Una adolescente afgana deja su huella en Quito, la ciudad que la acogió
Las dos cosas que Zohra recuerda más vívidamente de su Afganistán natal son la nieve y el miedo.
Zohra no ha visto la nieve desde 2016, cuando su familia hizo el viaje a Quito, la capital ecuatoriana, pero a menudo sueña con los paisajes blancos y helados de su ciudad natal al norte de Afganistán. Esos sueños están teñidos de la abrumadora sensación de temor que ensombrecía su vida en casa.
El padre de Zohra trabajaba como funcionario del gobierno en Afganistán, un puesto que convirtió a toda la familia en objetivo de los talibanes. Uno de los hermanos de Zohra tuvo que abandonar la facultad de medicina porque el viaje de ida y vuelta a la universidad se volvió demasiado peligroso, mientras que otro, Hasibullah, huyó a la India.
“Cada vez que pienso en mi país, siento miedo”.
La pequeña Zohra y sus hermanas vieron cómo su mundo se reducía al ser también apartadas de la escuela y recluidas en casa.
“El único lugar al que podíamos ir era la casa de mi difunta abuela”, comentó Zohra, sentada en la sala del pequeño apartamento en Quito que comparte con sus padres y cuatro de sus cinco hermanos. “Cada vez que pienso en mi país, siento miedo... Recuerdo el miedo”.
El viaje de la familia hacia la seguridad fue largo y desgarrador. Mientras estaba en la India, Hasibullah, el hermano de Zohra, encontró ayuda para conseguir las visas de la familia para viajar a Ecuador. Su padre vendió todas sus pertenencias, incluidos su casa y auto, para reunir el dinero necesario para los boletos de avión a la nación sudamericana, unos 3.600 dólares (USD) por boleto. El viaje de 44 horas de duración implicó cambiar de avión varias veces y, aunque sus visas estaban en regla, las autoridades migratorias los detuvieron e interrogaron en distintas ocasiones durante el trayecto.
Ecuador acoge actualmente a más de 70.000 personas refugiadas – la mayor población de refugiados reconocidos en América Latina – en su mayoría procedentes de la vecina Colombia. El país también acoge a más de 450.000 personas venezolanas que han huido de la inseguridad, y la escasez de alimentos y medicinas en los últimos años.
Mientras que los recientes acontecimientos en Afganistán han visto un aumento en el número de personas afganas que huyen de su país, cuando llegaron en 2016, la familia de Zohra se encontraba entre poco más de dos docenas de personas refugiadas afganas en la nación andina.
“A través de la pintura, puedo crear mi propio mundo”.
Al principio, la adaptación fue difícil. Ningún miembro de la familia hablaba español. Eso hizo que seguir el ritmo de la escuela fuera un reto y empujó a Zohra a recurrir al arte como forma de expresarse. En Afganistán, había recurrido al arte para imaginar una vida más allá de los confines de su hogar.
El arte “es otro mundo, un universo paralelo. Es difícil de explicar porque se trata de un tipo de sentimiento diferente que no se puede expresar con palabras”, resaltó. “A través de la pintura, puedo crear mi propio mundo”.
Un programa extraescolar ayudó a convertir lo que había sido una forma privada de afrontar todos los cambios de una vida joven marcada por la inseguridad en una forma muy pública de salvar la brecha entre su cultura natal y la adoptada. El programa, ejecutado por FUDELA, una ONG local socia de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, ofrece a jóvenes como Zohra clases de arte, así como un kit para que los participantes puedan pintar en casa.
Gracias al programa, Zohra acabó pintando varios murales en edificios de Quito, entre ellos, uno en el exterior del Centro de Equidad y Justicia Calderón que representa la montaña rusa emocional por la que pasan muchos de quienes se ven forzados a huir de sus hogares.
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“Siento su tristeza, siento su dolor, siento su alegría”, aseguró Zohra. “Quiero que la gente lo vea y que digan: 'Alguien piensa en nosotros, alguien está ahí preocupado por nosotros y alguien desea algo mejor para nosotros'”.
Aunque la escuela sigue siendo una ardua batalla para Zohra, está decidida a sentar unas bases sólidas sobre las que construir sus sueños.
“Mis profesores me asignan muchas tareas, y no veo la utilidad de muchas de ellas”, comparte. “Por eso hago las tareas lo más rápido posible, para poder hacer las cosas que me gustan, que es aprender idiomas y pintar”.
Además del farsi, su lengua natal, Zohra domina el español y está aprendiendo japonés, inglés y francés. Sueña con estudiar relaciones internacionales en una universidad de Canadá.
Pero mientras tanto, Zohra pretende continuar con su arte.
“Quiero pintar, y pintar, y pintar, y pintar”, expresa con una sonrisa.
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