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Declaración ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas

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Declaración ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas

2 Noviembre 2022
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El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, Filippo Grandi, se dirige al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el 2 de noviembre de 2022.

Buenos días, señor Presidente.

Gracias por acogerme. Gracias también por el compromiso de su país con la protección, la inclusión y las soluciones para las personas refugiadas. Ghana es sin duda un ejemplo a seguir, y quiero aprovechar esta oportunidad para desearle lo mejor en el mes de presidencia que le corresponde.

Señor Presidente, miembros del Consejo de Seguridad,

Por un momento, consideren la multiplicidad de desafíos globales que conocen muy bien – conflictos crecientes, emergencia climática, pandemias, crisis energética y alimentaria – a través de los ojos de los más de 103 millones de personas refugiadas y desplazadas, que se encuentran entre las más afectadas por todos ellos. Estoy seguro de que sentirán, con una urgencia desesperada, la necesidad de que la comunidad internacional coopere para revertir la trayectoria actual y encontrar soluciones. Lamentablemente, sin embargo, a través de esos mismos ojos también observarán que no ha sido así.

Permítanme ofrecer algunas reflexiones desde esta perspectiva.

La invasión rusa de Ucrania ha provocado el mayor y más rápido desplazamiento visto en décadas. Cerca de 14 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares desde el 24 de febrero. Los ucranianos están a punto de enfrentarse a uno de los inviernos más crudos en el mundo, bajo circunstancias extremadamente difíciles. Las organizaciones humanitarias han aumentado drásticamente su respuesta, pero se debe hacer mucho más, comenzando por poner fin a esta guerra sin sentido. Desafortunadamente, vemos lo contrario, y la destrucción causada por los ataques a la infraestructura civil, que sucede en este preciso momento, rápidamente hace que la respuesta humanitaria parezca una gota en un océano de necesidades.

El enfoque de ACNUR se centra cada vez más en ayudar a las personas desplazadas en Ucrania, trabajando bajo el liderazgo competente del gobierno. De los países vecinos, Moldavia sigue necesitando una atención especial, dada su vulnerabilidad. Mientras tanto, en la Unión Europea, hemos visto una respuesta a las personas refugiadas abierta, bien gestionada y sobre todo compartida, que ha desmentido muchas de las afirmaciones repetidas con frecuencia por algunos políticos: que Europa está al tope, que la reubicación es imposible, que no hay apoyo público para las personas refugiadas.

Y dada la probable naturaleza prolongada de la situación militar, mantenemos un alto nivel de preparación para futuros desplazamientos poblacionales dentro y fuera de Ucrania, teniendo en cuenta los diferentes escenarios posibles y el alcance y las limitaciones de la asistencia humanitaria.

Pero no necesito recordarles que no es solo en Ucrania donde las personas han tenido que abandonar sus hogares a causa del conflicto. Solo en los últimos 12 meses, ACNUR ha respondido a 37 emergencias en todo el mundo.

Treinta y siete.

Sin embargo, las otras crisis no logran captar la misma atención, indignación, recursos y acción internacionales.

ACNUR trata de estar presente dondequiera que haya desplazamiento forzado. Estamos con el pueblo de Etiopía donde más de 850.000 personas fueron desplazadas en la primera mitad del año. El reciente recrudecimiento del conflicto está teniendo un impacto aún más devastador en la población civil. Les ruego que nos unamos para instar a que se obtengan resultados positivos de las conversaciones entre los actores en Sudáfrica, ya que, sin duda, su fracaso traería más muerte, destrucción y desplazamiento, y restringiría aún más nuestra ya muy limitada capacidad para llegar a quienes necesitan de nuestro apoyo, en Tigray y otras regiones.

Estamos en Myanmar, donde aproximadamente medio millón de personas fueron desplazadas en los primeros seis meses de este año; donde el acceso humanitario sigue siendo un gran desafío; y donde, debo recordarlo, las condiciones para el retorno de casi un millón de refugiados rohingyas en Bangladesh, un país en el que las opciones para ellos son limitadas, siguen siendo una posibilidad muy lejana.

Estamos en la República Democrática del Congo, donde los ataques brutales, incluidos relatos repugnantes de violencia sexual contra las mujeres, han sumado más de 200.000 personas a los 5,5 millones de personas ya desplazadas en el país. El Secretario General expresó el domingo su profunda preocupación por el aumento de las hostilidades entre el ejército congoleño y el movimiento M23. Trabajé como oficial de campo en la República Democrática del Congo hace 25 años. Me cuesta trabajo creer que los horrores que presencié personalmente en ese entonces se estén repitiendo, siendo el desplazamiento, una vez más, tanto una consecuencia del conflicto como un factor que complica la red de tensiones locales e internacionales. Seguramente podemos lograr mejores resultados al tratar de llevar la paz a esta asediada región.

Estas crisis – y muchas, muchas más, incluidas las innumerables situaciones prolongadas como las de los refugiados afganos y sirios – y algunos de los múltiples y complejos flujos de población en las Américas no solo están desapareciendo de la atención de los medios, sino que son dejadas a un lado debido a la inacción global.

Además, el desplazamiento es cada vez más complejo. Nuevos factores están obligando a las personas a huir (en especial la emergencia climática), aunque estos se entrecruzan con los factores tradicionales de desplazamiento.

Estoy consciente de que el vínculo entre el clima y la seguridad ha sido ampliamente debatido. Desde mi perspectiva, simplemente deseo resaltar algunos puntos prácticos que muestran la intersección entre el cambio climático y el desplazamiento, que en muchas situaciones también incluye una clara conexión con el conflicto.

Sabemos que el cambio climático está devastando los recursos que han sustentado a las comunidades durante generaciones. Esto crea tensiones, a menudo de naturaleza intercomunitaria, especialmente en contextos ya frágiles donde los gobiernos no tienen los recursos (o, incluso, el control territorial) para apoyar estrategias y programas de adaptación y resiliencia.

Temo que, sin mayor atención o financiamiento para la prevención, adaptación y apoyo al desarrollo y la gobernanza, las tensiones, las frustraciones y la competencia crecerán y desencadenarán un conflicto más amplio, con consecuencias fatales, incluido el desplazamiento.

¿Y qué es un ejemplo más claro de lo que llamamos “pérdida y daño” que ser desplazado y desposeído de nuestra propia casa?

La semana pasada en Somalia conocí a hombres, mujeres y niños demacrados que habían caminado durante días para buscar ayuda; madres cuyos hijos habían muerto en el camino; personas que habían sobrevivido al conflicto solo para ver cómo morían, delante suyo, los últimos mecanismos de supervivencia que les quedaban (sus cultivos o su ganado). Allí, y en otros lugares, el conflicto también es un obstáculo para el socorro, ya que la inseguridad y los combates a menudo impiden que los trabajadores humanitarios ayuden a las personas en sus lugares de origen. Así, los afectados se ven obligados a desplazarse; a veces, cuando están demasiado débiles para siquiera emprender el viaje, incluso a través de las fronteras.

Conocí a refugiados somalíes, empujados a áreas de Kenia ya afectadas por la sequía, que, a pesar de enfrentar desafíos propios, han brindado una hospitalidad extraordinaria a personas refugiadas durante generaciones y, como lo discutí la semana pasada con el presidente Ruto, están produciendo un cambio histórico, pues su inclusión de los refugiados permite que estos abandonen los campamentos, una transición que espero que todos apoyen firmemente. La confluencia del cambio climático y el conflicto ha generado un desplazamiento muy prolongado. Por ello, la inclusión y, cuando sea posible, la integración, tanto en contextos de refugiados como en situaciones de desplazamiento interno, son medidas importantes de consolidación de la paz que requieren un mayor reconocimiento y apoyo internacional.

Hay muchos puntos críticos afectados por esta espiral. Estoy extremadamente preocupado por la situación en todo el Sahel, por ejemplo, donde la convergencia del cambio climático, la pobreza, la débil gobernanza ante la acción de los grupos armados y la reacción a menudo brutal de los gobiernos ya han desplazado a tres millones de personas a Estados costeros como el suyo, señor Presidente, así como al norte de África y Europa.

Por lo tanto, está claro que las respuestas al cambio climático deben tener en cuenta tanto su vínculo con el conflicto como el desplazamiento resultante, dimensiones que espero que estén más claras que en el pasado en las próximas COP27 y 28. Por nuestra parte, hemos intensificado nuestro apoyo legal a los Estados; reforzamos nuestra respuesta operativa para las personas desplazadas por el clima y los conflictos, como en el Cuerno de África, el Sahel o Mozambique; hemos aumentado los esfuerzos para reducir el daño ambiental causado por el desplazamiento masivo (por ejemplo, en Níger o Bangladesh); y hemos utilizado inteligencia artificial y análisis predictivo para intentar y al menos prepararnos para desplazamientos de esta naturaleza.

Pero esto, claramente, no basta. Me he centrado en la emergencia climática y su relación con el conflicto y el desplazamiento, para transmitir la enorme complejidad de las crisis de refugiados en la actualidad. A veces me preocupa que tal complejidad se pierda en el debate frecuentemente simplista sobre los flujos de población. Por lo tanto, permítanme cerrar mi intervención llevando su atención a cuatro áreas.

Primero, necesitamos más recursos. La ayuda humanitaria está bajo una enorme presión.  ACNUR, por ejemplo, a pesar de un nivel récord de ingresos, incluidos $1.000 millones (USD) provenientes de donantes privados, este año se enfrenta a un importante déficit de financiamiento en algunas de sus operaciones cruciales. La ayuda alimentaria para los refugiados, por ejemplo, se ha recortado en numerosas operaciones, a pesar de la ayuda de los Estados Unidos y de otros Estados aquí presentes. La realidad es que se ha recortado en múltiples operaciones por falta de financiamiento, en un momento en que la inseguridad alimentaria va al alza, también como resultado de la guerra en Ucrania. De ahí la importancia crucial, por cierto, de la continuidad de la Iniciativa de Granos del Mar Negro. Sin embargo, también se trata de salvaguardar la cooperación para el desarrollo como una herramienta esencial para hacer que las comunidades sean resilientes e inmunes a los impactos de las crisis cíclicas, rompiendo esta terrible espiral de desastres, conflictos y desplazamientos.

Segundo, es fundamental fortalecer seriamente la consolidación de la paz, por ejemplo, reforzando (permítaseme decir, mucho mejor de lo que se suele hacer) la capacidad de la policía, el poder judicial, el gobierno local y el estado de derecho en general de los países frágiles. Desde ACNUR tenemos un buen punto de vista sobre esto, porque la consolidación de la paz es crucial para resolver el desplazamiento (al permitir que las personas refugiadas regresen a casa, por ejemplo); y, por supuesto, ¡desde la perspectiva que ustedes tienen!, para prevenir la recurrencia del conflicto. Cabe decir que la consolidación de la paz fracasará a menos que los actores del desarrollo asuman más riesgos e inviertan audazmente, incluso cuando las condiciones sigan siendo frágiles; Burundi es un buen ejemplo de ello.

Tercero, la acción humanitaria debe salvaguardarse mejor, desde diferentes puntos de vista.

Uno es el de la seguridad eficaz. Las amenazas a los trabajadores humanitarios están aumentando, con consecuencias mortales, como hemos visto en los últimos días en Etiopía. Las partes en conflicto deben proteger nuestro trabajo y permitir el acceso a las personas que necesitan nuestro apoyo.

Más aún, todos deben respetar el derecho internacional humanitario y contribuir a preservar el carácter civil de los contextos de refugiados, un desafío cada vez mayor en muchas partes del mundo. Los elementos armados deben estar separados de las personas refugiadas y desplazadas, de manera que quienes necesitan protección no deben confundirse con los combatientes.

Sobre la protección de la acción humanitaria, recuerden también que, según el Comité Internacional de la Cruz Roja, hasta 80 millones de personas viven en áreas bajo el control de actores no estatales, a menudo vulnerables o desplazadas. Muchas están atrapadas en conflictos altamente politizados. Otras viven en países bajo sanciones. Pero, sin importar cuán polarizado sea el contexto, los trabajadores humanitarios deben poder operar en todos los lugares donde haya vidas en riesgo. En ocasiones, esto puede traducirse en interacciones incómodas con quienes controlan el territorio.

Si planteo esto, señor Presidente, es porque a menudo nos vemos obligados a negociar excepciones humanitarias, como se les llama, caso por caso. Por lo tanto, celebro los esfuerzos actuales en este Consejo para garantizar una mayor previsibilidad en estos asuntos.

Cuarto y último, no hace falta decirlo, pero permítanme repetirlo: necesitamos que la comunidad internacional, comenzando por ustedes, miembros del Consejo de Seguridad, supere sus divisiones y desacuerdos, al menos cuando discutan cuestiones humanitarias y, con suerte, cuando aborden o se esfuercen por abordar las causas fundamentales que están desplazando a las personas en todo el mundo,

porque lo que vi en Somalia la semana pasada fue una censura para todos nosotros,

de un mundo de desigualdad, donde los niveles extraordinarios de sufrimiento reciben niveles escandalosamente bajos de atención y recursos,

de un mundo donde los que menos han contribuido a los desafíos globales son los que más sufren sus consecuencias,

de un mundo donde las brechas dramáticas que presenciamos todos los días en sus propios debates (¡aquí, en el Consejo de Seguridad!) nos están llevando a todos al borde del abismo.

El sufrimiento, las pérdidas y la desesperación de 103 millones de personas desarraigadas, y de muchas más, que mis colegas y yo presenciamos todos los días, señor Presidente, no son la fantasía de un trabajador humanitario idealista, sino que son muy, muy reales. Permítales ser un llamado a la acción humilde pero convincente.

Gracias.