Una pequeña muestra del sabor árabe en Colombia
Una pequeña muestra del sabor árabe en Colombia
BOGOTÁ, Colombia, 14 de octubre de 2015 (ACNUR) – En las calles de un barrio a las afueras de Bogotá, en Colombia, un refugiado sirio llamado Almotaz vende comida árabe casera a los transeúntes. Aunque aquí está a salvo, pues logró huir de la guerra el 2014, el olor de su comida le recuerda la vida que tuvo que dejar atrás.
Almotaz tenía solo 22 años y en su tercer año de universidad fue llamado para prestar servicio militar obligatorio. "Yo no quería entrar al ejército, pues eso significaba matar a mi gente, mi familia", dice. "No tenía otra opción que huir".
Sus padres, que tenían un gran supermercado en el centro de Damasco, estaban preparados para pagar por su salida del país hacia la seguridad. Pero entonces, una mañana, encontraron su tienda hecha pedazos, destruida por una bomba. Sin dejarse intimidar, vendieron la tierra y Almotaz huyó a Turquía, pasando por el Líbano.
Su hijo se convirtió en uno de los cuatro millones de sirios refugiados que hay en el mundo hoy. Dejó atrás a sus padres, a sus tres hermanos, a sus amigos, su hogar y educación.
"Cuando dejé el Líbano, dejé todos mis sueños atrás, no vi otro camino . . . ", dice él. "Los guardias están por todas partes, te paran, te roban y rompen tu identificación, ellos te matan. Yo perdí amigos porque se rehusaron a prestar servicio militar, las mujeres son violadas y cuerpos sin vida están por todas partes. No puedes salir de casa. Ya no reconozco mi ciudad".
Para 2014, Almotaz estaba viviendo en Turquía, en un pequeño cuarto con cuatro personas más. Aunque él logró encontrar trabajos ocasionales, el arriendo era costoso y le pagaban muy mal. "No podía vivir de esa manera, estaba perdiendo mi dignidad como persona", recuerda él.
Incluso antes de la guerra, él estaba enamorado de una colombiana, quien era una buena amiga de la familia. Ellos habían hablado mucho por internet durante años y decidieron casarse.
"Incluso casarnos fue una pesadilla", dice Almotaz. "Las instituciones pidieron muchos papeles y dinero. Mi madre vendió sus últimas joyas para pagar los papeles del matrimonio y mi futura esposa usó todos los ahorros que tenía guardados para sus estudios universitarios. Pero una vez casados, no fue tan fácil pedir una visa para Colombia".
Almotaz, ya desesperado, contactó unos traficantes de personas y, gracias a la generosidad de un amigo sirio, pudo reservar un pasaje para Ecuador. Allí, finalmente se encontró con su esposa y juntos cruzaron la frontera hacia su destino final, Bogotá.
"Siempre recordaré ese día, fue el 9 de agosto de 2014", dice él, sonriendo. "Una vez que llegué a Colombia, solicité asilo y gracias a la intervención del ACNUR, el Gobierno de Colombia y la Pastoral Social, recibí, después de seis meses, el estatus de refugiado".
Pero no fue fácil reconstruir su vida en un país tan lejano, con un idioma diferente y sin trabajo. Durante los primeros meses, vendió leche de arroz preparada por su esposa en las calles. Después, poco a poco, aprendió español y empezó su propio negocio preparando comida árabe.
"Al principio la gente miraba mi comida de manera extraña, pero una vez que la probaban venían más y más", dice él. "Cuando hablo con mi mamá – no por más de una hora al día, pues no hay electricidad en Damasco – ella me explica las recetas árabes, que ahora son muy exitosas en este país latinoamericano.
Con este pequeño negocio, y con la ayuda del ACNUR y la Pastoral Social, Almotaz más o menos puede pagar la renta, comida y transporte, pero no hay dinero extra para que la pareja pueda continuar sus estudios. "yo soy feliz, pero no puedo comparar mi vida actual con la buena vida del pasado. También, extraño mucho a mi hermano menor, mi hermana y mis padres, que todavía están viviendo en la peligrosa Damasco".
Almotaz está particularmente preocupado por su hermano menor, que recientemente alcanzó la edad necesaria para prestar el servicio militar. "Todo el dinero de mis padres se ha acabado," cuenta él. "Ellos vendieron todo lo que tenían para pagar mi viaje fuera de Siria. Ya no queda dinero para mi hermano menor . . . quien está todavía en Damasco, encerrado en la casa y con miedo de ser obligado a entrar al ejército".
El sueño de Almotaz es traer su familia a Colombia, en donde puedan vivir a salvo. Dentro de poco, va a llegar un nuevo integrante: en cinco meses, Almotaz se convertirá en padre. "Yo estoy muy agradecido con el ACNUR y el Gobierno colombiano. Mi vida ahora está acá, a pesar de las dificultades en la integración que todavía enfrento, pero es imposible volver, ya que la guerra en mi país nunca acabará".
Por Francesca Fontanini, desde Bogotá, Colombia