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Una madre espera en el exilio para retornar a su aldea en Malí

Historias

Una madre espera en el exilio para retornar a su aldea en Malí

Aicha finalmente decidió huir a Burkina Faso con sus cuatro hijos cuando la lucha se acercaba a su pueblo en el centro de Mali a principios de este año. Se siente segura pero extraña su antigua vida en el pueblo.
19 Marzo 2013 Disponible también en:
Aicha (de verde) se protege del sol junto con familiares en su refugio del campo de Mentao, Burkina Faso.

CAMPO DE MENTAO, Burkina Faso, 19 de marzo de 2013 (ACNUR) – Aicha está sufriendo: está lejos de su hogar en Mopti, en el distrito central maliense, y ha cogido una infección pulmonar provocada por el Harmattan, un viento polvoriento que recorre desde el Sahara hasta la costa atlántica de noviembre a marzo.

La mujer de 45 años y sus cuatro hijos llegaron al campo de refugiados de Mentao, al noroeste de Burkina Faso, hace menos de dos semanas, después de que se iniciara la intervención militar francesa en Malí el pasado 11 de enero para hacer retroceder a los militantes antigubernamentales.

Al principio la rápida evolución de la situación en Malí aumentó la esperanza de muchos desplazados de volver pronto a casa. Pero la realidad es que miles han huido desde entonces a los países vecinos, principalmente a Burkina Faso y Mauritania, para escapar del conflicto o por el miedo a las represalias. Necesitan ayuda.

En Burkina Faso, muchos de los que han cruzado la frontera son de la etnia tuareg y mujeres y niños árabes, como Aicha y sus hijos pequeños. Los hombres se quedan atrás para cuidar del ganado, e indican que la gente está huyendo cada vez más por la desesperación.

Las nuevas llegadas se reúnen en la frontera con los equipos móviles de ACNUR o sus socios, y son trasladados a los campos de Mentao o Goudebou, donde reciben asistencia a su llegada, como comidas calientes o paquetes de refugio, y son registrados individualmente. Más de 6.000 malienses han llegado desde la intervención francesa en enero.

El viaje de Aicha a Mentao no fue tan directo. Se resistió a huir de su aldea en el centro de Malí, Boni, a pesar de la deteriorada situación social y económica. Sentía que tenía mucho que perder.

"Somos gente sencilla, todo lo que tenemos son nuestros animales y nuestros amigos, nada más y nada menos" comenta Aicha sobre su vida. Pero durante el pasado año, las cosas se hicieron más difíciles cuando la guerra envolvió al país y los rebeldes tomaron el norte y la mayor parte del centro de Malí. "Nuestros peores temores se han hecho realidad. Tuvimos que dejar nuestros animales y a nuestros amigos. Sólo sentimos el miedo", dice, explicando su situación.

Los acontecimientos del año pasado en Malí cogieron a miles de agricultores como Aicha y su marido por sorpresa, aunque la desigualdad entre las personas subsaharianas del sur y los tuareg y árabes del norte ya había dado lugar a un conflicto separatista en 1990 y 2007. La mayoría de los familiares árabes de Aicha huyeron a Burkina Faso o Mauritania poco después de que estallaran los primeros combates entre soldados del gobierno y los rebeldes tuareg en enero del año pasado.

Los rebeldes tuareg victoriosos fueron apoyados por las milicias, que impusieron la estricta ley islámica en las zonas bajo su control en el norte y centro, incluyendo Boni. Aicha no estaba acostumbrada a este tipo de estilo de vida austera, como tener que usar un velo.

"La vida era difícil en 2012, pero era soportable", señaló. "Me despertaba y preparaba la comida para mis hijos antes de salir para cuidar de nuestro ganado. Pasaba el tiempo con mis amigos cuando mi marido se iba a Boni a vender algunos animales. Todo estaba mejor".

En enero, las luchas volvieron a la región mientras los franceses apoyaban el avance del ejército maliense en el norte contra las milicias. Aicha podía oír los sonidos de la guerra retumbar de cerca y decidió que debía huir para salvar a sus hijos.

Otros aldeanos pensaron lo mismo y los hombres se reunieron para contratar a un camionero que llevase a sus mujeres e hijos al norte, a la cercana Burkina Faso y después a Mentao, un capo donde viven 11.000 personas, localizado a unos 80 kilómetros de la frontera. Algunos de los aldeanos de Boni ya tenían familiares allí.

Pero en lugar de llevarlos a Mentao, los conductores engañaron al grupo de 20 mujeres y niños, dejándolos en un pueblo a 60 kilómetros de su destino tras un viaje largo e incómodo sin comida ni agua. Por suerte, la gente del lugar se apiadó de los refugiados y los llevó en burro a Mentao.

En respuesta al aumento de los recién llegados, el personal de ACNUR, ubicado en la ciudad cercana de Djibo, abrió un centro de tránsito para refugiados donde los que llegan pueden permanecer durante dos días en unas tiendas de campaña recién levantadas y con capacidad para 500 personas, antes de ser trasladados a los campamentos. Se construyeron más letrinas y baños en el centro de tránsito para hacer frente a la población que seguía llegando.

Aicha y su grupo, después de haber sido detenidos por la policía cerca de Mentao, fueron trasladados ante el personal de protección de ACNUR a este centro de tránsito, donde fueron entrevistados y registrados. "Este es un momento particularmente importante para las personas más vulnerables, como por ejemplo las mujeres cabeza de familia", dijo la Oficial de Protección de ACNUR Euphrasie Oubda."Nos pueden comentar cosas como problemas de salud y traumatismos y entonces podremos darles un cuidado adecuado", ya sea directamente o a través de socios de ayuda humanitaria.

Aicha fue trasladada después a una tienda para ella y su familia en el campo de Mentao, donde recibe visitas regulares del personal de servicios comunitarios de ACNUR. Después de una semana allí se sentía segura, pero echaba de menos su hogar. Sin embargo, hay algo positivo: sus cuatro hijos irán a la escuela por primera vez.

"Mi hijo mayor, que tiene 10 años, nunca ha ido a la escuela: ha sido un pastor la mayor parte de su vida", dice Aicha a los visitantes. "Aunque la vida en Mentao es mejor de lo que pensaba, la vida como refugiada no es igual a la que tenía en casa", añade.

Por Hugo Reichenberger en el campo de Mentao, Burkina Faso