Un antiguo refugiado en Venezuela ayuda a los demás como promotor comunitario
Desde que le dieron su cédula de identidad venezolana, Jhon Jairo Betancourt tiene lo mejor que un refugiado pudiera esperar al llegar a un país: acceso a los mismos derechos que las personas nacionales. Ya pasaron dieciocho años desde que salió de Colombia.
Según relata, recibir un documento le permitió “alcanzar grandes logros, tales como poseer una cuenta bancaria y acceder a los servicios de salud”. “Pude convertirme en líder comunitario, trabajar y desarrollarme con normalidad dentro de la sociedad”.
Antes de vincularse con la asociación civil de la escuela del Estado Apure, en la cual colabora con la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Venezuela, ejerció diversos oficios.
“Fui obrero en una finca, ordeñador, guadañero (persona dedicada a segar la hierba o mies con guadaña) y tuve distintas oportunidades en el sector agrícola. Transcurrido cierto tiempo, decidí cambiar con la ayuda de un venezolano que me tendió la mano y me dio una orientación para montar un pequeño negocio”.
Explica que a partir de entonces se independizó y comenzó a ser un pequeño comerciante. “Definitivamente, cuando mi esposa y yo obtuvimos residencia legal en Venezuela, la vida nos cambió enormemente. Luego de convertirme en líder comunitario, también fui vocero del consejo comunal y, a pesar de que ahorita las vocerías están vencidas, aún todas las personas de la comunidad siguen solicitando mi presencia para ayudarlos a solucionar problemas”.
Dice estar tranquilo porque quedaron atrás los tiempos en los cuales lo detenían en las alcabalas o le restringían su movilización, y cuenta que conoció al ACNUR por causa de un problema familiar. “Mi madre y una hermana tuvieron un problema en Colombia y pidieron mi ayuda. Desde ese momento conozco a la organización y estoy vinculado al trabajo comunitario y social en mi sector y dentro de la institución educativa donde el ACNUR ha hecho una labor muy notoria”.
Su liderazgo lo hace relacionarse con otras organizaciones. “Además de ACNUR, nos apoyan en nuestra comunidad HIAS y la Cruz Roja Venezolana”, asevera.
La directora de la “Escuela Ronmel Niño”, Darelys Urbina, piensa que Betancourt “ha sido un puente fundamental junto con ACNUR y sus organizaciones socias” para mejorar las instalaciones que les permiten educar a los niños. “Recibimos, por ejemplo, la pintura para nuestra institución, un kit deportivo y nos aportaron un bebedero de agua y orientación para el mantenimiento de los huertos escolares”.
El fortalecimiento de las escuelas del Estado Apure, a las que también asisten niños refugiados, es llevado a cabo con el respaldo de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Venezuela y organizaciones como HIAS y la Cruz Roja Venezolana. Se apoya, por ejemplo, con la recuperación de bibliotecas, reparación de espacios deportivos y donación de kits escolares, libros, cuentos y pelotas. Este tipo de actividades busca promover la inscripción y permanencia en el sistema educativo de los niños refugiados y de la comunidad de acogida, prevenir la violencia familiar y la integración de los refugiados en las comunidades que los reciben.
Cuando los niños ven a Jhon Jairo, corren a saludarlo y él les regala una sonrisa o un consejo amable. “Ellos se ven interesados por mi trabajo, porque soy una persona que está todo el tiempo pendiente de la mejora de la institución y el desarrollo de su educación. Yo los motivo, les doy ánimo y les recuerdo la importancia de asistir a la escuela y seguir con sus estudios, para poder tener un mejor futuro y calidad de vida”, expresa.
Para los líderes de los consejos comunales también tiene un mensaje y los invita “a impulsarse poco a poco sin perder la fuerza”. “Toca seguir adelante, cada día, sin desviarse del camino del bien común, ayudar a los demás, solidarizarse con otras personas que lo necesitan. Hasta un consejo es valioso en cualquier momento. Y nuestro pensamiento debe ser continuar aquí y hacer lo mejor que esté a nuestro alcance”.