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Una madre congoleña y sus hijos recuperan la esperanza en Ciudad del Cabo

Historias

Una madre congoleña y sus hijos recuperan la esperanza en Ciudad del Cabo

Mzuji y sus niños fueron identificados como vulnerables bajo el programa de Evaluación de Necesidades de Protección del ACNUR, fueron entrevistados para el reasentamiento, dándoles un poco de esperanza.
10 Julio 2013 Disponible también en:
Retrato de Mzuji Kadima y sus dos hijos en Sudáfrica.

CIUDAD DEL CABO, Sudáfrica, 10 de Julio de 2013 (ACNUR) -- Mzuji Kadima convive con la xenofobia, el acoso sexual y la amenaza de rapto en la chabola que comparte con sus hijos en el municipio de Samora Machel, en Ciudad del Cabo. Hace poco, durante la noche, a una refugiada congoleña le despertaron tres hombres haciendo ruido en la pared de su casa. "¡Sal fuera ahora mismo! ¡Queremos que seas nuestra esposa esta noche!", gritó uno amenazante.

Intentando no mostrar su miedo, Patrick Kadima, de 18 años, se levantó, abrió la puerta y se enfrentó a los hombres. "Dejadnos en paz", gritó el alto y delgado adolescente, tratando de parecer intimidante. "No os acerquéis a mi madre. Es muy mayor para vosotros", dijo de Mzuji, que tiene 49 años. Los fuertes golpes pararon inmediatamente y se podían escuchar las voces masculinas que comenzaron a susurrar fuera antes de desaparecer.

Se ha convertido casi en un ritual nocturno. Patrick a veces se enfrenta a abusos diarios e insultos racistas en su camino al instituto, un viaje que tiene que hacer a pie porque su madre necesita emplear el dinero que ganan en los productos más básicos. Su hermano Yannick va en tren porque solo tiene seis años y el viaje es largo. Patrick trata de no dejar que la xenofobia le afecte porque está decidido a sacar sus exámenes finales y mejorar sus posibilidades de futuro.

Pero esto se suma a los nervios de su madre. "Le digo a Patrick que no vaya al colegio porque es muy peligroso. Puedo enseñarle a ser peluquero y puede ganar dinero de esa forma", dice Mzuji, que gana trenzando el pelo lo justo para pagar el alquiler, la comida y la educación para sus hijos. "Me preocupo por él desde el momento en que sale de casa hasta que vuelve".

Esto debería cambiar pronto gracias a un programa nacional dirigido por ACNUR y destinado a ofrecer protección y encontrar soluciones para la gente que lo necesite en áreas urbanas, como la familia Kadima.

Bajo el programa de ACNUR de Evaluación de las Necesidades de Protección (PNA por sus siglas en inglés), Mzuji y sus hijos fueron identificados el pasado mes de febrero en Ciudad del Cabo como vulnerables. Fueron entrevistados para el reasentamiento y serán trasladados a un lugar más seguro. Es un proceso largo, pero solo el hecho de ser considerados les ha dado esperanza, al igual que a otros refugiados.

Llegar hasta los refugiados y solicitantes de asilo más necesitados en las áreas urbanas es un desafío. Con los recursos limitados, ACNUR tiene dificultades para identificar a las personas de interés y esto implica que es difícil determinar sus necesidades y cómo ayudarles mejor. Desde 2009, los equipos de ACNUR, que cuentan con expertos en protección, personal de servicios comunitarios y de reasentamiento, han estado trabajando para cubrir estas lagunas con el programa PNA.

Alphonse Munyaneza, el responsable regional de servicios comunitarios de ACNUR, dijo que muchas de las personas que su equipo veía regularmente no eran necesariamente los que se encontraban en situación de mayor necesidad. "La metodología PNA ha sido la manera más efectiva de llegar a los individuos más vulnerables", insistió.

Mzuji, como madre soltera y refugiada, claramente entra en este grupo, al igual que sus hijos. Sin embargo, no eran conscientes de que la ayuda estaba tan cerca. Mzuji huyó de la provincia de Kivu Sur, en la República Democrática del Congo, hace 12 años después de que asesinaran a su marido por sus opiniones políticas.

Sola y con dos hijos pequeños, Mzuji buscó asilo en Sudáfrica en 2001, esperando encontrar paz y estabilidad. Pero en 2008, la familia fue víctima de una oleada de ataques xenófobos que se produjeron contra los extranjeros, incluyendo los refugiados y los solicitantes de asilo, en municipios de todo el país. Su chabola fue incendiada y perdieron las pocas pertenencias que tenían.

Finalmente reconstruyeron su casa en el mismo barrio, incapaces de permitirse el alquiler en cualquier otro lugar más seguro. Mzuji paga 40 dólares al mes de alquiler y el resto del dinero lo emplea en alimentos y en la escolarización de sus hijos, por los que está muy preocupada, especialmente por Patrick. Pero el chico, tozudo, está decidido a seguir con sus estudios, a pesar de haber padecido insultos e incluso robos y golpes varias veces en su camino al colegio.

"No he llegado tan lejos para dejarlo en mi último año", contaba a ACNUR, añadiendo, "veo que tengo futuro. Quiero proporcionarle un hogar seguro a mi familia". Mientras tanto, Mzuji puede ver también un futuro mejor. "Espero que nos reasienten algún día, podré dormir en paz durante una semana", dijo.

Por Nozipho Ncube en Ciudad del Cabo, Sudáfrica