Refugiados sudaneses luchan para salir adelante en medio del conflicto en la RCA
Refugiados sudaneses luchan para salir adelante en medio del conflicto en la RCA
BAMBARI, República Centroafricana, 19 de noviembre de 2014 (ACNUR) – Con solo 16 años y ya casada, Ache, de la región de Darfur, en Sudán, ha tenido que superar muchos obstáculos en el intento de cumplir su sueño de terminar sus estudios.
Ahora, y a pesar de haber completado la educación primaria en agosto pasado, grupos armados amenazan de nuevo el futuro de los refugiados en la ciudad de Bambari, en la República Centroafricana. "La violencia y los enfrentamientos armados a nuestro alrededor han llegado de nuevo a nuestra puerta", dice Ache. "Con nuestras vidas en peligro, ¿cómo voy a seguir estudiando?"
Dos años de conflicto han desplazado a más de 830.000 personas en la República Centroafricana, incluidas unas 430.000 que han huido a los países vecinos. La guerra también ha pasado factura a los 8.000 refugiados y solicitantes de asilo en la República Centroafricana, incluida Ache, que huyó de Darfur hace siete años para escapar de los enfrentamientos en su región natal.
Como otros 1.900 exiliados, mayoritariamente sudaneses, Ache vive ahora con su familia en el campo de refugiados de Pladama Ouaka, cerca de Bambari, pero se enfrenta a nuevos peligros debido a su idioma y a su fe musulmana.
La prometedora joven estudiante tenía nueve años cuando su calvario empezó, viviendo aún en Darfur. "Estaba en casa, jugando, cuando oí las explosiones", recuerda. "Estaba aterrorizada y empecé a correr, con mi hermano cargado a la espalda, en busca de nuestra madre, que estaba labrando en el campo. Los soldados se estaban acercando tan deprisa que no tuvimos tiempo de llevarnos nada con nosotros".
Hambrientos, sedientos y desamparados, Ache y su familia se unieron al resto de su poblado en una caminata de cinco días hacia el extremo nordeste de la República Centroafricana. Cruzaron la frontera y se instalaron en la región de Sam Ouandja, antes de ser finalmente trasladados hacia el interior, al campo de Pladama Ouaka, a finales de 2010.
Su vida fue relativamente tranquila durante un tiempo, Ache se casó a la edad de 15 años y, con la ayuda de ACNUR, los refugiados comenzaron a emprender actividades generadoras de ingresos, cultivando la tierra y criando ganado. Pronto fueron autosuficientes y se los consideró los mayores agricultores de la zona de Bambari.
Los socios de ACNUR también les facilitaron asistencia médica y se encargaron de la educación de los niños. "Pude continuar la escuela y así decidí que quiero ser maestra", afirma, orgullosa, Ache. "Pero ahora tengo miedo de lo que nos aguarda en el futuro".
En los últimos meses, hombres armados han levantado barricadas alrededor del campo, y han empezado a exigir dinero a los refugiados, privándolos de lo poco que tienen. En septiembre, secuestraron a un refugiado por haberse negado a entregarles su cabra y ahora muchos sudaneses tienen miedo de salir del campo para ir a trabajar la tierra o para acudir a los mercados locales a comprar y vender productos.
El ejercicio de sus derechos religiosos también está amenazado. "Vinieron unas personas que nos acusaron de estar del lado de sus enemigos y registraron nuestra mezquita en busca de armas escondidas", relata Adam Abdoulaye Moussa, el imán, de 70 años. "Por supuesto, no encontraron nada, pero continuaron amenazándonos. Yo salí por última vez del campo de refugiados hace ya cinco meses para ir a la ciudad vecina".
Pero los refugiados no están solos en su lucha por sobrevivir. Actualmente, ACNUR se encuentra inmerso en conversaciones de mediación entre ellos, la comunidad local y los grupos armados. La agencia para los refugiados también ha organizado un ejercicio de realización de perfiles en el campo, como parte de los esfuerzos para identificar las mejores soluciones para los refugiados. Mientras tanto, la ayuda continúa llegando a la comunidad de refugiados, tanto directamente desde ACNUR como a través de sus socios.
Y el imán Moussa está ocupado predicando paciencia y tolerancia a su congregación. "Cristianos y musulmanes pueden convivir en armonía, como antes del conflicto", insiste, y añade que lo único que desea es más seguridad. Igual que Ache, que anhela la llegada del día en el que, en un país en paz, pueda dar, a la entrada de su escuela, la bienvenida a otras niñas refugiadas.
Aikaterini Kitidi desde Bambari, República Centroafricana
Gracias a la Voluntaria en Línea Esperanza Escalona por el apoyo ofrecido con la traducción del inglés de este texto.