Tambores contra la violencia de género en Ecuador
El ritmo de los tambores comienza, las maracas se unen y la cantante Olaise Cortéz se balancea mientras aborda un tema devastador que con demasiada frecuencia está rodeado de silencio: la violencia de género.
“Marido, no me maltrates”, clama, mientras el grupo de mujeres responde: “Vamos a salir adelante”. “Ya es hora de cambiar / Vamos a salir adelante / Que naciste de una mujer / Vamos a salir adelante / Y no lo puedes negar / Vamos a salir adelante”.
Y luego se intensifica, haciendo saber a las mujeres del círculo de tambores – y a la comunidad en general – que la violencia sexual es un delito: “Si en caso alguien me violenta / Vamos a salir adelante / Lo primero que hay que hacer / Vamos a salir adelante / Salir a buscar ayuda / Vamos a salir adelante / Y denunciarlo también”.
Olaise, de 66 años, y las mujeres afrodescendientes del colectivo Tía Gachita utilizan canciones tradicionales, instrumentos y ritmos de arrullo para concienciar a hombres, mujeres, niñas y niños en las polvorientas calles de Calderón, en el noroeste de Ecuador.
“A veces, si no conoces nada diferente, no cambias”, comenta Olaise. “Pero... hemos aprendido sobre nuestros derechos. Transmitimos este conocimiento a nuestros vecinos, a nuestros hermanos, a nuestros hijos, para que esta (discusión) avance”, añade.
En 1986, en la región ecuatoriana de San Lorenzo, a pocos kilómetros de la frontera con Colombia, Olaise fundó el grupo que lleva el nombre de su madre. Se basa en la tradición musical centenaria de los afroecuatorianos, cuyos antepasados fueron traídos a Sudamérica como esclavos en el siglo XVII.
“Nuestra música... es el medio que hemos utilizado para guiar a la juventud”.
Algunas de las integrantes de Tía Gachita son de la comunidad local, otras son refugiadas afrocolombianas. Olaise asegura que todas son “mujeres guerreras decididas”, comprometidas a revivir una forma tradicional, utilizada durante mucho tiempo por sus comunidades como forma de educar a la siguiente generación.
“Nuestra música, un ritual que utilizaban nuestros antepasados, es el medio que hemos utilizado para guiar a la juventud”, señala Olaise, quien lleva el tradicional pañuelo de las mujeres afrodescendientes atado a la cabeza.
Su mensaje es muy necesario. La ONU estima que una de cada tres mujeres en el mundo sufrirá violencia de género a lo largo de su vida, la mayoría de ellas por parte de alguien que conocen o su pareja.
América Latina es una de las regiones con mayor índice de violencia de género del mundo. Y la situación, ya de por sí grave, no hizo más que empeorar durante la pandemia de COVID-19, que dio lugar a prolongados confinamientos y a la profundización de la pobreza. El mayor riesgo de violencia ha sido aún mayor para las mujeres y niñas desplazadas, que son especialmente vulnerables a los impactos socioeconómicos de la pandemia y se enfrentan a barreras adicionales para denunciar los abusos y buscar ayuda.
Aunque la violencia es común, rara vez se habla de ella. Las integrantes del grupo afirman que los arrullos son una forma valiosa de iniciar conversaciones muy necesarias en sus comunidades de las tierras bajas y de la costa.
“Es imposible dirigirse directamente a una compañera (para tratar temas de violencia)”, comenta Zorana Narváez, de 32 años, una refugiada afrodescendiente de Tumaco, en la costa pacífica del suroeste de Colombia. “Pero por medio de la canción escucha la música, el tema, la letra y todo marcha diferente”, añade.
Desde 2019, Tía Gachita ha recibido apoyo de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, su socio HIAS y el Fondo de Población de las Naciones Unidas, a través de talleres de prevención de la violencia de género, promoción de los derechos humanos e integración de las personas refugiadas.
“Aprendí mucho sobre los derechos que tenemos aquí en Ecuador”.
Además de combatir la violencia de género, el grupo utiliza los arrullos para difundir otros mensajes útiles de servicio público, entre ellos la necesidad de vacunarse contra la fiebre amarilla y el sarampión, y ahora contra la COVID-19.
Ecuador acoge a unas 70.000 personas refugiadas colombianas, así como a más de 500.000 refugiadas y migrantes de Venezuela que han encontrado en el pequeño país andino un lugar seguro para reconstruir sus vidas.
Olaise también utiliza la música para promover la integración de las personas refugiadas colombianas que se asentaron cerca de Calderón. Las rítmicas canciones de convocatoria y respuesta del grupo buscan la hermandad entre las dos nacionalidades, y exponen los derechos de las personas desarraigadas de sus hogares a causa de la violencia y la persecución.
“Fue una experiencia muy bonita porque aprendí mucho sobre los derechos que nosotros – como personas en movimiento – tenemos aquí en Ecuador. Y eso también me ayudó a orientar a otras personas en la misma situación”, explica Zorana, quien lleva seis años en Tía Gachita.
Muchas de las comunidades afrodescendientes de San Lorenzo comparten vínculos familiares con comunidades de Colombia, y ambas comunidades están encantadas de recuperar una forma tradicional compartida.
“Me siento muy afortunada, porque ese arrullo es una cultura de nuestros viejitos, nuestros abuelitos, que ya estaba quedando atrás, pero podemos dirigirnos a las mujeres sobre nuestros derechos, la igualdad que debemos de tener”, comparte Zorana.
Revivir la cultura de sus antepasados, a la vez que se difunden mensajes útiles, es también una gran satisfacción para Olaise.
“La cultura es la vida del pueblo”, señala. “Por eso nos organizamos, como mujeres guardianas de la sabiduría, con el objetivo de rescatar nuestra cultura, nuestra vida”.