Comentarios del Alto Comisionado para los Refugiados en el Foro del Premio Nobel de la Paz de 2022: Afganistán, cómo ir hacia adelante
Comentarios del Alto Comisionado para los Refugiados en el Foro del Premio Nobel de la Paz de 2022: Afganistán, cómo ir hacia adelante
Buenas tardes. Me complace estar aquí, representando a una organización que ha ganado este premio en dos ocasiones.
Pero, antes de comenzar, quisiera hacer mención de algo mucho más importante y trascendental, y quisiera también decir que me honra enormemente estar en este foro, en un momento en el que el Comité Noruego del Nobel ha reconocido la valentía de una forma tan clara. Me maravillan las selecciones de este año. Si me permiten, diría que nos maravilla la valentía mostrada por quienes han recibido el Premio Nobel de la Paz. Memorial ha sido socio de ACNUR, durante muchos años, en Rusia, donde trabaja con personas refugiadas, así que les felicito, junto al resto de los ganadores.
Quisiera decir algo más, aunque quizás no se sepa tanto al respecto. Mis comentarios en esta ocasión son pertinentes porque, hace exactamente cien años, el Premio Nobel de la Paz fue otorgado a Fridtjof Nansen, un noruego magnífico que fungió como el primer Alto Comisionado para los Refugiados (aunque, en aquel entonces, se trataba de la Liga de las Naciones). Como saben o sabrán muchas de las personas aquí presentes, Fridtjof Nansen fue un explorador, diplomático y trabajador humanitario que nunca se dio por vencido y que siempre impulsó soluciones innovadoras para superar los obstáculos más difíciles. Estas características deben inspirarnos y guiarnos al abordar los desafíos que enfrentamos hoy en día.
También me honra profundamente hablar sobre Afganistán, un país que visité por primera vez, como “mochilero”, en 1977, al igual que muchos otros europeos jóvenes en mi época. Años después, fue en Afganistán donde empecé a desempeñarme como funcionario de la ONU justamente el 11 de septiembre de 2001. ¡Vaya coincidencia! Con Afganistán mantengo lazos personales y profesionales desde hace mucho tiempo.
De hecho, como señaló Erik, cabe resaltar que Afganistán está en el centro de la labor que realiza ACNUR, la organización que represento. Hemos acompañado a la población afgana desde que iniciaron los desplazamientos, es decir, desde hace 43 años, luego de la invasión rusa. También hemos estado junto a millones de personas refugiadas de Pakistán, Irán y otras partes del mundo, incluidas, como ya se dijo, las personas que han sido desplazadas al interior de Afganistán debido a décadas de devastadoras guerras, violencia, mala administración gubernamental, pobreza y el impacto de un clima adverso.
Hemos escuchado que, hoy en día, un total de seis y medio millones de personas afganas continúan desarraigadas, como refugiados, solicitantes de asilo o desplazados internos. La afgana es una de las nacionalidades con mayor presencia entre los 103 millones de personas que han sido forzadas a abandonar sus hogares alrededor del mundo; esta es la cifra más alta de la que se tiene registro desde la Segunda Guerra Mundial.
Por tanto, el exilio afgano sigue siendo una lente con la que podemos ver con claridad cuánto ansía estar en casa cada persona – mujer, hombre, niña o niño – que ha sido desplazada y separada de su familia, de sus amistades, de aquello que conoce. Estas personas ponen de manifiesto el precio que paga la población civil por las acciones y las decisiones tomadas por hombres armados; nos hacen ver cómo se desperdician talentos, recursos y oportunidades; y revelan que ha habido socios externos – cuyo apoyo resultaba vital dentro y fuera de Afganistán – que con demasiada frecuencia han puesto sus limitados intereses nacionales por encima de las personas a las que pretendían ayudar.
Las personas refugiadas deben abandonar tierras muy bellas, como la afgana, que, si bien tiene un gran potencial, está atrapada, literalmente, en capas de sufrimiento.
Como pudimos ver en el video, si bien debemos aprender de la historia, nuestra tarea consiste – según se indica en el título de este evento – en encontrar la manera de que Afganistán siga avanzando. Al respecto, quisiera añadir que, desde mi perspectiva, es de suma importancia que los avances beneficien a la población afgana, sobre todo a los más de 40 millones de personas que no son refugiadas y que no desean abandonar su país.
La realidad que se cierne sobre estas personas es avasallante.
La pobreza pareciera ser endémica, pues la mitad de la población vive con inseguridad alimentaria.
Además, debido a malas decisiones tomadas por hombres, se están perdiendo con demasiada rapidez los derechos de mujeres y niñas por los que tanto se luchó. En consecuencia, el país entero está perdiendo la fuerza de su motor principal.
El programa de hoy nos retó a “abordar otra cuestión crucial: ¿debe Occidente involucrarse y, de ser el caso, cómo debe hacerlo?”.
Permítanme arrancar con la primera parte de esta interrogante. Tras décadas de guerra, violencia y pérdidas, para la clase política y para el electorado no es fácil hacer frente a los talibanes. Además, se trata de una cuestión personal para muchas familias, no solo las afganas, sino también otras que han perdido mucho (incluso a manos de los talibanes).
A mí y a muchas otras personas nos cuesta comprender las reprobables e ilógicas decisiones que han tomado los talibanes recientemente para limitar los derechos de las mujeres y las niñas.
No queda más opción que involucrarnos, porque las consecuencias de no hacerlo resultan aún menos atractivas.
Hablamos de sufrimiento humano,
de desesperación,
de más desplazamientos.
No involucrarnos implica cortar el vínculo con las mujeres, las niñas y las minorías que nos preocupan; las dejaríamos a su suerte, frente a un destino atemorizante, que quizás podría cambiar de curso.
La pregunta, entonces, es “¿cómo debemos involucrarnos?”. Ante una situación tan compleja y llena de terribles contradicciones, no es fácil encontrar una respuesta.
Irónicamente, la seguridad física de la mayor parte de la población afgana nunca había sido tan buena como lo es ahora. De momento, la guerra ha cesado, y más de un millón de personas desplazadas han vuelto a casa (muchas de ellas con apoyo de ACNUR). Al mismo tiempo, no obstante, cientos de afganos continúan abandonando el país día tras día.
Las colegas de ACNUR que trabajan hoy en Afganistán superan las cifras de presencia femenina en el pasado reciente. Sin embargo, su labor se complica con reglas restrictivas.
Por primera vez en décadas, las Naciones Unidas y los trabajadores humanitarios tienen acceso a cada distrito del país. Por más paradójico que parezca, desde esta perspectiva quizás exista una oportunidad de la cual partir.
Sin duda, se trata de una situación difícil e incómoda, en la que el liderazgo de facto continúa tomando decisiones que causan mucho daño y en la que el delicado balance puede perderse fácilmente si, como ha ocurrido muchas veces en Afganistán, las tensiones entre aquellos que tienen el control se profundizan y se traducen en fisuras más graves.
Sin embargo, debemos encontrar un punto de partida, incluso mediante actividades humanitarias.
ACNUR es una organización humanitaria que se dedica a ayudar a las personas desplazadas y a buscar soluciones a su situación. Por tanto, también apoya a las personas que vuelven a casa. ACNUR puede visibilizar – mas no resolver – problemáticas aún más complejas que continúan desafiándonos y poniéndonos a prueba.
No obstante, pueden obtenerse aprendizajes y reflexiones – mediante resultados positivos y negativos – si los acuerdos con los talibanes se observan con el prisma de la prevención de futuros desplazamientos y de la búsqueda de soluciones para las personas que han sido desplazadas.
Mientras los talibanes entraban a Kabul el año pasado (pudo verse hacia el final del video que acabamos de ver), los trabajadores humanitarios nos comprometimos a permanecer en el país para cumplir con nuestra misión de la mejor forma posible. Imposible olvidar aquellos momentos tan dramáticos y dolorosos para Afganistán. Los colegas de ACNUR y millones de afganos vieron cómo las personas abandonaban el país porque anticipaban que de él se apoderarían el caos y la incertidumbre. No obstante, habernos quedado para hacer frente a la situación fue la decisión correcta, una que me enorgullece y que recibió el respaldo de todo el liderazgo dentro de la ONU, incluido el Secretario General.
El apoyo humanitario que han brindado la ONU y sus socios en los últimos dieciocho meses ha impedido, en cierta medida, que la situación se deteriore aún más y que aumente el número de personas refugiadas que salen del país. Por ejemplo, ACNUR ha brindado asistencia vital a más de cinco millones de personas; por su parte, la ONU y el sistema humanitario en su conjunto han asistido a un número mucho mayor. Asimismo, se ha creado un espacio operativo, y la población afgana tiene la sensación y confía en que estamos con ella incluso – más bien, sobre todo – en momentos tan difíciles.
Desde que los talibanes tomaron el control del país, he estado en Afganistán en dos ocasiones. La primera vez fue un par de semanas luego de que se apoderaron de Kabul; la segunda fue en marzo de este año. En las reuniones observé un cambio interesante, al menos con respecto a mis interlocutores talibanes: menos armas, y más cuadernos.
Solicitaron que no solo brindáramos ayuda humanitaria, sino que, con apoyo práctico (es decir, con albergues, escuelas, clínicas y rehabilitación de infraestructura esencial), también ayudáramos a las personas desplazadas (esta fue una petición dirigida al ACNUR) y refugiadas para que estas volvieran a sus lugares de origen.
Es evidente que, como hicieron otros colegas que también visitaron Afganistán, nos comprometimos a apoyar a quienes necesitan de nuestra ayuda. Sin embargo, solicitamos que no hubiera obstáculos para lograrlo; es decir, que se facilitara el acceso, incluso para el personal femenino, cuya participación es indispensable de muchas formas, sobre todo para ayudar a niñas, niños y otras mujeres. Salvo algunas excepciones, los talibanes han garantizado que esto ocurra, lo cual, sumado al gran apoyo de los donantes, ha permitido que nuestra labor continúe.
El involucramiento se facilita garantizando que las actividades humanitarias no sean sancionadas. Trabajar en este importante aspecto – en el Consejo de Seguridad y en otros espacios – se antoja burocrático y cargado de procesos, sin embargo, resulta esencial para las labores que salvan vidas. Además, comunica a todas las personas de Afganistán – y a todas aquellas que viven en países con regímenes sancionadores – que la comunidad internacional no se ha olvidado de ellas. Cabe decir, de hecho, que esta semana en el Consejo de Seguridad se votó una importante resolución en este sentido.
Si bien esto puede ser controversial, el involucramiento permite tener conversaciones significativas. El Gobierno de Noruega, por ejemplo, merece reconocimiento por haber comprendido y promovido este enfoque desde hace tiempo.
Los intercambios que ACNUR ha tenido con los talibanes se enfocan, como dije, en el desplazamiento, lo que incluye a las personas refugiadas en otros países. En ese sentido, mencioné que solicitaron ayuda para crear condiciones que faciliten los retornos. Nuestra postura al respecto podría ofrecer algunas sugerencias para el involucramiento. No hemos dejado de subrayar que ninguna persona retornará sin tener la certeza de que ella misma y su familia estarán a salvo y de que existe la posibilidad de un futuro prometedor. También hemos enfatizado que esa certeza solo pueden crearla los propios talibanes, puesto que ahora es su responsabilidad proteger y dar un trato igualitario a las minorías; garantizar que las mujeres se sientan seguras y tengan acceso a oportunidades; así como garantizar que las niñas vayan a la escuela.
Mis interlocutores – en Kabul y en las provincias – comprendieron; de hecho, me atrevería a decir que, aunque discretamente, también estaban de acuerdo. ¿Cómo podrían no estarlo cuando los líderes comunitarios que conocimos junto a los talibanes, incluidos no solo los aldeanos mayores, sino también madres y padres de niñas en edad escolar, expresaron las mismas inquietudes? Estoy seguro de que por lo menos algunos de los talibanes con los que me entrevisté estaban sorprendidos – incluso, decepcionados – por las terribles decisiones que se habían tomado con respecto a la educación de las niñas.
Esto se traduce en otro desafío para Afganistán hoy en día. Los talibanes opinan distinto con respecto a lo que creen o lo que hacen; incluso nuestro acceso a ellos está dividido. En términos prácticos, esta división quiere decir que, de momento, no podemos tener un acercamiento con todos ellos.
Permanecer y brindar apoyo humanitario es un primer paso. Sin embargo, ha llegado el momento de superar sus limitaciones, porque las condiciones de vida son las más duras que se han visto en años. Las personas jóvenes no tienen muchas esperanzas, y muchos afganos siguen emprendiendo peligrosas travesías en el extranjero. Me temo que este fenómeno continuará si no se toman acciones para que Afganistán se estabilice (y para ayudar a los países vecinos). Estas son las consecuencias predecibles de un involucramiento limitado a las actividades humanitarias.
Recuerdo muy bien que hace veinte años existía la oportunidad de emprender acciones, pero fallamos en ayudar a la población afgana en la reconstrucción total y profunda con la que soñaban; es decir, medios de vida sostenibles, servicios funcionales para todas las personas, infraestructura esencial, un cuerpo policíaco y un poder judicial confiables (en otras palabras, los cimientos de un verdadero contrato social entre un Estado y su ciudadanía).
Ahora, las circunstancias son aún más difíciles, lo cual ha sido muy frustrante. Sin embargo, siendo un tanto optimista (aunque disto mucho de ser ingenuo por todas las guerras, muertes y abusos que he visto), estoy convencido de que debemos ser perseverantes, debemos ser muy pacientes, y en definitiva debemos aprender de errores y aciertos. Debemos hacerlo con los ojos abiertos. Se ha dicho mucho sobre la prudencia que debe prevalecer en el camino hacia el reconocimiento, lo cual es cierto no solo en el ámbito político, sino también desde nuestro ángulo (es decir, desde el punto de vista de las personas). Con esta perspectiva, debemos transitar de la asistencia vital y esencial al tipo de apoyo que la población afgana realmente necesita. En otras palabras, debemos participar en la construcción paulatina de la paz en una forma que no ponga en riesgo las demandas legítimas que tienen los afganos – no la comunidad internacional – de los talibanes. La seguridad sin duda es una de ellas, pero también lo son los derechos y la igualdad de oportunidades para todas las personas, sobre todo mujeres y minorías. Es desafiante, mas no imposible.
Me permito solicitar este tipo de esfuerzos, involucramiento y apoyo en otras partes del mundo. En un mundo sumamente polarizado, dividido y atravesado por conflictos, con demasiada frecuencia, los trabajadores humanitarios – es decir, las personas que representan a la comunidad internacional en los frentes – se desenvuelven en sitios con restricciones o en zonas controladas por actores ajenos al Estado, donde deben nadar contra corriente para impedir que las personas mueran, pero sin la capacidad de ofrecerles oportunidades para una vida digna.
Si queremos cambiar esta dinámica y ayudar, verdaderamente, a las personas (de hecho, si queremos que impere la paz), debemos – en colectivo – ser valientes, creativos, y conscientes de los riesgos, mas no temerosos de ellos. No tomar este tipo de riesgos sin duda derivará en la desesperación y la miseria de millones.
Afganistán no es el país que visité por primera vez cuando tenía el cabello largo, en los setenta, ni cuando bajé del avión aquel fatídico día de septiembre, hace 21 años. El país ha cambiado con la tecnología, la conectividad, los viajes, la influencia y los intercambios. Las inversiones hechas en los últimos veinte años no han sido en vano. Por fortuna, una generación entera de afganos – algunos de ellos están aquí presentes – han visto y vivido un mundo completamente distinto, así que sueñan con un país en el que puedan materializar sus deseos. No han olvidado la promesa que hicimos en 2001, que consistía en construir el país que querían.
No podemos dejarlos solos, y menos ahora.
Aquí puede verse el video del evento.