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'Un mundo completamente nuevo se ha abierto delante de mí'

Historias

'Un mundo completamente nuevo se ha abierto delante de mí'

La ciudadanía uzbeka les permitirá a las 50.000 personas que vivían como apátridas en el país viajar al extranjero, tener derecho al voto y apropiarse de una nueva dignidad.
20 enero 2021
Mukhamadjon Turgunov se convirtió en ciudadano uzbeko este año después de haber sido apátrida durante 28 de sus 29 años.

Escuchar el himno nacional de Uzbekistán después de una pelea victoriosa siempre ha sido el mayor sueño de Mukhamadjon Turgunov. Pero el ex campeón de kickboxing nunca tuvo la oportunidad de representar a su país en torneos internacionales. Para las personas apátridas como él, viajar al extranjero era imposible.


“Me sentí como si fuera parte de una familia, pero huérfano; como si este país no me aceptara”, dice. “Soy uzbeko. Crecí en Uzbekistán, estudié aquí, amo este país”.

Ahora, este entrenador y antiguo luchador de taekwondo espera poder viajar pronto para ver a sus alumnos competir en el extranjero. En abril de este año, después de haber sido una persona apátrida durante 28 de sus 29 años, finalmente se convirtió en ciudadano uzbeko.

“Es imposible describir lo que siento. Es como nacer de nuevo”.

“Es imposible describir lo que siento. Es como nacer de nuevo”, afirma con una gran sonrisa.

Hasta hace poco, Uzbekistán tenía una de las tasas más altas de apatridia del mundo, con 97.346 casos documentados. Pero gracias a una nueva ley que entró en vigor en abril de 2020, casi 50.000 personas anteriormente apátridas pueden ahora convertirse en ciudadanos. La ley se aplica a todas las personas que recibieron la residencia permanente en el país antes de 1995.

Recientemente Uzbekistán también modificó sus procedimientos de registro de nacimientos para garantizar que todos los niños y niñas sean registrados, incluidos los nacidos de padres indocumentados.

En su discurso anual ante el Parlamento de Uzbekistán, pronunciado el 29 de diciembre, el presidente Shavkat Mirziyoyev anunció que en 2021 el Gobierno intensificaría sus esfuerzos por poner fin a la apatridia en el país.  

Bajo una nueva iniciativa anunciada en esa ocasión, las personas que se trasladaron a Uzbekistán antes de 2005 y que han vivido allí desde entonces tendrán derecho a convertirse en ciudadanos. Unas 20.000 personas podrán resolver su situación de apatridia y convertirse en ciudadanos en virtud de esta iniciativa.

En todo el mundo, millones de personas apátridas se enfrentan a toda una vida de exclusión y discriminación. No pueden votar y a menudo no tienen acceso a la educación y a servicios de salud, no pueden viajar al extranjero, buscar un trabajo o incluso comprar una tarjeta SIM para un teléfono móvil. Si bien el dato conocido es de 4,2 millones de personas apátridas en todo el mundo, es probable que la cifra real sea mucho mayor, ya que menos de la mitad de los países recopilan datos sobre las poblaciones apátridas.

Uzbekistán es uno de los cinco Estados de Asia central, incluidos Kazajstán, la República Kirguisa, Tayikistán y Turkmenistán, que han adoptado medidas importantes para prevenir y reducir la apatridia en los últimos años, con el apoyo de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados y su campaña #IBelong (Yo Pertenezco) para acabar con la apatridia para el 2024. En los seis años transcurridos desde el inicio de la campaña, unas 83.000 personas apátridas en la región han adquirido una nacionalidad.

La apatridia en Asia central puede, en la mayoría de los casos, remontarse a la disolución de la Unión Soviética en 1991. Anteriormente, las fronteras estaban abiertas y un pasaporte soviético permitía a las personas moverse libremente entre las repúblicas. En las regiones fronterizas en particular, las identidades nacionales eran fluidas y se viajaba prácticamente sin restricciones.

Mukhamadjon nació de padres de origen uzbeko en la República Kirguisa en agosto de 1991, justo cuatro meses antes de que se derrumbara la Unión Soviética. Su madre procedía de Namangan, una ciudad uzbeka cercana a la frontera con Kirguistán, mientras que su padre era un uzbeko nacido en Kirguistán. La distancia entre sus ciudades era de sólo 60 kilómetros y, antes de 1991, la pareja viajaba frecuentemente a través de la frontera invisible entre las dos repúblicas soviéticas.

Hacia finales de 1992, la familia se trasladó a Namangan, pero era demasiado tarde para reclamar la ciudadanía. Una nueva ley estipulaba que sólo podían obtener la ciudadanía quienes tuvieran residencia permanente en Uzbekistán antes del 1º de mayo de ese año. Su hijo, Mukhamadjon, se convirtió en una persona apátrida.

Inicialmente, su condición no afectó su vida. Las personas apátridas en Uzbekistán tienen casi los mismos derechos que los ciudadanos, excluyendo el derecho al voto y a candidatearse a las elecciones. Pero se enfrentan a importantes obstáculos a la hora de cruzar las fronteras.

No todos los países reconocen los “pasaportes grises”, un documento de viaje expedido a las personas apátridas por el Gobierno de Uzbekistán. Por consiguiente, la solicitud de visados para extranjeros puede ser ardua y llevar mucho tiempo. Para Mukhamadjon, que vivía en una ciudad a casi 300 kilómetros de la capital, Tashkent, era una barrera difícil de superar.

“Fui campeón de Uzbekistán de kickboxing y hubo momentos en que mi entrenador quiso enviarme a los campeonatos internacionales en el extranjero, pero... siempre había problemas con los visados”, explica. “Para mi carrera deportiva eso fue un obstáculo”.

Gulchehra Dadabaeva nació en Kirguistán pero se trasladó a Uzbekistán para estudiar enfermería en 1991, justo a tiempo para poder obtener la ciudadanía y el nuevo pasaporte uzbeko. La mujer de 46 años presentó su solicitud de pasaporte junto con su antiguo pasaporte de la URSS, pero en su lugar le enviaron un documento de identidad para personas apátridas que, según le dijeron, le garantizaría los mismos derechos que un ciudadano.

Inicialmente, Gulchehra no se dio cuenta de que nunca podría visitar a sus padres, que vivían justo al otro lado de la frontera en Kirguistán. Vivió como apátrida durante 28 años, el mismo tiempo que dedicó a su trabajo como enfermera en la sala de cirugías de un hospital de Namangán.

“No podía viajar a Kirguistán ni a ningún otro país”.

“No podía viajar a Kirguistán ni a ningún otro país. Eran mis padres que solían visitarme”, dice.

Como en el caso de Mukhamadjon, el papeleo y el viaje a Tashkent para solicitar los documentos de viaje y el visado eran impedimentos importantes. “Trabajo y tengo hijos que cuidar”, señala.

Tras la introducción de la nueva ley, Gulchehra recibió finalmente su pasaporte en octubre de 2020 y pudo visitar a sus padres.

Ahora, está deseando votar en las próximas elecciones presidenciales. “Es importante para mí”, comenta. “Votaré por primera vez en mi vida”.

Aunque la carrera de Mukhamadjon como luchador ha terminado, espera escuchar un día el himno nacional de Uzbekistán resonando para uno de sus alumnos. Dos de ellos ya han participado en campeonatos internacionales.

“Los deportistas siempre tienen sentimientos patrióticos más fuertes que otras personas, porque representan al país”, dice, sentado en el pasillo de la Federación de Taekwondo de Uzbekistán antes de la competencia de uno sus alumnos.

“El mundo entero se ha abierto ante mí, pero quiero quedarme en Uzbekistán y entrenar a mis alumnos. Demostraré que concederme la ciudadanía fue una buena decisión”.