal que Siria, aunque la familia Dacka dice que no han tenido dificultades para adaptarse. Yusra usa un hijab, pero Khaled dice que Hanan es quien debe decidir si ella también lo quiere usar o no. Ella dice que no está segura aún de si lo usará, pero podría ser.
Toda la familia dice que están encantados con Brasil y tienen la intención de quedarse, ya que no creen que la guerra de Siria (que acaba de entrar en su sexto y doloroso año) acabe pronto.
"Te vuelves a convertir en un ser humano cuando llegas a Brasil", dice Khaled. "Nunca antes me había sentido tan bien."
Mientras la familia de 11 miembros se encuentra en la sala de estar de su apartamento en São Paulo comiendo un plato tradicional de arroz y ensalada (conocido como kabsa) como cena del viernes, Hanan empieza a cantar en árabe. Está entusiasmada porque forma parte de un nuevo coro infantil de una ONG local que ayuda a los refugiados.
"Dice que cuando matas a alguien, deberías recordar que es tu hermano", Hanan traduce la letra. "Es una canción triste porque Siria está triste".
Después de cenar, y en el pequeño baño que comparte con los otros 10 miembros de la familia que viven en el apartamento, Hanan se resigue la parte interior de los párpados con el perfilador líquido que trajo con ella de Jordania. Dice que quiere ser peluquera y maquilladora cuando sea mayor, o quizás doctora.
Hanan ayuda a menudo a cuidar de Yara. Dice que su hermana es su corazón y espera con impaciencia la llegada, en mayo, de su nueva hermanita. Yusra también está entusiasmada con la que será su cuarto bebé, a pesar de que no puede salir de casa porque el embarazo está resultando difícil. Dice que a la niña la llamarán Sara.
Este programa, al que se ha acogido la familia Dacka y que les ha salvado la vida a ellos y a miles de personas más, al promover vías de ingreso en el país para una cantidad importante de refugiados sirios, también es bien recibido por ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, que celebrará una reunión a alto nivel sobre este tema el 30 de marzo en Ginebra.
El representante de ACNUR en Brasil, Agni Castro-Pita, es consciente de la importancia de estos programas. Recientemente ha participado en reuniones con delegados de Canadá, país que ha reubicado a más de 26.000 refugiados sirios gracias a un sistema similar, para aprender más sobre el patrocinio del sector privado y cómo este puede aportar más fondos para ayudar a los refugiados, y subraya la importancia de que todas las partes involucradas trabajen juntas.
"Cuando una institución proporciona fondos, no se trata solo de la financiación", dice Castro-Pita. "Incluir a los refugiados en el orden del día: ese es el tema más importante".
Por Jill Langlois en São Paulo, Brasil.
Gracias a la Voluntaria en Línea Esperanza Escalona Reyes por el apoyo ofrecido con la traducción del inglés de este texto.